Todas
las revoluciones cometen crímenes. Lo que las diferencia
es la disposición a proclamarles como necesarios u
ocultarles como inconvenientes. Robespierre alabó la
guillotina, Lenin exaltó la horca, Mao Zedong apeló al
hambre y el Che Guevara reivindicó el paredón. En cambio,
el revolucionario Hugo Chávez pretendió en sus inicios que
su revolución sería "bonita". El proceso bolivariano ya
lleva a cuestas varios crímenes, como los cometidos en
Puente Llaguno, Caracas, en abril de 2002; mas el régimen
ha hecho grandes esfuerzos para distorsionar la historia y
convertirse de victimario en víctima. La revolución
chavista ha procurado disimular su criminalidad
revolucionaria. No obstante, esa situación está cambiando.
Cualquiera que haya visto y escuchado al Presidente
venezolano en la televisión, el pasado día viernes 23 de
noviembre, cuando se explayó durante cinco horas en
agresiones, improperios, insultos y amenazas contra sus
adversarios políticos, en uno de los episodios más
degradantes protagonizados por un Jefe de Estado en el
mundo entero, debe haber percibido que el proceso
bolivariano ya está anunciando sin equívocos su verdadera
vocación criminal. Si quien lee ahora estas líneas es
renuente a creer lo que afirmo, le sugiero que vea en
Internet la grabación o lea el texto de ese programa. Allí
Hugo Chávez, además de demostrar que es indigno de la
Presidencia de la República, puso de manifiesto su caída
desde un pedestal original como redentor de una democracia
herida, hasta el fondo del abismo que le ha transformado
en un tiranuelo latinoamericano más.
Ni el engañoso barniz del Socialismo del Siglo XXI, ni las
aspiraciones liberadoras, ni los llamados a la igualdad y
la justicia social son ya capaces de esconder el naufragio
de la imagen del líder y el incesante desmoronamiento de
su proyecto político, dentro y fuera de Venezuela.
Cabe recordar que en 1999, cuando Hugo Chávez asumió la
Presidencia del país, hubo un momento, pasajero pero real,
durante el cual su figura mesiánica sumó el respaldo del
92% de los venezolanos entonces encuestados. ¡Noventa y
dos por ciento! Un pueblo entero se volcaba de buena fe en
la presunta dirección de una renovada esperanza. ¿En qué
transmutó Chávez esa inmensa reserva de confianza y buena
voluntad? ¿Qué pasó para que esa especie de héroe se
hiciese lo que es hoy, un violento ser humano
circunstancialmente poderoso, que escudado tras su poder
incita al crimen contra los que se atreven a disentir de
su rumbo político? ¿Qué pasó para que un líder que —muchos
creyeron— llevaría a Venezuela a un futuro mejor haya
acabado por entregar el país a Fidel Castro y atar nuestro
destino al de un fracaso sangriento, como lo ha sido y es
la revolución cubana?
No son tan sólo ésas las preguntas que me inquietan. En
realidad escribo estas palabras a manera de alerta hacia
los que todavía apoyan este régimen corrupto y traidor a
la Patria. Es importante que sepan que el proceso
bolivariano ya está muy cercano a pasar a otra etapa, a
cruzar la línea divisoria que separa el anuncio del crimen
de su realización concreta. Es cada día más evidente que
Hugo Chávez perdió por completo el sentido de las
proporciones, se ha hundido en el pantano del odio y se
apresta a aferrase al mando a como dé lugar y al precio
que sea. Me temo que este régimen cobrará caro a los
venezolanos su eventual salida del poder. Por tanto,
repito a los que le respaldan: Si no desean comprometerse
en la criminalidad política, están aún a tiempo de
evitarlo.