Introducción.
En lo que sigue argumentaré que el rasgo clave de la
actual realidad venezolana es su carácter paradójico. Por
un lado un gobierno electo en condiciones de abuso y
ventajismo evidentes se empeña en llevar a cabo una
revolución, dirigida a establecer en el país el llamado
Socialismo del Siglo XXI. Por otra parte la sociedad
venezolana en su conjunto, incluyendo al propio gobierno,
se esfuerza cada día más en reproducir y profundizar los
peores vicios del sistema económico rentista y sus
secuelas sociopolíticas, que han definido el proceso
histórico del país durante sesenta años. La implacable
expansión del papel del Estado en la economía, la asfixia
de la iniciativa privada, la dependencia generalizada del
petróleo, el autoritarismo y el centralismo se ponen de
manifiesto con claridad creciente, en tanto que la
pobreza, la escasa productividad, y la mediocridad de los
sistemas de educación y salud lejos de detenerse o
disminuir continúan aumentando.
De modo pues que la Venezuela de hoy tiene un gobierno que
se proclama revolucionario, pero que a su vez se halla
inmerso en una sociedad impregnada por los peores hábitos
y anti-valores de un capitalismo retorcido. Los
venezolanos deseamos del capitalismo el consumo y el
disfrute, pero no admitimos sino a regañadientes el
esfuerzo disciplinado, la vocación de ahorro y el
compromiso con las generaciones venideras propios del
capitalismo exitoso. Por su parte, el régimen imperante no
hace sino acentuar las tendencias de la población a
depender del Estado y de la renta petrolera para su
supervivencia y progreso. A decir verdad, ante nuestros
ojos se perfila de nuevo la Venezuela que ha vivido por
décadas del petróleo y sigue haciéndolo; mas ese conocido
y muchas veces descrito panorama del petro-Estado y su
impacto se ve parcialmente modificado por un régimen
político radical y un caudillo mesiánico, decididos a
hacernos "hombres nuevos", creadores y partícipes de una
sociedad diseñada de acuerdo con sus designios utópicos y
todo ello en estrecha alianza con la Cuba castrista, que
ha hecho el tránsito del subsidio soviético al derroche
venezolano.
Despeje teórico.
El proyecto político denominado Socialismo del Siglo XXI
es de explícita raigambre marxista-leninista, y su
identidad específica ha sido destacada por el Presidente
de la República buen número de veces. Tal proyecto, según
los términos empleados por el Presidente, aspira al
establecimiento de una "sociedad de iguales", repudia al
mismo tiempo el capitalismo y la democracia representativa
—calificada de "burguesa"— y asegura que será capaz de
promover una libertad verdadera, la libertad bajo el
socialismo, distinta y presuntamente superior a las
libertades puramente formales y vacías de los sistemas
capitalistas de Occidente. Nada de esto es novedoso desde
el punto de vista teórico, pero conviene reconsiderarlo en
vista de la seriedad con que el régimen venezolano asume
las tesis de su embrionario socialismo, al menos en el
plano discursivo, así como de la confusión ideológica que
impera con relación al mismo.
Empecemos entonces por preguntarnos: ¿qué es la libertad
política y cómo se conjugan libertad y socialismo? Estas
preguntas ha suscitado los desvelos de incontables
filósofos políticos, desvelos cuyo detallado recuento
escapa con creces los límites de este breve ensayo. No
obstante, cabe precisar algunos puntos básicos. En primer
lugar, la libertad en el plano político no puede ser
concebida como el derecho de cada cual a todo, pues
semejante concepción desembocaría en la anarquía o el
eventual dominio del más fuerte. De allí que el primer
paso en nuestro rumbo de esclarecimiento consiste en
señalar que la libertad política tiene que ser limitada.
Para ser capaces de coexistir, la libertad de cada cual
tiene que respetar la libertad de los otros. ¿Cómo
lograrlo?
