A Patricia Roncayolo, en la distancia.
Querer
tapar el sol con un dedo para ocultar que uno de los
miembros de la familia perdió la chaveta, es una estupidez
muy venezolana que data de los tiempos de la colonia como
herencia española. Bolsería que afecta con mayor rigor a los
apellidos ilustres, a los jerarcas del poder y expone al
ridículo al funcionario que prohíba hablar de la locura
oficial, por muy docto que sea como ministro de salud.
La opinión pública no se come el
cuento que a nadie se le fueron las luces y no es necesario
hablar de eso, para no darle armas al imperio porque no
tenemos ningún loco escondido en la casa. Secreto a voces
que conmovedoramente, el titular de Sanidad pretende
prohibir a través de un decreto que sancione a quienes
nombren en público la soga en casa del ahorcado.
Doña Juana de Castilla paseó dos
años por España, el cadáver de su esposo Felipe El Hermoso y
cambió el color blanco del luto, por el negro crespón para
que sus súbditos la acompañaran obligatoriamente en el duelo
y así nació la macabra costumbre de usar el negro en señal
de luto. Con toda y su sangre azul, Doña Juana no se curó a
pesar del pavoro que infundía el lúgubre cortejo al cruzar
los pueblos ibéricos y pasó a la historia como Juana, La
Loca.
No es aventurado decir que
España se trajo a cuestas a América sus locos egregios y a
Caracas le tocaron dos, de los más conspicuos. A Don Nicolás
Eugenio de Ponte y Hoyos, un libidinoso gobernador de la
ciudad, era muy enamorado y no respetaba mujeres solteras ni
casadas, hasta que le dieron un bebedizo y al día siguiente
amaneció triste y no hablaba con nadie. No atendía consultas
y a veces insultaba a quien se le acercara. De pronto
comenzaba a gritar y salía desnudo a la calle persiguiendo a
las mozas. Los frailes decían que el demonio se había
soltado en la ciudad. Pero nadie mencionaba la insania del
alto funcionario por miedo a la autoridad real.
Francisco de Cañas y Merino,
otro gobernador de Caracas, no tuvo la suerte de meter miedo
y lo condenaron a muerte por violar a una moza en el Guaire.
Cañas y Merino se salvó de chiripa, por sus influencias en
la Corte peninsular, pero no se curó de su sádica locura.
Ahora, qué el régimen tiene como bandera insultar al rey
Juan Carlos, para qué renegar de nuestros ancestros
españoles con taras mentales y todo, sí el fantasma de Doña
Juana, la loca tocó la cima del poder y el sol le da en la
espalda al precursor de la locura del socialismo del siglo
XXI y a su sueño de eternizarse en el poder. Lo difícil es
tapar el sol con un dedo para que no nombren la soga en casa
del ahorcado cuando ya el paciente se perdió en las
tinieblas del desvarío.