La
alegría del transeúnte sonreído, de la poesía Aquiles Nazoa
había desaparecido de la cara del caraqueño, en noviembre de
1957. La gente evadía mirar de frente para no toparse con el
rostro intimidante, de los soplones y esbirros de la
Seguridad Nacional, quienes imitaban la mirada torva de
Pedro Estrada -el director de la tenebrosa policía del
régimen que administraba el miedo entre la población, para
garantizar el orden- que tanto gusta a los militares.
Con unos tragos
demás en una fiesta del Círculo Militar, a Pérez Jiménez la
rasca le dio por la nostalgia del poder cuando le tocara
dejarlo en diciembre. Pasada la borrachera pensó en la
caterva dictatorial del Caribe y Suramérica, quienes
detentaban el poder por el terror y decide imitarlos
auspiciando un plebiscito como una fórmula electoral no
contemplada en su propia constitución, con el propósito de
ser reelecto para el periodo presidencial 1958 – 1963 y los
sucesivos.
Historia que pretende reeditar 50 años después, bolivita con
la complicidad del complaciente Tribunal Supremo de
Justicia; presto a avalar los más vergonzosos exabruptos
jurídicos para eternizarlo legalmente en el poder, con la
ineptitud de la Asamblea Nacional arrodillada y el
acobardado Consejo Nacional Electoral -que nada tiene que
envidiarle en desvergüenza- al remoto Consejo Electoral
perejimenizta,
incapaz de mover un pie sin permiso del tirano de Michelena.
Armada la trampa
democrática, el 5 de noviembre Pérez Jiménez anunció en el
Congreso Nacional que la elección presidencial se realizaría
en un plebiscito, a celebrarse el 15 de diciembre donde
votarían los venezolanos mayores de 18 años y los
extranjeros, con 2 años de residencia en el país. Proceso
que en nada difería en arbitraje al del servil CNE actual,
rector del plebiscito del 2 diciembre.
Cegado por la
ebriedad del poder, Pérez Jiménez ordenó a sus esbirros
intensificar la represión para incrementar el terror que
garantizaba el triunfo. Pero el movimiento estudiantil de
la UCV no se amedrentó y el 20 de noviembre salió a la
calle. El transeúnte caraqueño volvió a sonreír y gritó
también al escuchar la consigna de la rebeldía estudiantil:
¡Abajo la dictadura! ¡Muera el tirano! Grito de libertad que
se regó en la ciudad y encontró eco en las homilías
dominicales de los templos, en los gremios profesionales, en
los obreros y en los ciudadanos más humildes.
Los caraqueños y
Venezuela entera habían perdido el miedo. Pérez Jiménez ganó
el plebiscito de 1957, pero sabía que sus días estaban
contados junto a su ambición de eternizarse en el poder.
Destino inexorable, que 50 años después, bolivita pretende
evadir con el incremento de la represión para conjurar el 23
de enero -que todo dictador lleve encima y no lo deja
dormir- porque sabe que su régimen está condenado a muerte.