Para alcanzar dicho balance es necesario que la libertad
se enmarque en un orden institucional de leyes comunes,
sancionadas por una autoridad legítima surgida del
consenso mayoritario. Además, la libertad de las personas
debe estar firmemente protegida por esas leyes,
garantizando derechos inalienables y estableciendo claros
límites a la autoridad. De lo contrario, si tales límites
y garantías constitucionales no existen o están sujetos al
capricho del poderoso, la libertad se convierte de hecho
en una ficción perennemente vulnerable ante la
arbitrariedad del que manda. Esta idea de la libertad se
ha encarnado en la práctica en los regímenes
democrático-liberales, que combinan, armonizándolos, el
principio político democrático de voluntad de la mayoría
con el principio político liberal, que exige límites a esa
voluntad mayoritaria en función de la defensa de los
derechos de las minorías y de cada individuo en
particular.
El sendero socialista por el que se pretende conducir a
los venezolanos rechaza la concepción democrático-liberal
de la libertad, y en su lugar quiere establecer otra
distinta, reivindicando en especial el valor de la
igualdad. En este orden de ideas debo dejar claro que me
refiero acá al socialismo real, que exige la
colectivización de los medios de producción y por tanto el
fin de la propiedad privada sobre los mismos, y no a la
socialdemocracia europea —que sólo es socialista en un
plano simbólico y sentimental—, y tampoco a los
socialismos ilusorios y puramente teóricos que pretenden
mezclar todo lo bueno a la manera de las fábulas.
No me cabe duda que Hugo Chávez considera la libertad
democrático-liberal como una libertad inauténtica, y creo
que en efecto el régimen concede prioridad absoluta a la
igualdad, siguiendo con ello las huellas de toda la
tradición socialista. La libertad "burguesa" es según
Chávez una libertad falsa, que hace posible la
desigualdad. Ahora bien, ¿qué es en concreto esa sociedad
de iguales que proclama el régimen como uno de sus
objetivos fundamentales, y qué consecuencias tiene sobre
la libertad? Pero antes debemos preguntarnos: ¿cómo
definir la igualdad?
La concepción democrático-liberal concibe la igualdad como
igualdad ante la ley. La premisa sobre la que este
postulado se sustenta proclama que los seres humanos
tenemos todos una condición moral que demanda un trato
legal semejante. Sin embargo, el igualitarismo de Hugo
Chávez se refiere a la condición socioeconómica de los
individuos y no al plano legal. Lo que se busca mediante
el Socialismo del Siglo XXI es la igualación
socioeconómica de los venezolanos, es decir, la
eliminación de las diferencias con base en la desaparición
de los desniveles de ingreso. No se trata meramente de la
igualación de oportunidades sino de la igualación de las
condiciones salariales y de consumo de la gente.
Esta visión de las cosas parte de ciertas concepciones
acerca de la igualdad que requieren ser comentadas. Es
obvio que los seres humanos no somos iguales en cuanto a
nuestras disposiciones, sensibilidad, aptitudes,
ambiciones y capacidades, pero sí lo somos en un plano
moral en cuanto a nuestra dignidad humana esencial. Por
ello las leyes de una sociedad civilizada procuran
tratarnos por igual, permitiendo a la vez que
desarrollemos nuestras características individuales y
obtengamos recompensas y satisfacciones, de acuerdo con el
ejercicio libre y propio de nuestras aspiraciones y
destrezas. La búsqueda de una igualación de las
oportunidades no debe confundirse con la pretensión que al
final todos resultaremos iguales, pues en la práctica ese
amplio campo de oportunidades ofrecerá precisamente
posibilidades de diferenciación entre los individuos. A
unos les gustará el ajedrez y a otros el béisbol, a unos
la matemática y a otros la literatura, y habrá algunos más
hábiles e inteligentes que se destacarán sobre el resto.
Si esta inmensa multitud de opciones de vida y
consecuencias factibles es dirigida autoritariamente al
mismo resultado socioeconómico, en función de una idea de
justicia social entendida como igualdad de condiciones, el
resultado inevitable será, por una parte, el uso de la
fuerza para obligarnos a admitir que las recompensas deben
ser las mismas —aunque no seamos iguales—, y por otra
parte la infelicidad y resentimiento de los que
experimenten en carne propia el abuso que se deriva de
cerrar el paso a lo que creen merecer por sus esfuerzos.
