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Un dedo no tapa el sol
por Angel Rivero
jueves, 14 febrero 2008

                                                                                A Patricia Roncayolo, en la distancia.


Querer tapar el sol con un dedo para ocultar que uno de los miembros de la familia perdió la chaveta, es una estupidez muy venezolana que data de los tiempos de la colonia como herencia española. Bolsería que afecta con mayor rigor a los apellidos ilustres, a los jerarcas del poder y expone al ridículo al funcionario que prohíba hablar de la locura oficial, por muy docto que sea como ministro de salud.

La opinión pública no se come el cuento que a nadie se le fueron las luces y no es necesario hablar de eso, para no darle armas al imperio porque no tenemos ningún loco escondido en la casa. Secreto a voces que conmovedoramente, el titular de Sanidad pretende prohibir a través de un decreto que sancione a quienes nombren en público la soga en casa del ahorcado.

Doña Juana de Castilla paseó dos años por España, el cadáver de su esposo Felipe El Hermoso y cambió el color blanco del luto, por el negro crespón para que sus súbditos la acompañaran obligatoriamente en el duelo y así nació la macabra costumbre de usar el negro en señal de luto. Con toda y su sangre azul, Doña Juana no se curó a pesar del pavoro que infundía el lúgubre cortejo al cruzar los pueblos ibéricos y pasó a la historia como Juana, La Loca.

No es aventurado decir que España se trajo a cuestas a América sus locos egregios y a Caracas le tocaron dos, de los más conspicuos. A Don Nicolás Eugenio de Ponte y Hoyos, un libidinoso gobernador de la ciudad, era muy enamorado y no respetaba mujeres solteras ni casadas, hasta que le dieron un bebedizo y al día siguiente amaneció triste y no hablaba con nadie. No atendía consultas y a veces insultaba a quien se le acercara. De pronto comenzaba a gritar y salía desnudo a la calle persiguiendo a las mozas. Los frailes decían que el demonio se había soltado en la ciudad. Pero nadie mencionaba la insania del alto funcionario por miedo a la autoridad real.

Francisco de Cañas y Merino, otro gobernador de Caracas, no tuvo la suerte de meter miedo y lo condenaron a muerte por violar a una moza en el Guaire. Cañas y Merino se salvó de chiripa, por sus influencias en la Corte peninsular, pero no se curó de su sádica locura.
Ahora, qué el régimen tiene como bandera insultar al rey Juan Carlos, para qué renegar de nuestros ancestros españoles con taras mentales y todo, sí el fantasma de Doña Juana, la loca tocó la cima del poder y el sol le da en la espalda al precursor de la locura del socialismo del siglo XXI y a su sueño de eternizarse en el poder. Lo difícil es tapar el sol con un dedo para que no nombren la soga en casa del ahorcado cuando ya el paciente se perdió en las tinieblas del desvarío.


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