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La libertad y el socialismo del siglo XXI
por Aníbal Romero
 
sábado, 11 agosto 2007


Introducción.

En lo que sigue argumentaré que el rasgo clave de la actual realidad venezolana es su carácter paradójico. Por un lado un gobierno electo en condiciones de abuso y ventajismo evidentes se empeña en llevar a cabo una revolución, dirigida a establecer en el país el llamado Socialismo del Siglo XXI. Por otra parte la sociedad venezolana en su conjunto, incluyendo al propio gobierno, se esfuerza cada día más en reproducir y profundizar los peores vicios del sistema económico rentista y sus secuelas sociopolíticas, que han definido el proceso histórico del país durante sesenta años. La implacable expansión del papel del Estado en la economía, la asfixia de la iniciativa privada, la dependencia generalizada del petróleo, el autoritarismo y el centralismo se ponen de manifiesto con claridad creciente, en tanto que la pobreza, la escasa productividad, y la mediocridad de los sistemas de educación y salud lejos de detenerse o disminuir continúan aumentando.

De modo pues que la Venezuela de hoy tiene un gobierno que se proclama revolucionario, pero que a su vez se halla inmerso en una sociedad impregnada por los peores hábitos y anti-valores de un capitalismo retorcido. Los venezolanos deseamos del capitalismo el consumo y el disfrute, pero no admitimos sino a regañadientes el esfuerzo disciplinado, la vocación de ahorro y el compromiso con las generaciones venideras propios del capitalismo exitoso. Por su parte, el régimen imperante no hace sino acentuar las tendencias de la población a depender del Estado y de la renta petrolera para su supervivencia y progreso. A decir verdad, ante nuestros ojos se perfila de nuevo la Venezuela que ha vivido por décadas del petróleo y sigue haciéndolo; mas ese conocido y muchas veces descrito panorama del petro-Estado y su impacto se ve parcialmente modificado por un régimen político radical y un caudillo mesiánico, decididos a hacernos "hombres nuevos", creadores y partícipes de una sociedad diseñada de acuerdo con sus designios utópicos y todo ello en estrecha alianza con la Cuba castrista, que ha hecho el tránsito del subsidio soviético al derroche venezolano.

Despeje teórico.

El proyecto político denominado Socialismo del Siglo XXI es de explícita raigambre marxista-leninista, y su identidad específica ha sido destacada por el Presidente de la República buen número de veces. Tal proyecto, según los términos empleados por el Presidente, aspira al establecimiento de una "sociedad de iguales", repudia al mismo tiempo el capitalismo y la democracia representativa —calificada de "burguesa"— y asegura que será capaz de promover una libertad verdadera, la libertad bajo el socialismo, distinta y presuntamente superior a las libertades puramente formales y vacías de los sistemas capitalistas de Occidente. Nada de esto es novedoso desde el punto de vista teórico, pero conviene reconsiderarlo en vista de la seriedad con que el régimen venezolano asume las tesis de su embrionario socialismo, al menos en el plano discursivo, así como de la confusión ideológica que impera con relación al mismo.

Empecemos entonces por preguntarnos: ¿qué es la libertad política y cómo se conjugan libertad y socialismo? Estas preguntas ha suscitado los desvelos de incontables filósofos políticos, desvelos cuyo detallado recuento escapa con creces los límites de este breve ensayo. No obstante, cabe precisar algunos puntos básicos. En primer lugar, la libertad en el plano político no puede ser concebida como el derecho de cada cual a todo, pues semejante concepción desembocaría en la anarquía o el eventual dominio del más fuerte. De allí que el primer paso en nuestro rumbo de esclarecimiento consiste en señalar que la libertad política tiene que ser limitada. Para ser capaces de coexistir, la libertad de cada cual tiene que respetar la libertad de los otros. ¿Cómo lograrlo?

