La caracterización del llamado
proceso revolucionario bolivariano en Venezuela se vincula
al papel de la institución militar en el mismo. Este papel
de los militares ha sido y sigue siendo ambiguo y
paradójico y el proceso bolivariano también lo es. De un
lado la revolución bolivariana profundiza el capitalismo
de Estado sustentado en la renta petrolera y de otro lado
procura desarrollar una economía socialista, que sólo
sobrevive gracias a los subsidios del gobierno. Por una
parte la revolución proclama que su objetivo es una
democracia participativa pero por otra promueve y acentúa
el personalismo político. Se aspira que de los cambios en
camino surja un “hombre nuevo” pero a la vez el Estado
asume cada día mayor control sobre la economía, haciendo a
gran parte de la población dependiente de la voluntad y
caprichos de los que controlan el poder político. El
discurso y la bandera anti-imperialistas son enarbolados
de modo sistemático como símbolos y guías para la acción y
sin embargo la mayor parte del petróleo es vendido a los
Estados Unidos. El gobierno revolucionario pretende
preservar relaciones normales con los países del
hemisferio pero paralelamente alienta a docenas de grupos
y organizaciones radicales a lo largo y ancho del
continente americano, desde México a Bolivia y desde
Colombia a Paraguay, interviniendo en la política interna
de otras naciones.
Los mandos militares, de su
lado, comandan una estructura castrense tradicional
equipada y adiestrada para la guerra convencional,
mientras el régimen adquiere novedosos y sofisticados
sistemas de armas para la Fuerza Armada, pero a la vez
algunos voceros militares dicen estar preparándose para la
guerra asimétrica y no-convencional a objeto de resistir
con éxito una invasión extranjera contra Venezuela. Al
aparato militar tradicional se suman ahora dos fuerzas
independientes y presuntamente complementarias, la Guardia
Territorial y la Reserva Nacional, destinadas en teoría a
la guerra asimétrica pero que la oposición describe como
milicias partidistas armadas. En ocasiones los jefes
militares venezolanos exaltan la capacidad de la
institución y sus miembros para manejar exitosamente un
Estado moderno, pero en otras oportunidades asocian el
destino del país a una versión modificada del fracasado
experimento socialista cubano.
¿Cuál es el origen de estas
contradicciones y qué las explica? En lo que sigue
argumentaré que el proceso bolivariano se ha caracterizado
desde sus inicios, que se remontan a los golpes de Estado
del año 1992, por la coexistencia de dos proyectos
político-militares de tendencias antagónicas y en el fondo
incompatibles. Por una parte un proyecto que combina en
extraña mezcla elementos tecnocráticos y mesiánicos y que
califico de nasserista, como luego comentaré. Por otra
parte un proyecto socialista-radical, nacidos ambos dentro
del sector castrense y que han ido decantándose con el
paso de los años. Hoy esos proyectos conviven en medio de
un equilibrio precario, alimentados por el poder económico
del Estado y el control militar del mismo, así como por el
liderazgo de Hugo Chávez y su función bonapartista, en el
sentido que al término han dado autores marxistas como
Trotski, Gramsci y el propio Marx y que discutiré más
adelante.
En otras palabras, el hecho
que tales proyectos político-militares hayan perdurado y
se hayan desarrollado sin que alguno de ellos se imponga
finalmente de modo decisivo, encuentra su explicación en
las peculiaridades de la economía y la sociedad
venezolanas, así como en la naturaleza de la confrontación
política estos pasados años. En diferentes circunstancias
tendría que haberse producido una decisión clara, pero en
Venezuela esa decisión se posterga gracias, entre otros
factores, al poder económico del Estado y al control
militar del gobierno, que permiten atenuar los conflictos
de la sociedad en general y dentro del propio mundo
castrense en particular. Los militares mandan en
Venezuela, con todo lo que ello implica en términos de
acceso corporativo a un Estado rico que día tras día
extiende sus controles sobre la economía, beneficiando
prioritariamente a los que detentan el poder político.
La dinámica de los eventos a
lo largo de nueve años de presunta “revolución” arroja un
saldo que a veces luce confuso, pero que me parece lo
suficientemente claro como para sostener que en Venezuela
existe una autocracia militarizada, en la que continúan
debatiéndose dos proyectos de conducción nacional
impulsados por facciones militares que no terminan de
definir una irrevocable hegemonía. Es una autocracia pues
el poder se concentra principalmente en una persona, y si
bien existen una Constitución y leyes las mismas se hallan
sujetas finalmente al arbitrio de quien detenta el poder.
Es militarizada pues el sostén principal del régimen y su
líder se encuentra en la lealtad, siempre tenue, de un
estamento castrense heterogéneo, un número sustancial de
cuyos miembros ejerce funciones de gobierno y en cuyo seno
prosigue una soterrada disputa entre dos visiones del
país.
¿Cuáles son esos proyectos
militares, qué cambios ha experimentado la institución
castrense venezolana, qué ha pretendido hacer Hugo Chávez,
qué ha logrado hasta el presente y hacia dónde podrían
dirigirse los acontecimientos en los tiempos por venir?,
son algunas de las interrogantes que abordaré a
continuación.
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integralidad.
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