El socialismo procura igualar a los seres humanos en
función de un principio de "justicia social". Este
principio es básicamente emocional e intuitivo, y resulta
imposible definirlo de manera clara. ¿Es justo que Bill
Gates posea su gran fortuna, que proviene de su inmensa
contribución a la revolución tecnológica de nuestro tiempo
(revolución que, por cierto, ha beneficiado y hecho
progresar a cientos de millones de personas alrededor del
mundo)? ¿Es justo que él sea tan rico en tanto siguen
existiendo pobres en Brasil y Zimbabwe, entre otros muchos
lugares? ¿Y en qué medida sería necesario empobrecer a
Bill Gates para que entonces reine la justicia? ¿Cuál es,
en otras palabras, la medida de la justicia social? ¿Es
una sociedad de iguales en el terreno de la condición
socioeconómica una sociedad justa, a pesar que la misma
trate igual a personas desiguales en sus capacidades y
aspiraciones?
Uno de los más graves problemas que encierra la idea
socialista es su pretensión de moldear la sociedad de
acuerdo con un principio abstracto de justicia, cuya
definición siempre queda en manos de alguna autoridad,
caudillo o comité de iluminados que de manera arbitraria
deciden lo que corresponde a cada cual. La utopía
comunista de Marx se resume en su frase: "A cada cual
según sus necesidades, de cada cual según sus
capacidades". La dificultad reside en que semejante ideal
sólo sería posible en medio de una inagotable abundancia
de todos los bienes materiales y espirituales, y aún así
sería insuficiente, pues las necesidades pueden crecer
hasta el infinito, en particular en un contexto global de
creciente bienestar.
Estos planteamientos, por lo demás bastante sencillos, nos
llevan a concluir que el proyecto del Socialismo del Siglo
XXI es portador de una insuperable contradicción entre los
principios de libertad e igualdad. Su cuestionamiento de
la idea democrático-liberal de libertad limitada, con
diques a la autoridad del Estado y garantías inviolables a
los individuos, se vincula al propósito de establecer una
"sociedad de iguales" entendida como la igualación de la
condición socioeconómica de los ciudadanos y no como
igualdad ante la ley. Como inevitable consecuencia de ello
el Socialismo del Siglo XXI se verá forzado, de proseguir
sus tendencias actuales y el avance de la teoría a la
práctica, a someter a los venezolanos a la voluntad
absoluta del régimen, que será el encargado de definir la
justicia social mediante la imposición de un criterio
necesariamente arbitrario pero sin duda dirigido a
uniformar las recompensas, mediante una decisión
autoritaria y no a través de la coexistencia en un mercado
abierto.
En una sociedad democrático-liberal con economía de
mercado cada cual puede obtener, al menos en principio,
resultados acordes con sus capacidades y esfuerzos. El
hecho que el proceso no funcione a la perfección y genere
injusticias no significa que deba ser sustituído por otro
esencialmente distinto, sino que debe buscarse su
perfeccionamiento. El modelo socialista alternativo, del
que es un ejemplo el Socialismo del Siglo XXI, se dirige a
igualar por la fuerza a través de la eliminación del
mercado y la supresión de los límites a la autoridad del
gobierno. El fin último de todo esto no es desconocido y
la experiencia socialista del siglo XX lo atestigua con
absoluta claridad: la libertad muere y es sustituida por
una igualdad impuesta "desde arriba" por los que detentan
el poder.
La realidad escindida.
Decía hace poco que las necesidades humanas son ilimitadas
y pueden crecer incesantemente, a medida que aumentan
también la riqueza material y las expectativas de vida de
la gente y se extiende su horizonte espiritual en campos
como el cultural, por ejemplo. No obstante, desde la
perspectiva de los ideólogos del Socialismo del Siglo XXI
esta aseveración sólo tiene sentido en el contexto del ser
humano en la sociedad capitalista, pues —podrían afirmar—
en la sociedad socialista el ser humano requerirá de
relativamente poco en lo que concierne a lo material, pero
al mismo tiempo se agigantarán sus cualidades espirituales
al concretarse la victoria del altruísmo sobre las
tendencias egoístas de la sociedad de clases.