Para alcanzar dicho balance es necesario que la libertad se enmarque en un orden institucional de leyes comunes, sancionadas por una autoridad legítima surgida del consenso mayoritario. Además, la libertad de las personas debe estar firmemente protegida por esas leyes, garantizando derechos inalienables y estableciendo claros límites a la autoridad. De lo contrario, si tales límites y garantías constitucionales no existen o están sujetos al capricho del poderoso, la libertad se convierte de hecho en una ficción perennemente vulnerable ante la arbitrariedad del que manda. Esta idea de la libertad se ha encarnado en la práctica en los regímenes democrático-liberales, que combinan, armonizándolos, el principio político democrático de voluntad de la mayoría con el principio político liberal, que exige límites a esa voluntad mayoritaria en función de la defensa de los derechos de las minorías y de cada individuo en particular.

El sendero socialista por el que se pretende conducir a los venezolanos rechaza la concepción democrático-liberal de la libertad, y en su lugar quiere establecer otra distinta, reivindicando en especial el valor de la igualdad. En este orden de ideas debo dejar claro que me refiero acá al socialismo real, que exige la colectivización de los medios de producción y por tanto el fin de la propiedad privada sobre los mismos, y no a la socialdemocracia europea —que sólo es socialista en un plano simbólico y sentimental—, y tampoco a los socialismos ilusorios y puramente teóricos que pretenden mezclar todo lo bueno a la manera de las fábulas.

No me cabe duda que Hugo Chávez considera la libertad democrático-liberal como una libertad inauténtica, y creo que en efecto el régimen concede prioridad absoluta a la igualdad, siguiendo con ello las huellas de toda la tradición socialista. La libertad "burguesa" es según Chávez una libertad falsa, que hace posible la desigualdad. Ahora bien, ¿qué es en concreto esa sociedad de iguales que proclama el régimen como uno de sus objetivos fundamentales, y qué consecuencias tiene sobre la libertad? Pero antes debemos preguntarnos: ¿cómo definir la igualdad?

La concepción democrático-liberal concibe la igualdad como igualdad ante la ley. La premisa sobre la que este postulado se sustenta proclama que los seres humanos tenemos todos una condición moral que demanda un trato legal semejante. Sin embargo, el igualitarismo de Hugo Chávez se refiere a la condición socioeconómica de los individuos y no al plano legal. Lo que se busca mediante el Socialismo del Siglo XXI es la igualación socioeconómica de los venezolanos, es decir, la eliminación de las diferencias con base en la desaparición de los desniveles de ingreso. No se trata meramente de la igualación de oportunidades sino de la igualación de las condiciones salariales y de consumo de la gente.

Esta visión de las cosas parte de ciertas concepciones acerca de la igualdad que requieren ser comentadas. Es obvio que los seres humanos no somos iguales en cuanto a nuestras disposiciones, sensibilidad, aptitudes, ambiciones y capacidades, pero sí lo somos en un plano moral en cuanto a nuestra dignidad humana esencial. Por ello las leyes de una sociedad civilizada procuran tratarnos por igual, permitiendo a la vez que desarrollemos nuestras características individuales y obtengamos recompensas y satisfacciones, de acuerdo con el ejercicio libre y propio de nuestras aspiraciones y destrezas. La búsqueda de una igualación de las oportunidades no debe confundirse con la pretensión que al final todos resultaremos iguales, pues en la práctica ese amplio campo de oportunidades ofrecerá precisamente posibilidades de diferenciación entre los individuos. A unos les gustará el ajedrez y a otros el béisbol, a unos la matemática y a otros la literatura, y habrá algunos más hábiles e inteligentes que se destacarán sobre el resto. Si esta inmensa multitud de opciones de vida y consecuencias factibles es dirigida autoritariamente al mismo resultado socioeconómico, en función de una idea de justicia social entendida como igualdad de condiciones, el resultado inevitable será, por una parte, el uso de la fuerza para obligarnos a admitir que las recompensas deben ser las mismas —aunque no seamos iguales—, y por otra parte la infelicidad y resentimiento de los que experimenten en carne propia el abuso que se deriva de cerrar el paso a lo que creen merecer por sus esfuerzos.

