Cabe enfatizar lo siguiente:
1) Es perfectamente legítimo y en ocasiones necesario
criticar la conducta de los partidos políticos y sus
dirigentes. 2) Esa crítica debe llevarse a cabo con un
propósito constructivo, y el ánimo de mejorar el desempeño
de nuestras organizaciones democráticas.
La defensa a ultranza de los actuales partidos políticos
venezolanos (y me refiero a las organizaciones
democráticas de oposición), no lleva a resultados
positivos. Existen razones de sobra para cuestionar
aspectos de su actuación, así como motivos para reconocer
y elogiar el compromiso y sacrificio de muchos de sus
dirigentes y militantes. La pretensión de silenciar la
crítica o descalificarla repite las peores prácticas del
pasado y asfixia la libertad.
Son tres los principales reclamos que desde la sociedad
civil se hacen a los partidos políticos. En primer
término, que cese su fragmentación y se atenúen las
ambiciones personalistas de algunas de las más
descollantes figuras en el escenario opositor. En otras
palabras, crece el clamor por la unidad y el
desprendimiento de parte de las organizaciones
democráticas, así como de los aspirantes a encabezar la
oposición en venideras contiendas. En segundo lugar se
pide un mayor interés por las ideas y propuestas de parte
de partidos que parecieran menospreciar la renovación
ideológica, así como la modernización de su oferta
política. En tercer lugar, la sociedad democrática confía
que los partidos la traten como adultos y no con base en
el engaño, disfrazando decepcionantes derrotas como
espléndidas victorias.
Con relación a este punto, destaca la cada día más
inadmisible tendencia de los partidos políticos y sus
dirigentes a subordinarse en silencio a las tropelías
electorales del régimen, con la excusa de que denunciar
los abusos del CNE constituye un estímulo a la abstención.
Semejante postura pone de manifiesto un inequívoco desdén
hacia la capacidad de las personas para comprender el
entorno político y sus limitaciones.
Conviene en tal sentido recordar que los fenómenos
abstencionistas de años recientes, por improductivos que
hayan sido, han expresado convicciones del alma colectiva.
En su momento, esos fenómenos abstencionistas revelaron el
desencanto de la sociedad civil ante las divisiones de los
partidos democráticos, que fueron incapaces en coyunturas
cruciales de presentar un frente unido al electorado de
oposición, con chance real de ganar amplios espacios ante
la tramposa maquinaria del régimen. Los partidos, sus
dirigentes y defensores a ultranza hablan como si tuviesen
un derecho adquirido al apoyo de la gente, perdiendo de
vista que tal respaldo no está garantizado por mandato
divino, sino que hay que ganárselo transmitiendo un
mensaje de unidad y confianza.
Los partidos políticos y sus dirigentes corren el riesgo
de enajenar de nuevo la voluntad del electorado
democrático, a menos que ante los próximos desafíos
logren, finalmente, armar un frente unido, que ponga de
manifiesto la decisión de colocar los intereses del país
por encima de los fines particulares de las diversas
organizaciones, y de las aspiraciones estrictamente
personales de sus líderes. Estamos a tiempo de formular
estas advertencias para que no se pierdan en el vacío. Más
tarde, si las cosas marchan mal debido a la persistencia
de las divisiones y el egoísmo, que no se quejen los
defensores a ultranza de los partidos políticos. El
respaldo de la gente se conquista con unidad y
desprendimiento, no con el triste espectáculo de un torneo
de ambiciones estériles.