En
días recientes fueron apresados en Gran Bretaña varios
médicos musulmanes, acusados de planificar y llevar a cabo
actos terroristas. Lo que da al caso su connotación
singular es precisamente que se trata de médicos, cuya
misión consiste en proteger la vida humana. Son de paso
personas que hallaron acogida generosa en Inglaterra, que
laboraban como profesionales en los servicios de salud de
un país que les dio oportunidades, y que es más libre y
tolerante que sus lugares de origen. Estos hechos exigen
una interpretación sin fingimientos.
En su afán de auto-flagelación, la prensa occidental ha
señalado que la guerra en Irak es el motivo que impulsa a
éstos y otros suicidas musulmanes a cometer sus ultrajes.
Mas esta perspectiva resulta estrecha. Los ataques del 11
de septiembre de 2001 ocurrieron antes de la invasión a
Irak, así como numerosos eventos terroristas adicionales
vinculados al fundamentalismo islámico. Es cierto que
algunos individuos involucrados en los atentados de
Inglaterra han dicho que la guerra en Irak constituye una
de las razones que impulsan sus actos, pero los documentos
públicos dados a conocer por las organizaciones
extremistas islámicas, entre ellas Al-Qaeda, repiten hasta
la saciedad que Irak es escenario de una guerra global
contra la civilización occidental en general, y no sólo
contra Estados Unidos y sus aliados. La campaña radical
proseguirá su rumbo así los norteamericanos se retiren de
Irak, lo que permitiría a los habitantes de ese trágico
país matarse entre sí finalmente sin compasión ni freno.
El problema va más allá de Irak, de Bush y Blair, y de las
banalidades antiyanquis que con cansona regularidad se
leen por allí. Países como Alemania, Francia, Bélgica,
Holanda y España, opuestos a la guerra de Irak, están bajo
amenaza por parte del extremismo fundamentalista, que
concibe a Irak como parte de un teatro bélico más
complejo, teatro que es desdeñado como fantasioso por el
anti-bushismo de moda, pero que a diario es confirmado por
la realidad de las cosas.
Esa realidad indica que el radicalismo islámico
contemporáneo es un fenómeno político y socio-cultural,
que trasciende los lugares comunes de la opinión
bienpensante occcidental. La "corrección política"
imperante dificulta que en Occidente tenga eco lo que las
páginas web y otras fuentes oficiosas islamistas repiten
con insistencia: El radicalismo islámico está en guerra
contra Occidente como un todo, no cree en diálogo ni
negociaciones, y su propósito operacional es utilizar
armas de destrucción masiva, atómicas, biológicas o
químicas, en ciudades de Estados Unidos y Europa.
Las preguntas que cabe hacerse son éstas: ¿Estamos acaso
en presencia de una crisis civilizacional, de la crisis de
una civilización musulmana del Medio Oriente que no
encuentra fórmulas para adaptarse a los cambios de la
modernidad, y que por ello arremete contra lo que percibe
como el motor principal de la misma, es decir, las
democracias capitalistas de Occidente? ¿Qué antídoto
podría curar una crisis civilizacional de semejante
magnitud, que los propios musulmanes deberían enfrentar y
resolver, pero no lo hacen? ¿No es acaso insensato acosar
a Occidente sin otro respaldo que el fanatismo terrorista?
¿Fue de veras errado derrocar a Saddam Hussein y procurar
el cambio político en sociedades que no parecen capaces de
hacerlo por sí solas? ¿Qué le espera a un Islam en el que
no surgen voces y movimientos modernos, proponiendo la
democracia, la libertad, y el respeto pluralista a la
diversidad?