Si bien esa réplica no es absurda, la misma contradice de
modo sustancial la perspectiva original de Marx acerca del
destino final del socialismo. Cabe reiterar que Marx
concibió la etapa culminante del socialismo —la sociedad
utópica comunista— como una sociedad de abundancia en
todos los terrenos y no como sociedad de escasez. Es de
paso razonable suponer que en el esquema marxista original
el camino socialista como tal, que es visto como un camino
de transición hacia la utopía última, no iba a estar
caracterizado por la pobreza sino al contrario por una
palpable y continua mejoría en el nivel de vida de la
gente. Lo digo así pues Marx confiaba que las revoluciones
socialistas tendrían lugar inicialmente en las naciones
capitalistas avanzadas, y que los productores unidos
tendrían por lo tanto acceso de una vez a la riqueza
acumulada y al potencial productivo de la estructura
capitalista, cambiando solamente las relaciones de
producción dentro de la misma. Todo esto hace que luzca
todavía más inadmisible, desde la perspectiva marxista
original, la visión de Hugo Chávez sobre la sociedad que
aspira construir, una visión que tiene mucho más que ver
con el denominado "comunismo primitivo" —es decir,
sociedades históricas del pasado remoto, anteriores a la
aparición del capitalismo y signadas por el atraso y la
miseria—, que con el sueño de abundancia generalizada de
Carlos Marx.
No es difícil constatar en la inmensa masa de discursos,
alocuciones y demás pronunciamientos que casi a diario
realiza el Presidente venezolano esa imagen que le guía,
la imagen de una sociedad fundamentalmente pobre en la que
las personas viven vidas sencillas, desprovistas de las
comodidades propias del odiado capitalismo y motivadas por
la solidaridad y desprendimiento mutuos. Chávez ha llegado
a proponer seriamente el retorno al trueque como mecanismo
válido de intercambio económico, y su proyecto de
establecer "ciudades socialistas" —aparte de constituír
otro empeño delirante de ingeniería social, ya llevado a
cabo por Stalin a altísimo costo y con graves
consecuencias—, las vislumbra como extensas aglomeraciones
de gente uniformada y laboriosa, llevando adelante una
existencia material casi de mera sobrevivencia pero
estimulada por el entusiasmo de crear "el hombre nuevo".
En ese sentido queda bastante claro que la viabilidad de
un proyecto como el llamado Socialismo del Siglo XXI
depende en buena medida de su capacidad para patentizar el
sueño, de raíz rousseauniana, de dar a luz en el espacio
político y social venezolano un "hombre nuevo", que de un
modo u otro —preferiblemente mediante la adoctrinación,
mas si es necesario por la fuerza— abandone los valores
propios de la sociedad capitalista, entre ellos el
individualismo, la ambición de destacarse, el deseo de
esforzarce para vivir mejor, etc., y se transforme en uno
de esos personajes siempre sonrientes y rozagantes que
aparecían en las portadas de las revistas propagandísticas
soviéticas y chinas en otros tiempos, y aún se observan de
vez en cuando en alguna desteñida publicación cubana. De
allí que Chávez insista que su régimen "está desmontando
la perversa ideología imperial", y que además, y en
efecto, se propone "ideologizar a la sociedad, desde las
guarderías y las escuelas primarias hasta los cuarteles
militares y las Universidades". Es obvio entonces que al
Presidente venezolano no se le escapa el hecho que su
Socialismo del Siglo XXI no encuentra un terreno
adecuadamente abonado entre la actual población
venezolana, a la que seguramente percibe como un
conglomerado humano negativa y hondamente contaminado por
los valores y creencias del capitalismo consumista.
Los estudios de opinión que se llevan a cabo en Venezuela
indican que la aplastante mayoría rechaza sin equívocos el
modelo cubano, y entiende por "socialismo" la prosecución
del camino rentista de costumbre, sólo que aún más
acentuado en cuanto a la prodigalidad y generosidad del
Estado distribuidor y despilfarrador. Con semejante
material humano un proyecto de austeridad, de
regimentación de la vida en común, de polarización y
enfrentamiento permanentes tanto interna como
internacionalmente, no pareciera tener el futuro
asegurado. Por esta razón cabe preguntarse si acaso a la
esquizofrenia propia de una sociedad petrolera, que
experimenta a diario la existencia como un permanente
desquiciamiento de la relación entre trabajo y bienestar,
se añade en la Venezuela de hoy una patología adicional,
que cabría definir como "el síndrome de las dos
realidades" o de "la realidad escindida".
