La victoria de la oposición el
pasado 2 de diciembre de 2007 abrió las puertas a los
triunfos regionales del 23 de noviembre de 2008. El
rechazo a su proyecto de reforma constitucional, en lugar
de funcionar como estímulo a la autocrítica, reforzó la
incontenible tendencia de Chávez a profundizar su
definición revolucionaria. El líder venezolano repudia el
aprendizaje mediante ensayo y error, orientado a
rectificar, y prefiere la lucha perenne y jugar siempre al
todo por el todo. Por ese rumbo seguirá erosionando de
manera paulatina su capital político, a menos que la
oposición democrática se equivoque aún más que él.
El enfrentamiento político venezolano ha adquirido el
carácter de guerra prolongada y de desgaste, en vez del de
una guerra de decisión rápida. En una guerra de desgaste
vence el que preserva una línea estratégica coherente, con
un mensaje claro y una dirección política estable y
paciente. Me temo que la oposición democrática venezolana,
a pesar de sus avances, presenta fallas importantes en
esos tres renglones.
Sería imperdonable a estas alturas subestimar a Chávez y
desconocer la fuerza de su voluntad. Después de diez años
de tropelías, ineficiencia y corrupción, el régimen
bolivariano preserva un nutrido caudal de votos así como
el control de los mecanismos cruciales del Estado, y su
líder máximo muestra todos los síntomas de hallarse
dispuesto a conducir su movimiento con renovados ánimos y
afianzarle en el poder. Ante tales circunstancias es
imperativo que la oposición se consolide en los planos de
la estrategia, la dirección política y el mensaje hacia el
futuro.
En ese orden de ideas, y sin ánimo de desmerecer las
conquistas logradas con dedicación y esfuerzo por parte de
los partidos, grupos e individualidades que han llevado a
la oposición al punto donde ahora se encuentra, me atrevo
a sugerir la constitución de un nuevo instrumento de
coordinación política, que será necesariamente colegiado.
Es de igual modo indispensable que la oposición articule
un mensaje capaz de competir con el proyecto
revolucionario chavista. Carece de sentido imitar a Chávez
en el plano del populismo. Se requiere un mensaje
renovador ubicado en el centro político y carente de
complejos. El chantaje ideológico del izquierdismo
sentimental sigue pesando con fuerza sobre la dirigencia
opositora, a pesar de que los sondeos de opinión
demuestran inequívocamente que el pueblo venezolano es
susceptible a un mensaje de modernización capitalista con
signo social.
Confieso que las cuñas de televisión opositoras que pude
ver durante la reciente campaña me parecieron poco
imaginativas, y en ocasiones ridículas y hasta
humillantes. Repetidas veces se observaba a algún
candidato caminando por las calles con actitud de San
Nicolás, moviéndose al ritmo de una música estridente,
distribuyendo sonrisas ficticias a sectores populares en
actitud sumisa y humillante, esperando que sus “líderes”
no hagan más que repartirles dádivas. El esquema responde
a una concepción atrasada de la política y a una visión
del pueblo como un conglomerado de débiles jurídicos y
mentales. La oposición debe aprender a hablarle al pueblo
de Venezuela con un lenguaje, una intención y un propósito
diferentes a los de Chávez, que le dignifique en lugar de
degradarle.
La estrepitosa y estéril revolución bolivariana pierde su
ímpetu y su fuego se apaga poco a poco, pero su líder está
lejos de bajar el telón. Continuará cabalgando un tigre
pues ya no puede descender del mismo. Es demasiado tarde
para asumir a la normalidad democrática y admitir los
códigos que la rigen. Chávez ha sufrido otro revés pero no
está acabado. El combate por la libertad continúa.