El socialismo procura igualar a los seres humanos en función de un principio de "justicia social". Este principio es básicamente emocional e intuitivo, y resulta imposible definirlo de manera clara. ¿Es justo que Bill Gates posea su gran fortuna, que proviene de su inmensa contribución a la revolución tecnológica de nuestro tiempo (revolución que, por cierto, ha beneficiado y hecho progresar a cientos de millones de personas alrededor del mundo)? ¿Es justo que él sea tan rico en tanto siguen existiendo pobres en Brasil y Zimbabwe, entre otros muchos lugares? ¿Y en qué medida sería necesario empobrecer a Bill Gates para que entonces reine la justicia? ¿Cuál es, en otras palabras, la medida de la justicia social? ¿Es una sociedad de iguales en el terreno de la condición socioeconómica una sociedad justa, a pesar que la misma trate igual a personas desiguales en sus capacidades y aspiraciones?

Uno de los más graves problemas que encierra la idea socialista es su pretensión de moldear la sociedad de acuerdo con un principio abstracto de justicia, cuya definición siempre queda en manos de alguna autoridad, caudillo o comité de iluminados que de manera arbitraria deciden lo que corresponde a cada cual. La utopía comunista de Marx se resume en su frase: "A cada cual según sus necesidades, de cada cual según sus capacidades". La dificultad reside en que semejante ideal sólo sería posible en medio de una inagotable abundancia de todos los bienes materiales y espirituales, y aún así sería insuficiente, pues las necesidades pueden crecer hasta el infinito, en particular en un contexto global de creciente bienestar.

Estos planteamientos, por lo demás bastante sencillos, nos llevan a concluir que el proyecto del Socialismo del Siglo XXI es portador de una insuperable contradicción entre los principios de libertad e igualdad. Su cuestionamiento de la idea democrático-liberal de libertad limitada, con diques a la autoridad del Estado y garantías inviolables a los individuos, se vincula al propósito de establecer una "sociedad de iguales" entendida como la igualación de la condición socioeconómica de los ciudadanos y no como igualdad ante la ley. Como inevitable consecuencia de ello el Socialismo del Siglo XXI se verá forzado, de proseguir sus tendencias actuales y el avance de la teoría a la práctica, a someter a los venezolanos a la voluntad absoluta del régimen, que será el encargado de definir la justicia social mediante la imposición de un criterio necesariamente arbitrario pero sin duda dirigido a uniformar las recompensas, mediante una decisión autoritaria y no a través de la coexistencia en un mercado abierto.

En una sociedad democrático-liberal con economía de mercado cada cual puede obtener, al menos en principio, resultados acordes con sus capacidades y esfuerzos. El hecho que el proceso no funcione a la perfección y genere injusticias no significa que deba ser sustituído por otro esencialmente distinto, sino que debe buscarse su perfeccionamiento. El modelo socialista alternativo, del que es un ejemplo el Socialismo del Siglo XXI, se dirige a igualar por la fuerza a través de la eliminación del mercado y la supresión de los límites a la autoridad del gobierno. El fin último de todo esto no es desconocido y la experiencia socialista del siglo XX lo atestigua con absoluta claridad: la libertad muere y es sustituida por una igualdad impuesta "desde arriba" por los que detentan el poder.

La realidad escindida.

Decía hace poco que las necesidades humanas son ilimitadas y pueden crecer incesantemente, a medida que aumentan también la riqueza material y las expectativas de vida de la gente y se extiende su horizonte espiritual en campos como el cultural, por ejemplo. No obstante, desde la perspectiva de los ideólogos del Socialismo del Siglo XXI esta aseveración sólo tiene sentido en el contexto del ser humano en la sociedad capitalista, pues —podrían afirmar— en la sociedad socialista el ser humano requerirá de relativamente poco en lo que concierne a lo material, pero al mismo tiempo se agigantarán sus cualidades espirituales al concretarse la victoria del altruísmo sobre las tendencias egoístas de la sociedad de clases.