De acuerdo con esta hipótesis sobre la "realidad
escindida", el venezolano de hoy adelanta su vida
cotidiana bajo la influencia de dos fuerzas que le halan
en direcciones opuestas: Por un lado le asalta el
desbordamiento rentista de un Estado petrolero que arroja
dinero a las calles, a la manera de los mejores tiempos
del primer Carlos Andrés Pérez, y por otro lado le invade
y agobia el delirio socialista de un Presidente convencido
que esos mismos venezolanos, que hoy repudian su visión
romántica de la Cuba fidelista, mañana —y luego del
adecuado adoctrinamiento— estarán deseosos de abandonar
sus teléfonos celulares, televisores por cable, camionetas
de lujo y toneladas de cosméticos para cambiarlos por la
austeridad y solidaridad socialistas.
La tortuga y la liebre.
¿Se impondrá finalmente la visión de Hugo Chávez y se
sumará buena parte de los venezolanos a las bondades del
Socialismo del Siglo XXI? No creo que ello sea fácil. Como
ya he sugerido, la sociedad venezolana comparte todos los
vicios del más desaforado capitalismo consumista y ninguna
de sus virtudes. Somos lo que nos han hecho ser largos
años de rentismo petrolero, y nadie en el país parece
dispuesto a sacrificar demasiado por una ideología que
ofrece transformarnos en una nueva Cuba.
A pesar de las expectativas que el régimen y su caudillo
cifran en el potencial del adoctrinamiento marxistoide
para crear al "hombre nuevo", cabe recordar que después de
siete décadas de comunismo en la URSS, una vez que la
bandera con la hoz y el martillo fue retirada de la cúpula
del Kremlin, la inmensa mayoría se olvidó de las
enseñanzas de Marx y Engels en cuestión de minutos y al
día siguiente se preparaban a adoptar el capitalismo sin
grandes dificultades. No debería sorprendernos que algo
semejante ocurra en Cuba luego de la desaparición física
de Fidel Castro. En el mundo globalizado que conocemos las
sociedades son altamente permeables a la cultura de masas
dominante internacionalmente, cultura de masas que nos
invita a prosperar en el plano material y a consumir los
productos promovidos mediante una incansable publicidad.
La "ideología imperial" que tanto irrita a Chávez avanza
desde Florida hasta la India, retorna a Nueva York y de
allí vuela a Mongolia, saltando después hacia China, Japón
y Los Ángeles para luego aposentarse en Caracas, dejando
signos de su impacto hasta en la ciudadela arcaica que
Castro pretende sostener en su isla, en medio del atraso y
la desesperanza. Cuba y Corea del Norte construyeron sus
prisiones colectivas antes de la era de Internet y la
televisión satelital. Venezuela ya está conectada de lleno
a la globalidad y no luce factible deshacer las redes que
nos vinculan al resto del mundo.
Si bien los venezolanos de hoy no somos material
susceptible para el adoctrinamiento socialista, es
igualmente cierto que nos sentimos cómodos bajo el modelo
rentista, que no exige tantos esfuerzos y sólo pareciera
requerir un poco de eficiencia y menos corrupción para
cobijarnos plenamente. Chávez es tolerado a pesar de su
alianza con Castro, de sus eccentricidades y sus
insoportables "cadenas" televisivas porque ha intentado
hacer lo que a los gobernantes venezolanos de los tiempos
petroleros se les pide hacer: no otra cosa que repartir el
dinero. Algunos sociólogos argumentarán que Chávez también
proporciona satisfacciones simbólicas a la mayoría pobre
del país, les hace sentir "incluídos" y complace
necesidades sicológicas. No niego que esta aseveración sea
verdadera en alguna medida, pero el factor crucial que
explica las simpatías de que aún goza el caudillo
bolivariano entre los sectores menos favorecidos sigue
siendo económico y tiene que ver con la distribución de la
renta del petróleo.
