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La puñalada de Earle Herrera a la UCV
por Angel Rivero
domingo, 21 octubre 2007


Como nunca tuvo en su haber ni siquiera el rolazo de un policía durante la lucha revolucionaria en los años sesenta-setenta, que pueda contar a los atarbanes chavistas para ganarse su respeto, el diputado Earle Herrera vive acomplejado. Y no es para menos porque en esos años, el humilde muchacho de El Tigre era un señorito enmantillado del aborrecido puntofijismo y alumno mimado de los profesores de la Escuela de periodismo de la UCV -miserables lacayos del imperialismo- quienes violando las leyes racistas de la institución lo acogieron en su seno  porque, a pesar de su pelo amarillo chicharron y sus rasgos negroides, intuyeron en él un talento probo.

Un pelón de bolas del claustro que aprovechó Earle porque Héctor Mujica, el director de la Escuela - quien también era pelo chicha - violó las leyes coloniales elitescas de la UCV, que no aceptan negros ni mestizos, y lo contrató como preparador para que comprara una ropita al ver la raídas hilachas de su sudada franelita.

Mas la discriminación racista del director no se detuvo aquí y por su mediación Earle ingresó como colaborador en el derechista diario El Nacional, cara aspiración de los estudiantes de periodismo en esa época, donde se dio a conocer en el país. Sus buenas notas y el don de la creación, le granjearon un cargo docente en la despreciable UCV, que aún no era capaz de dejarse vencer por las sombras. Faltaban muchos años para que bolivita intentara hacerlo y Earle ofreciera su puñal para degollarla.

Entre tanto, el joven docente y escritor promisor, gozaba de los mimos de la oligarquía y de la adulancia de los camaradas intelectualosos, becados por el Conac o la UCV, que medraban con Earle el whisky de la derecha asidua de la República del Este para escuchar las historias reales o inventadas de la guerrilla derrotada, que se emborrachaban sin pagar mientras esperaban la gran novela del siglo del promisor escritor.

Picado por tantas historias heroicas, Earle también inventó su propio mito y un día sorprendió a sus camaradas de bebida con el cuento sensiblero de una infancia triste en los campos petroleros de El Tigre, donde los niños gringos se divertían en grandes reservaciones paradisíacas mientras él, niño mestizo, los veía merendar a través de las alambradas, con la boca hecha agua. Ese fue su primer encuentro con el imperialismo yanqui y la cara cruel de la discriminación racial, recuerdo que devino odio contra la UCV cuando bolivita le abrió los ojos, porque a él también lo discriminaron por ser bembón en la casa de los sueños azules, cuna de la peste militar que describe la pluma feroz de Manuel Caballero.  

Tanto trasnocho y la vil caña a destiempo, hicieron que Earle mandara para al carajo a la novela del siglo y su responsabilidad  docente mientras se hundía por más de diez años en el tremedal de la bohemia. Tiempo en el que no dejó de cobrar ni un mes de su sueldo, a pesar de que abandonaba los cursos al apenas abrirlos. Carga que asumió la UCV, porque el profesor de marras aludía sufrir de traumas existenciales. Pero la historia del Earle no culmina aquí. En una de sus rascas memorables, una prostituta en El Callejón de La Puñalada lo arrastró a un hotelito de paso donde lo despojó hasta de la ropa interior y los zapatos. De allí salió a la calle, descalzo y vestido con un pantalón de mujer, donde lo encontró un profesor de la Escuela de Periodismo, también de rasgos negroides. De esta aseveración puede dar fe, el ex rector Edmundo Chirinos, quien ordenó la reclusión de Herrera en el Hospital Clínico Universitario y posteriormente en la Clínica Psiquiátrica El Cedral, para curarlo de su adicción etílica. Un episodio que hubiera sido una buena Crónica de Caña y muerte, como la de Orlando Araujo, o su gran  novela del siglo. Una obra literaria más honrosa que el miserable espectáculo que dio el diputado en la Asamblea  buscando argumentos para degollar a su universidad, herida de muerte, en esta hora menguada.

 Después del episodio del hotel, un director de la Escuela de Periodismo -quien para mayor coincidencia también tiene el pelo malo- lo expulsó de su cátedra y lo transfirió a un cargo administrativo donde aguardó su jubilación con todos sus beneficios y todavía se espera su gran novela del siglo.

He aquí la catadura moral y la razón de la dentellada caníbal de este afro descendiente, a la garganta de la UCV, acusándola de racista, para pedir en la Reforma de la Constitución, el voto de los empleados administrativos – la mayoría tan flojos como Earle para el trabajo y enemigos de la UCV – además del voto estudiantil en pleno, para dejar en minoría al cuerpo docente que elije a las autoridades universitarias, con el sólo propósito de destruir la autonomía ucevista y convertir en realidad su ansiado currículo fascista. Así paga el diablo.


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