Si bien esa réplica no es absurda, la misma contradice de modo sustancial la perspectiva original de Marx acerca del destino final del socialismo. Cabe reiterar que Marx concibió la etapa culminante del socialismo —la sociedad utópica comunista— como una sociedad de abundancia en todos los terrenos y no como sociedad de escasez. Es de paso razonable suponer que en el esquema marxista original el camino socialista como tal, que es visto como un camino de transición hacia la utopía última, no iba a estar caracterizado por la pobreza sino al contrario por una palpable y continua mejoría en el nivel de vida de la gente. Lo digo así pues Marx confiaba que las revoluciones socialistas tendrían lugar inicialmente en las naciones capitalistas avanzadas, y que los productores unidos tendrían por lo tanto acceso de una vez a la riqueza acumulada y al potencial productivo de la estructura capitalista, cambiando solamente las relaciones de producción dentro de la misma. Todo esto hace que luzca todavía más inadmisible, desde la perspectiva marxista original, la visión de Hugo Chávez sobre la sociedad que aspira construir, una visión que tiene mucho más que ver con el denominado "comunismo primitivo" —es decir, sociedades históricas del pasado remoto, anteriores a la aparición del capitalismo y signadas por el atraso y la miseria—, que con el sueño de abundancia generalizada de Carlos Marx.

No es difícil constatar en la inmensa masa de discursos, alocuciones y demás pronunciamientos que casi a diario realiza el Presidente venezolano esa imagen que le guía, la imagen de una sociedad fundamentalmente pobre en la que las personas viven vidas sencillas, desprovistas de las comodidades propias del odiado capitalismo y motivadas por la solidaridad y desprendimiento mutuos. Chávez ha llegado a proponer seriamente el retorno al trueque como mecanismo válido de intercambio económico, y su proyecto de establecer "ciudades socialistas" —aparte de constituír otro empeño delirante de ingeniería social, ya llevado a cabo por Stalin a altísimo costo y con graves consecuencias—, las vislumbra como extensas aglomeraciones de gente uniformada y laboriosa, llevando adelante una existencia material casi de mera sobrevivencia pero estimulada por el entusiasmo de crear "el hombre nuevo".

En ese sentido queda bastante claro que la viabilidad de un proyecto como el llamado Socialismo del Siglo XXI depende en buena medida de su capacidad para patentizar el sueño, de raíz rousseauniana, de dar a luz en el espacio político y social venezolano un "hombre nuevo", que de un modo u otro —preferiblemente mediante la adoctrinación, mas si es necesario por la fuerza— abandone los valores propios de la sociedad capitalista, entre ellos el individualismo, la ambición de destacarse, el deseo de esforzarce para vivir mejor, etc., y se transforme en uno de esos personajes siempre sonrientes y rozagantes que aparecían en las portadas de las revistas propagandísticas soviéticas y chinas en otros tiempos, y aún se observan de vez en cuando en alguna desteñida publicación cubana. De allí que Chávez insista que su régimen "está desmontando la perversa ideología imperial", y que además, y en efecto, se propone "ideologizar a la sociedad, desde las guarderías y las escuelas primarias hasta los cuarteles militares y las Universidades". Es obvio entonces que al Presidente venezolano no se le escapa el hecho que su Socialismo del Siglo XXI no encuentra un terreno adecuadamente abonado entre la actual población venezolana, a la que seguramente percibe como un conglomerado humano negativa y hondamente contaminado por los valores y creencias del capitalismo consumista.

Los estudios de opinión que se llevan a cabo en Venezuela indican que la aplastante mayoría rechaza sin equívocos el modelo cubano, y entiende por "socialismo" la prosecución del camino rentista de costumbre, sólo que aún más acentuado en cuanto a la prodigalidad y generosidad del Estado distribuidor y despilfarrador. Con semejante material humano un proyecto de austeridad, de regimentación de la vida en común, de polarización y enfrentamiento permanentes tanto interna como internacionalmente, no pareciera tener el futuro asegurado. Por esta razón cabe preguntarse si acaso a la esquizofrenia propia de una sociedad petrolera, que experimenta a diario la existencia como un permanente desquiciamiento de la relación entre trabajo y bienestar, se añade en la Venezuela de hoy una patología adicional, que cabría definir como "el síndrome de las dos realidades" o de "la realidad escindida".

