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Israel y la paz: Aspectos conceptuales 
por Aníbal Romero  
sábado, 28 julio 2007



Pareciera difícil hallar alguien que afirme no desear la paz. Se trata de un bien tan significativo que todos pretendemos como mínimo aspirar al mismo. No obstante, cuando se trata de Estados y países enteros el tema de la paz se complica conceptualmente. En realidad, si hablamos de Estados coexistiendo unos con otros la paz no debe entenderse como un fin en sí misma sino como un medio. El verdadero fin es la seguridad. De lo contrario, no importa cuánto busquemos la paz y cuánto de veras la queramos, pues en ausencia de seguridad un Estado, en este caso específico el Estado de Israel, se encontrará sujeto a la voluntad de los que no deseen la paz. Sin seguridad la paz es una quimera, mas con seguridad la paz se hace al menos posible.

Como con agudeza ha aseverado Henry Kissinger, "Siempre que la paz —concebida como la eliminación de la guerra— ha sido el objetivo primordial de una potencia o un grupo de potencias, el sistema internacional ha estado a merced del miembro más feroz de la comunidad internacional. Siempre que el orden internacional ha reconocido que ciertos principios no se pueden violar, ni siquiera en aras de la paz, la estabilidad basada en el equilibrio de fuerzas ha sido por lo menos concebible". Kissinger escribía estas líneas con referencia al panorama europeo durante las guerras napoleónicas y el Congreso de Viena de 1814-1815. Aplicando sus reflexiones al caso actual de Israel, es evidente que buena parte del mundo árabe-islámico no parece dispuesto a aceptar un conjunto de principios de reconciliación inviolables en sus relaciones con el Estado judío, por lo que una precaria estabilidad (podríamos deci, una precaria seguridad) ha sido lo que en la práctica ha resultado posible obtener desde la fundación de Israel y hasta el día de hoy.

Desear la paz es loable, pero no es sensato buscarla a toda costa si se trata de un Estado sometido a los desafíos que enfrenta Israel. Lo que debe procurarse es la seguridad, que a su vez puede abrir las puertas a una paz de equilibrio. Desafortunadamente Israel no puede esperar, por ahora y en el futuro previsible, una verdadera paz de reconciliación con el mundo árabe-islámico. La meta razonable —y ella misma nada fácil de obtener— es una paz sustentada en el balance de fuerzas y la disuasión. Y cabe tener presente que aún esta paz limitada o precaria no es, como ya insinué, cosa sencilla de conquistar, pues la disuasión sólo funciona contra adversarios presumiblemente racionales, capaces de calcular las posibles consecuencias de sus actos, pero no se aplica con igual intensidad cuando concierne a "Estados locos" ("crazy states", según los términos del Profesor Yehezkel Dror), como por ejemplo el Irán de Mahmoud Ahmadinejad.

Hemos intentado esclarecer hasta ahora tres puntos: 1) Cuando hablamos de Estados y sociedades en contextos conflictivos la paz no debe ser concebida como un fin en sí misma, sino como un medio. El fin es la seguridad. 2) Un marco de seguridad puede generar la paz, pero no necesariamente la reconciliación. 3) Esta última —la reconciliación— va más allá de la mera seguridad y de la paz de equilibrio, y es resultado de la aceptación del contrario como un actor legítimo, con derecho a vivir.

Lo anterior nos conduce a otro punto conceptual que debemos destacar. Es obvio que el mundo árabe-islámico se ha visto forzado a convivir con Israel, pero ello no significa que la haya aceptado como una entidad político-social legítima. En este sentido importa sobremanera aclarar cuál es la verdadera naturaleza del reto que el Estado judío plantea al mundo que le circunda en el Medio Oriente. Considero que Israel es rechazada por los árabes no solamente porque es un Estado judío, sino porque es una sociedad abierta y democrática cuya mera presencia, y cuya demostrada capacidad para sobrevivir y progresar en los terrenos científico, industrial, agrícola, cultural y militar, introducen un elemento adicional, de enorme importancia, en la explosiva crisis civilizacional por la que atraviesa en su conjunto la civilización islámica del Medio Oriente.

Dicho de otra manera, la civilización islámica está hoy sometida al desafío de dejar atrás lo que Karl Popper llamaba "la sociedad tribal", entendida como sociedad pre-moderna, cerrada, rígida y dogmática, e incorporarse gradualmente al mundo moderno. Este es un desafío que pertenece a la civilización islámica misma y no está necesariamente vinculado a Israel sino de forma indirecta. Es un desafío que tiene que ver con el avance de la modernidad y la globalización, y que se habría producido aún si Israel no existiese. Sin embargo, la vigencia de Israel añade un elemento complementario y combustible al horizonte político-militar de un Medio Oriente sacudido por una severa crisis civilizacional, en la que el mundo árabe-islámico se juega su propia viabilidad a mediano y largo plazo.

Lo más complicado de todo esto, desde la perspectiva del Estado judío, es que sólo el cambio interno de las sociedades árabe-islámicas, su paso desde el esquema de sociedades cerradas al de sociedades abiertas y democráticas, podría generar hacia adelante una actitud distinta con relación a Israel, que ya no sería vista como una amenaza cultural, es decir, espiritual y no solamente militar, sino como un país cuya existencia es legítima y puede ser admitida por sociedades reconciliadas consigo mismas. Expresado con otras palabras, mientras dure la crisis civilizacional en el propio seno de las naciones árabe-islámicas, y permanezca allí incierta la confrontación entre la sociedad cerrada que se niega a morir y las sociedades abiertas que quizás intenten surgir, Israel continuará representando una amenaza que trasciende los esquemas capaces de dar sustento a una paz de reconciliación.

Por ahora, insisto, y tal vez por largo tiempo —no lo sabemos— lo que podría lograrse en el Medio Oriente es un contexto de seguridad aceptable para actores clave, como el que ya existe entre Egipto e Israel. Pero está visto que los principales enemigos del Estado judío en esta coyuntura son precisamente los grupos y movimientos sociales que de manera más nítida representan la regresión hacia la sociedad cerrada, jerárquizada, rígida, anti-democrática, anti-liberal y pre-moderna, como Hamas, Hezbolá, la dictadura siria y la Teocracia iraní. Estos sectores perciben a Israel como una amenaza que va mucho más allá de lo militar, y que se enlaza con un sentimiento de crisis civilizacional de un mundo en convulsión.

El Estado judío debe buscar a la paz pero sin engañarse acerca de la naturaleza del problema que la paz significa. Me temo que, por ahora, la paz estará basada en la fuerza, la seguridad, y la disuasión. El ideal de una paz de reconciliación genuina está más allá de lo que sensatamente puede alcanzarce, y por ello Israel debe asimilar a fondo su realidad existencial, y no perder de vista la magnitud del desafío que representa para sus adversarios, no sólo —repito— por ser un Estado judío en medio de un agitado océano de ancestral antisemitismo, sino porque es una sociedad moderna, abierta y democrática que genera un profundo reto espiritual a un mundo diferente, un mundo que todavía no ha sido capaz de resolver sus contradicciones internas, y que sigue escindido entre un pasado que le cierra puertas y un futuro que le atemoriza.

 
 

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