Durante
la Edad Media, las bellas artes eran consideradas
bendiciones que aseguraban el futuro a los creadores, si
una corte o señor feudal se convertía en sus mecenas.
Devenidos cortesanos, los ungidos olvidaban la vida
miserable de los siervos, una vez resuelto sus problemas.
La Edad Media se hundió en
la historia, pero la costumbre de recibir regalitos
pervive en el tiempo y algunos talentos sucumben a este
soborno, tan del gusto de los tiranos. Lenidad a la que no
escapa nuestro medio cultural donde su historia oculta
señala que a muchos artistas los sátrapas
les mojaban las manos por una
jaladita a tiempo -entre ellos- a Teresa Carreño.
En su tiempo, Guzmán
alardeaba de su impunidad para comprar talentos. Sin
embargo, Cristóbal Rojas, pensionado por el gobierno de
Crespo, no aceptó ese soborno cuando se topó con Guzmán en
París: “el vanidoso ex
presidente le dijo que cómo era posible
que estudiara pintura en
París, cuando todo el mundo sabía que el
lugar indicado para
estudiar ese arte era Italia”, J. A. Calcaño
en: La ciudad y su
música”. Reproche que Rojas no aceptó y le
aclaró que Italia no tenía las novedades desarrolladas en
París. La dignidad de Rojas molestó a Guzmán y exigió a
Crespo la suspensión de su beca porque no aceptaba que un
pintor supiera más de pintura que él.
En la Aclamación de 1887,
la vida en el país seguía tan precaria como en la Edad
Media. Teresa estaba en Caracas y ya era famosa, pero
sucumbió a las zalemas y compuso un
Himno a Guzmán Blanco,
que cantó Giovanni Tagliapetra, su esposo. El sátrapa se
entusiasmó con el templón de cuerdas y sacó del erario
público 100 mil bolívares -cifra fabulosa en un país en
ruinas- que confió a la pianista para formar una compañía
de ópera. Un proyecto delirante que terminó en fracaso,
por la mediocridad de los músicos que contrató la artista.
El gobierno compró en 20 mil bolívares los bienes de la
compañía, se quedó con el piano fabricado para Teresa y
del resto del dinero del proyecto más nada se supo.
Cristóbal Rojas pasó a la
posteridad sin mácula mientras que a Teresa, el tiempo
castigó sus zalemas y la obligó a contemplar, el teatro
erigido en su honor, convertido en un gallinero donde el
talento y la ignorancia se acuestan por 30 monedas de
plata.