En
una importante alocución que tuvo lugar la semana pasada
el Presidente Bush calificó al régimen cubano de "Gulag
tropical". Con la firmeza que le caracteriza y que
enciende la ira de sus adversarios, Bush colocó sobre la
dictadura castrista un epíteto resonante y atinado, que
recuerda al mundo la verdadera naturaleza de un despotismo
que oprime a los cubanos desde hace más de cuatro décadas,
ante la mirada complaciente de buena parte de los
gobiernos de Europa y América Latina.
Bush se refirió a la actitud condescendiente y tolerante
de tantas democracias europeas y latinoamericanas, que
contaminadas por el complejo anti-yanqui siguen
coqueteando con Castro, favoreciéndole con una perspectiva
romántica e idealista que nada tiene que ver con la
realidad del Gulag tropical. Bush ratificó que bajo su
mandato no se harán concesiones al régimen comunista y
anunció la creación de un fondo de ayuda al proceso de
transición que se avecina en la isla, indicando que para
obtener ese apoyo la nueva Cuba deberá garantizar libertad
de expresión y asociación a sus ciudadanos y la eventual
realización de elecciones limpias y transparentes.
El mensaje de Bush es particularmente oportuno pues en
Cuba ya se perciben vientos de cambio, que se
intensificarán durante los venideros meses y forzarán a la
tiranía comunista a enfrentarse a una tan inevitable como
necesaria transformación. Como todo régimen totalitario,
dijo Bush, "El régimen cubano oculta horrores todavía
desconocidos para el resto del mundo", horrores que
"avergonzarán a los defensores del despotismo castrista y
a todas las democracias que han guardado silencio".
La izquierda internacional, sobre todo en Europa, América
Latina y aún dentro de Estados Unidos, tiene mucho de qué
avergonzarse por su postura con frecuencia harto
complaciente hacia un régimen que ha convertido a Cuba en
una nación de prisioneros, robándole a varias generaciones
la libertad y la dignidad, todo ello bajo el pretexto de
la lucha "anti-imperialista". Algo semejante está tratando
de hacer el actual gobierno venezolano con su ideología
radical y pretensiones mesiánicas, pero Hugo Chávez
enfrenta mayores dificultades de las que tuvo Castro en su
momento. La más relevante de ellas consiste en que los
venezolanos conocemos el resultado del experimento cubano
y le desechamos sin equívocos. Además el régimen
venezolano, corrompido hasta los tuétanos, carece de la
voluntad de violencia descarnada que ha caracterizado a
Castro.
No es que rechacen la violencia o no aspiren establecer
acá un nuevo totalitarismo. Al contrario: Hugo Chávez y
sus aliados son hondamente violentos en su espíritu y
propósitos y buscan doblegar al país entero, pero no se
atreven a desatar sus odios con la crudeza de Castro, al
menos todavía. Cuando lo hagan, pues seguramente lo harán,
sellarán su doloroso final con sangre de venezolanos y
venezolanas, porque ese es el destino más probable de este
proceso político, para desgracia de todos.