Ahora bien, ¿queremos la libertad los venezolanos? Mi
impresión personal es que si bien la mayoría no asume una
concepción de la libertad tan elaborada como la planteada
por el modelo democrático-liberal, una porción decisiva de
los habitantes de este país desean vivir en un ambiente
político ajeno a la violencia, en el que se respeten los
derechos de todos a expresarse y a no ser perseguidos ni
reprimidos por motivos ideológicos. No se trata
evidentemente de una idea madura y hondamente arraigada de
la libertad, pero sí de una actitud no subestimable por
gobierno alguno. Los casos de RCTV y del movimiento de
protesta estudiantil que empezó a tomar forma a mediados
del año 2007, han puesto de manifiesto que la sociedad
venezolana es reacia a admitir el proyecto de control e
indefinida perdurabilidad en el poder que desea imponer
Chávez. Podríamos aventurarnos a decir que muchos
venezolanos aspiran a algo así como la IV República pero
sin los partidos y dirigentes políticos tradicionales, y
desearían que Chávez aprendiese de sus errores y madurase
un poco, gobernando para el bienestar de todos. Pero
Chávez es un revolucionario, no un político democrático, y
no estará jamás dispuesto a dejar de lado el papel que se
auto-atribuye como líder de una gran ofensiva de los
oprimidos de la tierra contra el capitalismo y el
imperialismo.
De manera pues que la dinámica política de Venezuela se
asemeja un poco a la fábula de la liebre y la tortuga: por
una parte la tortuga de la crisis política y
socioeconómica generada por el empeño continuista de
Chávez, la incompetencia y corrupción gubernamentales y la
falta de resultados concretos de gestión, camina lenta
pero seguramente hacia un punto de crisis, que podría
presentarse en conjunción a otras situaciones explosivas
creadas por la política confrontacional del régimen a
nivel doméstico e internacional. Por otra parte la liebre
del proyecto socialista quiere sembrar rápidamente las
semillas de una estructura de poder lo más firme posible,
apuntalada por la transformación de al menos un sector
significativo de la población en militantes activos del
socialismo, preparados a combatir con las armas en la mano
en defensa del régimen y su continuidad a toda costa en el
poder. ¿Quién llegará primero a la meta?
Numerosos síntomas permiten prever que en algún momento
tendrá que producirse un punto de inflexión de la dinámica
política venezolana, cuando se encuentren en un mismo
lugar, de un lado y ya de manera inequívoca, los
propósitos despóticos del régimen y la voluntad de Chávez
de convertir a Venezuela en otra Cuba, y de otro lado los
deseos efectivos de los venezolanos, que han admitido
hasta ahora una revolución más ficticia que real, pero que
posiblemente no estén dispuestos a aceptar que les
despojen definitivamente de sus vivencias democráticas.
Quizás la venidera reforma constitucional, a través de la
cual el régimen pretenderá establecer la reelección
indefinida del Presidente de la República, suscite ese
punto de inflexión al que antes hacía referencia. Sin
embargo, no podemos descartar que la escisión de la
realidad característica de la Venezuela de hoy se
prolongue, y que el actual estado de cosas —el de un país
y un gobierno que nadan en una corriente de abundancia,
corriente que no exige decisiones finales de parte de una
sociedad que disfruta el sopor inducido por el maná
petrolero—, siga su curso todavía por años.
Hugo Chávez estará dispuesto a todo para imponer su
proyecto revolucionario, excepto a una cosa: perder el
poder. La férrea realidad de la Venezuela rentista,
consumista y —a su manera— democrática, continúa limitando
su campo de acción. Mas si bien el porvenir no es
predecible, el legado del pasado reciente sí permite una
evaluación más detallada de lo que ahora somos y tenemos,
evaluación que nos indica que el producto de casi una
década de "revolución bolivariana" no podría ser más
desalentador: división y resentimiento entre los
venezolanos, decadencia generalizada del aparato
productivo, destrucción de la institucionalidad y su
sustitución por una autocracia mal disfrazada, extrema
politización de la FAN, carencia de partidos y liderazgos
democráticos alternativos, intentos por convertir el
sistema educativo en una fuente de adoctrinamiento
marxista de niños y jóvenes, alianzas de Venezuela con los
Estados forajidos del mundo como Irán, Cuba, Corea del
Norte y Bielorusia, todo ello en medio de la
profundización del modelo rentista...y paremos de contar.
Es casi inevitable que al menos en parte ese legado
proyecte su sombra hacia el futuro.