La
noche de aquel domingo de diciembre de 1998, en la que
Chávez se adueñó del poder con miras a no soltarlo más
nunca, le calzó las botas a que lo apoyaron y puso correr a
trepadores, oportunistas, ex adecos y adecos, ex copeyanos y
copeyanos y toda suerte de vividores, refugiados en el
chiripero, porque habían olfateado el final de una era; la
desaparición de 40 años de democracia y de gobiernos
civiles.
A muchos de estos oportunistas,
se les encalambró el dedo llamando a viejos ex guerrilleros
retirados, para comprarles sus aventuras izquierdosas para
adosarlas a su prontuario revolucionario y estar presentes
con credenciales a la hora del reparto de cargo, como Roy
Chaderton, copeyano devenido embajador rojo, en México o,
Adelso Sandoval, adeco y periodista guisador de toda la
vida, ahora chavista furibundo como otros reptantes. Qué
decir de rajados como, Iván Padilla Bravo, flamante director
del Conac -responsable de la captura y muerte de Jorge
Rodríguez; padre; en el secuestro de Niehaus- y del mirista
delator, Juan Antonio Aldazoro, periodista, ahora vice
ministerio de Información, también premiado por los rojos,
finalmente, otros mimetizados, olvidados de su pasado
puntofijista, y la guinda militar que recién descubrió el
doloroso comunismo petrolero dolarizado.
Mas el cambio de color político
no es nuevo en Venezuela. El país conoce de otra
desvergüenza como la de ahora, registrada en la historia con
la llegada de Cipriano Castro a la Casa Amarilla, el 23
octubre de 1899: “Como ayer fue domingo, en la Plaza Bolívar
se reunió la multitud para oír la retreta y mirar el
iluminado interior de la Casa Amarilla a la cual fueron
llegando los más altos personajes civiles y militares del
liberalismo amarillo para felicitar al nuevo Jefe. El pobre
Presidente Andrade era el único caído y en su camino de
desterrado no lo acompaña nadie sino el coronel Orihuela.
Sus colaboradores y subalternos de hace tres días aplauden
frenéticos esta noche del 23 de octubre la frase del general
Castro: “el último tirano va camino del destierro”. Ramón J.
Velásquez en: “La caída del Liberalismo Amarillo”.
¿Cuántos acompañarán al Jefe
actual cuando el uh, ah. Chávez no se va, se acalle y el
golpista tenga que tomar las de Villa Diego?