De acuerdo con esta hipótesis sobre la "realidad escindida", el venezolano de hoy adelanta su vida cotidiana bajo la influencia de dos fuerzas que le halan en direcciones opuestas: Por un lado le asalta el desbordamiento rentista de un Estado petrolero que arroja dinero a las calles, a la manera de los mejores tiempos del primer Carlos Andrés Pérez, y por otro lado le invade y agobia el delirio socialista de un Presidente convencido que esos mismos venezolanos, que hoy repudian su visión romántica de la Cuba fidelista, mañana —y luego del adecuado adoctrinamiento— estarán deseosos de abandonar sus teléfonos celulares, televisores por cable, camionetas de lujo y toneladas de cosméticos para cambiarlos por la austeridad y solidaridad socialistas.

La tortuga y la liebre.

¿Se impondrá finalmente la visión de Hugo Chávez y se sumará buena parte de los venezolanos a las bondades del Socialismo del Siglo XXI? No creo que ello sea fácil. Como ya he sugerido, la sociedad venezolana comparte todos los vicios del más desaforado capitalismo consumista y ninguna de sus virtudes. Somos lo que nos han hecho ser largos años de rentismo petrolero, y nadie en el país parece dispuesto a sacrificar demasiado por una ideología que ofrece transformarnos en una nueva Cuba.

A pesar de las expectativas que el régimen y su caudillo cifran en el potencial del adoctrinamiento marxistoide para crear al "hombre nuevo", cabe recordar que después de siete décadas de comunismo en la URSS, una vez que la bandera con la hoz y el martillo fue retirada de la cúpula del Kremlin, la inmensa mayoría se olvidó de las enseñanzas de Marx y Engels en cuestión de minutos y al día siguiente se preparaban a adoptar el capitalismo sin grandes dificultades. No debería sorprendernos que algo semejante ocurra en Cuba luego de la desaparición física de Fidel Castro. En el mundo globalizado que conocemos las sociedades son altamente permeables a la cultura de masas dominante internacionalmente, cultura de masas que nos invita a prosperar en el plano material y a consumir los productos promovidos mediante una incansable publicidad. La "ideología imperial" que tanto irrita a Chávez avanza desde Florida hasta la India, retorna a Nueva York y de allí vuela a Mongolia, saltando después hacia China, Japón y Los Ángeles para luego aposentarse en Caracas, dejando signos de su impacto hasta en la ciudadela arcaica que Castro pretende sostener en su isla, en medio del atraso y la desesperanza. Cuba y Corea del Norte construyeron sus prisiones colectivas antes de la era de Internet y la televisión satelital. Venezuela ya está conectada de lleno a la globalidad y no luce factible deshacer las redes que nos vinculan al resto del mundo.

Si bien los venezolanos de hoy no somos material susceptible para el adoctrinamiento socialista, es igualmente cierto que nos sentimos cómodos bajo el modelo rentista, que no exige tantos esfuerzos y sólo pareciera requerir un poco de eficiencia y menos corrupción para cobijarnos plenamente. Chávez es tolerado a pesar de su alianza con Castro, de sus eccentricidades y sus insoportables "cadenas" televisivas porque ha intentado hacer lo que a los gobernantes venezolanos de los tiempos petroleros se les pide hacer: no otra cosa que repartir el dinero. Algunos sociólogos argumentarán que Chávez también proporciona satisfacciones simbólicas a la mayoría pobre del país, les hace sentir "incluídos" y complace necesidades sicológicas. No niego que esta aseveración sea verdadera en alguna medida, pero el factor crucial que explica las simpatías de que aún goza el caudillo bolivariano entre los sectores menos favorecidos sigue siendo económico y tiene que ver con la distribución de la renta del petróleo.

