Los temas de la reelección indefinida y de
la enmienda constitucional se enmarcan en un ámbito
amplio, vinculado al concepto de soberanía popular. De
acuerdo con uno de los nuevos Gobernadores regionales
oficialistas, la Asamblea Nacional “se equivocó” cuando
aprobó la Constitución vigente: “La enmienda sólo va a
corregir el error que se cometió en 1999. Estamos seguros
de que el pueblo quiere que en diciembre de 2012 Chávez se
quede en la Presidencia de Venezuela…Le pusimos límite a
la soberanía, al poder de nuestro pueblo. Hay que asumir
los errores, el pueblo es quien debe tomar esa decisión”.
Estas aseveraciones ponen de manifiesto
varios desatinos. En primer término, pierden de vista que
una soberanía popular ilimitada se convierte con facilidad
en sinónimo de opresión, pues las mayorías
circunstanciales, actuando sin límites, son con frecuencia
capaces, y están en ocasiones deseosas, de someter a las
minorías. Por ello, la libertad del ser humano exige que
las decisiones de la mayoría deriven su autoridad de un
acuerdo más amplio en torno a principios inviolables, ni
siquiera por la voluntad de los que en un momento
coyuntural posean la mayoría democrática y detenten el
poder legítimo.
Resulta difícil para nuestros actuales
gobernantes entender que toda soberanía, por su esencia
misma como principio de acción en contextos complejos y
plurales (una sociedad o un conjunto de Estados), requiere
de límites. Tampoco captan que en un futuro ellos mismos
seguramente se hallarán en minoría, y en consecuencia
podrían sufrir los efectos de una soberanía ilimitada
ejercida por otros. Si un determinado grupo en el seno de
la sociedad posee soberanía ilimitada, el resto estará a
la merced de cualquier capricho de quienes mandan. De
igual manera, si un Estado aspira a la seguridad absoluta
en el ámbito internacional, los demás se encontrarán, por
consiguiente, absolutamente inseguros.
De todo lo anterior se deriva una sencilla
conclusión: la pretensión del actual régimen de cambiar a
su antojo la Constitución que ellos mismos, hasta hace
poco, llamaban “la mejor del mundo”, así como su evidente
determinación dirigida a perpetuarse indefinidamente en el
poder, comprueban que los venezolanos estamos sometidos a
una voluntad política tiránica, que desprecia los límites
a la soberanía y por lo tanto quiebra el pacto social, es
decir, los principios que garantizan la libertad y el
pluralismo.
En segundo lugar, las declaraciones y la
propaganda de los voceros del régimen y de los medios de
comunicación oficialistas, evidencia un profundo
desconocimiento de nuestra historia republicana, así como
de sus más significativas lecciones. Menciono dos: Por un
lado, que después de más de dos docenas de Constituciones
y de una historia signada por la turbulencia, es tiempo de
enseriarse y comprender la importancia vital de la
estabilidad jurídica y del respeto a los derechos comunes,
para que Venezuela logre avanzar en lugar reproducir los
abusos del poder. Por otro lado, nuestros actuales
gobernantes olvidan que algún día, temprano o tarde, el
poder que ahora usan con tanta arbitrariedad y descaro ya
no estará en sus manos, y el vuelco de la historia les
tomará con la conciencia herida por los múltiples rastros
del despotismo.
La total ausencia de sentido de las
proporciones que a diario exhiben el Presidente Chávez y
sus más notorios seguidores, su incapacidad para
vislumbrar un posible fin, a mediano o largo plazo, de su
poder actual, y la consecuente importancia de controlarse
y restaurar la malograda unidad entre los venezolanos,
revela una pérdida del autodominio y una ausencia de
sentido histórico, que les augura severas frustraciones y
un triste destino.