En
su "Archipiélago Gulag" Alexander Soljenitsin se pregunta
qué distingue la maldad de figuras como Macbeth y Yago en
los dramas de Shakespeare, de la horrenda conducta de los
verdugos en los campos de prisioneros soviéticos. El autor
ruso no duda: ¡La ideología! "He aquí lo que da la
justificación buscada a la maldad y la dureza prolongada
al malvado. La teoría social que ante él mismo y los demás
le ayuda a blanquear sus actos y a escuchar, en lugar de
reproches, loas y honores. Así, los inquisidores se
confortaban con el cristianismo; los conquistadores, con
el engrandecimiento de la patria; los colonizadores, con
la civilización; los nazis, con la raza; los jacobinos
(anteriores y posteriores), con la igualdad, la
fraternidad y felicidad de las generaciones futuras".
(Barcelona: Plaza & Janés, 1974, Vol. 1, p. 139).
En Macbeth, Yago y otros malvados de su estirpe, escribe
Soljenitsin, las justificaciones eran endebles y la
vergüenza acabó con ellos. Yago era un criminal de
fantasía limitada y unos pocos cadáveres agotaban su
fortaleza. Todo eso les pasaba por carecer de ideología,
pues antes de hacer el mal a la manera de los sistemas
totalitarios del siglo XX, los que se degradan deben
concebirlo como un bien, o como una "acción lógica, con
sentido. Así es la naturaleza del hombre, que tiene que
buscar justificación a sus hechos". Los malvados de
Shakespeare no traspasan el umbral que divide la vileza
del intento de justificarla con la ideología. Lo que
caracteriza a los revolucionarios es el esfuerzo de hallar
justificación a todo mediante una explicación ideológica.
No pretendo comparar el Gulag soviético con lo que hasta
ahora conocemos sobre el Socialismo del Siglo XXI. Deseo
argumentar lo siguiente: En primer lugar que el propósito
real de esta ideología no es proponer un programa de
cambio concreto y positivo para Venezuela, sino justificar
lo que se le antoje a un autócrata y un régimen que
actuarán de modo crecientemente arbitrario y carente de
controles normativos. En segundo lugar que el camino hacia
un cada día más hondo abismo de inescrupulosidad política
y ética se caracterizará por el aumento de la mentira como
signo de la acción del régimen, y desembocará en faltas
más graves. Por último que aunque sería excesivo asimilar
los personajes que nos gobiernan con figuras
shakespearianas, pues carecen de la complejidad sicológica
para ello, su maldad tampoco ha alcanzado aún la categoría
criminal de sistemas totalitarios como el soviético o el
cubano. No obstante, nuestros revolucionarios criollos no
parecen entender que la dinámica de los eventos les está
empujando en una dirección muy peligrosa, pues la
ideología socialista, tomada en serio, es la ideología del
Gulag.
Soljenitsin atinó al focalizarse sobre la ideología como
factor clave de la maldad moderna. La ideología socialista
tiene la particularidad de ser considerada un instrumento
de justicia, y por tanto cumple con mayor eficacia que el
nazismo, por ejemplo, la tarea de justificar las tropelías
de quienes la enarbolan. La mentira es síntoma inequívoco
de su funcionamiento. En días recientes vimos a la
Presidenta del Tribunal Supremo de Justicia afirmar que ya
que el socialismo es un concepto socioeconómico, y la
Constitución un documento jurídico, no es necesaria una
Constituyente para proclamar un nuevo texto constitucional
que decrete la República Socialista de Venezuela.
Semejante disparate no es sólo producto de la ignorancia
sino de la voluntad de torcer la verdad para complacer al
autócrata. Poco después una Ministro aumentó los precios
de los alimentos, rindiéndose ante las fuerzas del
mercado, pero al hacerlo aseveró que en realidad los
estaba reduciendo. Finalmente el ex-Vicepresidente del
país, refiriéndose al poder casi absoluto del Jefe de
Estado venezolano, dijo que, por el contrario, Hugo Chávez
representa el "anti-poder".
Estos casos, tan reveladores como deleznables, ponen de
manifiesto que el Socialismo del Siglo XXI está ejerciendo
su papel como cobertura ideológica para la
institucionalización de la mentira. Es difícil que quienes
nos gobiernan acepten la advertencia que me atreveré a
hacerles, y jamás creerán que un miembro de la oposición
pueda actuar sin mala voluntad hacia ellos. Mas les digo:
¡Deténganse a tiempo! Durante ocho años Venezuela ha
experimentado severas turbulencias, pero ahora entramos a
una etapa cualitativamente distinta, con el intento por
parte del régimen de imponer la quimera socialista. Por
ese camino la maldad cambiará su carácter, y el
deslizamiento hacia el foso se acelerará. Todos
sufriremos, pero el precio moral que pagarán los que se
empeñan en jugar a la revolución será el mayor de todos.