Ahora bien, ¿queremos la libertad los venezolanos? Mi impresión personal es que si bien la mayoría no asume una concepción de la libertad tan elaborada como la planteada por el modelo democrático-liberal, una porción decisiva de los habitantes de este país desean vivir en un ambiente político ajeno a la violencia, en el que se respeten los derechos de todos a expresarse y a no ser perseguidos ni reprimidos por motivos ideológicos. No se trata evidentemente de una idea madura y hondamente arraigada de la libertad, pero sí de una actitud no subestimable por gobierno alguno. Los casos de RCTV y del movimiento de protesta estudiantil que empezó a tomar forma a mediados del año 2007, han puesto de manifiesto que la sociedad venezolana es reacia a admitir el proyecto de control e indefinida perdurabilidad en el poder que desea imponer Chávez. Podríamos aventurarnos a decir que muchos venezolanos aspiran a algo así como la IV República pero sin los partidos y dirigentes políticos tradicionales, y desearían que Chávez aprendiese de sus errores y madurase un poco, gobernando para el bienestar de todos. Pero Chávez es un revolucionario, no un político democrático, y no estará jamás dispuesto a dejar de lado el papel que se auto-atribuye como líder de una gran ofensiva de los oprimidos de la tierra contra el capitalismo y el imperialismo.

De manera pues que la dinámica política de Venezuela se asemeja un poco a la fábula de la liebre y la tortuga: por una parte la tortuga de la crisis política y socioeconómica generada por el empeño continuista de Chávez, la incompetencia y corrupción gubernamentales y la falta de resultados concretos de gestión, camina lenta pero seguramente hacia un punto de crisis, que podría presentarse en conjunción a otras situaciones explosivas creadas por la política confrontacional del régimen a nivel doméstico e internacional. Por otra parte la liebre del proyecto socialista quiere sembrar rápidamente las semillas de una estructura de poder lo más firme posible, apuntalada por la transformación de al menos un sector significativo de la población en militantes activos del socialismo, preparados a combatir con las armas en la mano en defensa del régimen y su continuidad a toda costa en el poder. ¿Quién llegará primero a la meta?

Numerosos síntomas permiten prever que en algún momento tendrá que producirse un punto de inflexión de la dinámica política venezolana, cuando se encuentren en un mismo lugar, de un lado y ya de manera inequívoca, los propósitos despóticos del régimen y la voluntad de Chávez de convertir a Venezuela en otra Cuba, y de otro lado los deseos efectivos de los venezolanos, que han admitido hasta ahora una revolución más ficticia que real, pero que posiblemente no estén dispuestos a aceptar que les despojen definitivamente de sus vivencias democráticas. Quizás la venidera reforma constitucional, a través de la cual el régimen pretenderá establecer la reelección indefinida del Presidente de la República, suscite ese punto de inflexión al que antes hacía referencia. Sin embargo, no podemos descartar que la escisión de la realidad característica de la Venezuela de hoy se prolongue, y que el actual estado de cosas —el de un país y un gobierno que nadan en una corriente de abundancia, corriente que no exige decisiones finales de parte de una sociedad que disfruta el sopor inducido por el maná petrolero—, siga su curso todavía por años.

Hugo Chávez estará dispuesto a todo para imponer su proyecto revolucionario, excepto a una cosa: perder el poder. La férrea realidad de la Venezuela rentista, consumista y —a su manera— democrática, continúa limitando su campo de acción. Mas si bien el porvenir no es predecible, el legado del pasado reciente sí permite una evaluación más detallada de lo que ahora somos y tenemos, evaluación que nos indica que el producto de casi una década de "revolución bolivariana" no podría ser más desalentador: división y resentimiento entre los venezolanos, decadencia generalizada del aparato productivo, destrucción de la institucionalidad y su sustitución por una autocracia mal disfrazada, extrema politización de la FAN, carencia de partidos y liderazgos democráticos alternativos, intentos por convertir el sistema educativo en una fuente de adoctrinamiento marxista de niños y jóvenes, alianzas de Venezuela con los Estados forajidos del mundo como Irán, Cuba, Corea del Norte y Bielorusia, todo ello en medio de la profundización del modelo rentista...y paremos de contar.

Es casi inevitable que al menos en parte ese legado proyecte su sombra hacia el futuro.

 
 

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