Hoy
como ayer, la calma chicha gusta mucho a los dictadores
porque el miedo que infunde les sirve para atornillarse en
el poder. Sin embargo, esta tranquilidad de música luctuosa
también asusta al aspirante a eternizarse en la silla de
mando, le eriza la piel y no lo deja dormir.
De J.V. Gómez se
sabe que era muy valiente, pero no obstante, no había nada
que lo aterrara más que el rumor de las conspiraciones, las
huelgas, los estudiantes y -por supuesto, como en los
tiempos actuales- los periodistas.
1919 fue un año de intensa actividad para la oposición al
régimen y de nerviosismo para los Carreño de la época,
quienes se reventaban corriendo hasta Maracay para delatar
las candelas que se prendían por el país. Ese año se produjo
el alzamiento, del capitán Pimentel donde estaban
comprometidos civiles y oficiales egresados de la Escuela
Militar. Conspiración que desveló a Gómez y le hizo aumentar
las dosis de aguamiel para dormir tranquilo. Rumor de
sables al que se sumó una serie de huelgas que obligaron al
gobierno a enfrentar este despertar sin precedentes. El 16
de julio los estibadores paralizaron el Puerto de La Guaira
solicitando mejoras salariales. Ese mismo día estalló el
paro de los tranvías de Caracas y del ferrocarril Caracas-La
Guaira. También se paralizaron los obreros de la fábrica de
Fósforos y los de la Cervecería Perret
reclamando idénticas reivindicaciones.
Mas
Gómez no incurrió en una estupidez como la conspiración
mediática para inculpar a la oposición de su tiempo, ni
sembró el odio entre los venezolanos para que sus seguidores
lo vinieran a salvar. No, a pesar de su ignorancia el
dictador medieval fue más inteligente y no perdió el poder
al decir a su valido Victorino Márquez Bustillos: en
parte tienen razón los trabajadores para exigir aumento de
jornal, debido al alza de todos los artículos que hacen más
cara la vida. Y aconseja que se resuelvan estos
problemas- entre capitalistas y obreros, de forma justa y
razonable de modo que ni el obrero quede esclavo del
capitalista, ni éste quede a merced de tiránicas
imposiciones del otro. Con sólo pensar un poquito, Gómez
salió airoso sin la ayuda de sus diputados -tan serviles
como los de nuestro tiempo, que aprobaron la Reforma para
justificar su vileza.