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Conspiraciones y huelgas en 1919
por Angel Rivero
martes, 13 noviembre 2007


Hoy como ayer, la calma chicha gusta mucho a los dictadores porque el miedo que infunde les sirve para atornillarse en el poder. Sin embargo, esta tranquilidad de música luctuosa también asusta al aspirante a eternizarse en la silla de mando, le eriza la piel y no lo deja dormir.

De J.V. Gómez se sabe que era muy valiente, pero no obstante, no había nada que lo aterrara más que el rumor de las conspiraciones, las huelgas, los estudiantes y -por supuesto, como en los tiempos actuales- los periodistas.

1919 fue un año de intensa actividad para la oposición al régimen y de nerviosismo para los Carreño de la época, quienes se reventaban corriendo hasta Maracay para delatar las candelas que se prendían por el país. Ese año se produjo el alzamiento, del capitán Pimentel donde estaban comprometidos civiles y oficiales egresados de la Escuela Militar. Conspiración que desveló a Gómez y le hizo aumentar las dosis de aguamiel para dormir tranquilo.  Rumor de sables al que se sumó una serie de huelgas que obligaron al gobierno a enfrentar este despertar sin precedentes. El 16 de julio los estibadores paralizaron el Puerto de La Guaira solicitando mejoras salariales. Ese mismo día estalló el paro de los tranvías de Caracas y del ferrocarril Caracas-La Guaira. También se paralizaron los obreros de la fábrica de Fósforos y los de la Cervecería Perret reclamando idénticas reivindicaciones.

Mas Gómez no incurrió en una estupidez como la conspiración mediática para inculpar a la oposición de su tiempo, ni sembró el odio entre los venezolanos para que sus seguidores lo vinieran a salvar. No, a pesar de su ignorancia el dictador medieval fue más inteligente y no perdió el poder al decir a su valido Victorino Márquez Bustillos: en parte tienen razón los trabajadores para exigir aumento de jornal, debido al alza de todos los artículos que hacen más cara la vida. Y aconseja que se resuelvan estos problemas- entre capitalistas y obreros, de forma justa y razonable de modo que ni el obrero quede esclavo del capitalista, ni éste quede a merced de tiránicas imposiciones del otro. Con sólo pensar un poquito, Gómez salió airoso sin la ayuda de sus diputados -tan serviles como los de nuestro tiempo, que aprobaron la Reforma para justificar su vileza.


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