En
1962 la Unión Soviética desplegó misiles nucleares en
Cuba. Su propósito no fue defender a Castro sino
equilibrar un balance estratégico que en ese momento
favorecía a Estados Unidos. Para los soviéticos Cuba era
un portaviones inmóvil en el Caribe, desde el cual
alcanzar buena parte del territorio norteamericano con
cohetes de mediano rango. Nikita Khrushchev los colocó a
noventa millas de Florida a pesar de las reiteradas
advertencias de Washington. Los soviéticos, de paso,
sabían que los estadounidenses contaban con el avión espía
U-2, capaz de detectarles. No obstante, se arrojaron a la
aventura.
Después de esos eventos Castro confirmó varias veces que
se opuso al retiro de los misiles, asumiendo el riesgo de
una guerra nuclear, que de haberse producido habría
devastado su isla y aniquilado su revolución. Khrushchev,
a diferencia de Castro, no era un demagogo mesiánico sino
un experimentado comunista, de cautelosa raigambre
estalinista. Luego de la humillación que significó el
retiro de los misiles Khrushchev fue destituido. Su
temeridad casi condujo al mundo a un cataclismo.
La llamada crisis de los cohetes arroja lecciones
importantes y obliga a preguntarse: Si los soviéticos, que
eran dirigentes veteranos, curtidos y prudentes, llegaron
tan lejos, ¿qué no estarán dispuestos a hacer personajes
como Mahmoud Ahmadinejad y Hugo Chávez? ¿Son estos últimos
otra cosa que agitadores estridentes? ¿No es acaso atinado
ubicarles en la categoría de iluminados, con vocación
despótica y una obvia carencia de sentido de las
proporciones?
Hugo Chávez se apresta a adquirir submarinos de manos de
Putin y sus mafias. ¿Alguien cree de veras que los busca
para proteger las islas venezolanas, controlar el
narcotráfico o combatir un bloqueo naval de Estados
Unidos? Con unos pocos submarinos no se derrota a la
Armada norteamericana en el Caribe, pero unos pocos
submarinos misilísticos rusos, provistos con armamento
iraní, lograrían tres cosas: Primero, extender el alcance
de la venidera fuerza nuclear de Irán desde el Golfo
Pérsico hasta el vecindario del "imperio". Segundo,
conceder a Chávez y Ahmadinejad el instrumento sicológico
que necesitan para amenazar de manera efectiva a Estados
Unidos. Tercero, funcionar como mecanismo de disuasión
frente a Washington. Teherán se acerca día a día a su meta
de desarrollar armas atómicas, y Hugo Chávez conoce esta
realidad.
Lo anterior es una conjetura y carezco de pruebas al
respecto. Tengo la convicción que Chávez toma en serio su
guerra contra el "imperio" y que es errado subestimar su
delirio. Antes de dejar el poder, tarde o temprano, Chávez
desatará una tormenta interna, internacional, o ambas
combinadas, para dar sentido final a una revolución hasta
ahora carente de contenidos épicos.
Chávez está persuadido que Washington es un tigre de
papel, y quizás tenga razón. Después de Vietnam e Irak,
Estados Unidos ha devenido en un gigante maniatado por sus
inhibiciones. El Partido Demócrata y gran parte de la
prensa son derrotistas y menosprecian a su propio país, al
que atribuyen todos los males. Roma fue un imperio, Gran
Bretaña también, pero Estados Unidos, como decía Teddy
Roosevelt, no tiene estómago para serlo. Si Chávez y
Ahmadinejad fuesen menos imprudentes aguardarían que los
Demócratas retornen a la Casa Blanca. Entonces todo será
más fácil.