El
Presidente francés ha advertido con firmeza acerca de los
riesgos de guerra derivados del programa nuclear iraní.
Esta actitud del nuevo mandatario contrasta favorablemente
con las canalladas de su predecesor, Jacques Chirac. No
obstante algunos se han escandalizado con los llamados de
alerta de Sarkozy, quien en realidad se ha limitado a
decir la verdad: el programa nuclear del régimen
revolucionario iraní seguramente encenderá las llamas de
otra guerra en el Medio Oriente.
No debemos sin embargo perder de vista lo siguiente:
Cuando Sarkozy habla de la posibilidad de una guerra se
refiere a enfrentamientos bélicos que llevarían a cabo
otros, pues ni Francia ni Europa tienen la disposición o
los medios para hacer la guerra. El único instrumento de
proyección de fuerza militar francés más allá de sus
fronteras, el portaviones Charles De Gaulle, jamás ha
disparado ni disparará un tiro y pasa la mitad de su vida
en reparaciones. La Europa actual, fatigada, escéptica,
saciada y temerosa difícilmente pelearía por su vida;
podemos olvidarnos de su voluntad de combatir por algún
principio.
No discuto las razones que puedan tener los europeos para
desear que sus vacaciones de la Historia sean permanentes,
para olvidar tantas crueldades, para confiar que su
existencia muelle y apacible no sea perturbada por los
conflictos que hierven en el resto del mundo. Si los
europeos quieren convertirse en meros guardianes del museo
que les legó su extraordinario pasado, pues que lo hagan.
El problema es que Europa no quiere detenerse allí. Europa
en general, y Francia en particular, no se conforman con
ello sino que sus élites aspiran actuar como protagonistas
en el drama global. Eso sí: hablan de guerra pero sin
capacidad de hacerla; enarbolan elevados principios pero
sin ánimo de defenderlos más allá de las palabras;
cuestionan y critican pero desde una realidad de
impotencia. Europa quiere olvidar mas no quiere que la
olviden.
Esta es una de las facetas más discutibles y peligrosas
del actual panorama mundial. Me refiero a la creciente
brecha entre las pretensiones morales de los débiles y las
efectivas realidades del poder. Resulta entonces que una
entelequia como la ONU, inmovilizada por los intereses
contrapuestos que la componen, y una entidad etérea como
la Comunidad Europea, que es un coro cacofónico, ansían
cubrirse con el manto de la legitimidad moral a pesar de
que nunca están dispuestas a actuar en concreto, en la
práctica, pagando costos específicos, para lograr los
sublimes objetivos que proclaman.
Tal vez el Vaticano pueda darse ese lujo, el lujo de
asumir una postura de legitimidad moral sin poderío
militar, pero no olvidemos que el Vaticano es una
institución basada en lo espiritual. En el caso de Francia
y Europa el problema es más complejo. Ya es evidente, por
ejemplo, que Alemania nunca ha tenido la intención
efectiva de confinar a Irán en su búsqueda del arma
atómica, sino que se concentra en multiplicar sus enormes
negocios con Teherán. Los europeos han promovido la
diplomacia sin avanzar un paso; entretanto Irán se acerca
a su meta. Sarkozy parece haber entendido que Europa no
debe continuar actuando del modo irresponsable en que lo
ha hecho, protegida como ha estado desde 1945 hasta el
presente por el poderío militar de Estados Unidos. En este
sentido Francia está dando un paso adelante, que consiste
sencillamente en recordar que en relaciones
internacionales las pretensiones morales sin el poder que
las respalde son cascarones vacíos.