En su sentido
más preciso, el experimento social que ahora tiene lugar
en Venezuela constituye una regresión histórica, es decir,
un salto hacia el pasado. Todos los planteamientos del
llamado socialismo del siglo XXI se encuentran
prefigurados, de manera mucho más elaborada y seria, en
los escritos de los socialistas utópicos del siglo XIX, en
las obras de autores como Owen, Fourier, Webb y Saint
Simon, entre otros, a quienes Federico Engels fustigó pues
le parecían fantasiosos. Tal vez el único aporte teórico
original realizado desde Venezuela haya sido el proyecto
de los "gallineros verticales", que parece también
destinado a engrosar el catálogo de los fracasos
socialistas.
No dejan de causar cierta lástima los esfuerzos que hace
el régimen venezolano para asegurar que toda esta
experiencia, tan ruinosa como tragicómica, desemboque en
un colapso económico de incalculables proporciones.
Mientras en China y la India centenares de millones de
personas abrazan la economía capitalista y generan riqueza
y prosperidad a velocidades gigantescas, el Presidente
venezolano —cuya ignorancia es sólo superada por su
temeridad— aún cree que China es socialista y que las
comunas y "empresas de producción social" pueden tener
otro destino que el más ignominioso descalabro. Las
familias chinas e hindúes compiten con ferocidad para
educar a sus hijos y enviarles a las grandes universidades
de Estados Unidos, para que luego vuelvan a su país y
desarrollen centros académicos tan excelentes o aún
mejores, mas en la Venezuela revolucionaria el gobierno
decreta el retorno a las comunas y sueña con empresas que
progresarán sin ganancias.
Semejante primitivismo, rupestre y tosco, pone de
manifiesto tanto la infinita pobreza mental de quienes
tienen en sus manos el destino de la actual Venezuela, así
como un evidente aunque solapado desdén por los sectores
populares. En otras palabras, sostengo que detrás del
presunto compromiso hacia los pobres y desvalidos del
país, el régimen revolucionario esconde un profundo
desprecio hacia las capacidades del pueblo para superarse
y dejar atrás la patética situación en que la mayoría
sobrevive. De hecho, tanto el gobierno como la oposición
venezolanas, y me refiero sobre todo a los "dirigentes"
políticos en ambos bandos, desconfían del pueblo y de sus
aptitudes para dejar de ser un conglomerado tercermundista
y pre-moderno.
Por ello, de un lado, el gobierno insta a la gente a
regresar a la vida comunal, en tanto en la India y China,
para enfatizar esos ejemplos, la gente desea emular a
Microsoft. Por su lado, y continuando su inagotable rumbo
de desatinos, a la oposición no se le ocurre nada mejor
que proponer algo que denominan "la democracia social",
procurando como siempre competir con Chávez en el terreno
del rentismo distribucionista y la ilusión socialista, y
perdiendo por completo de vista que en ese terreno Chávez
siempre tendrá todas las ventajas.
La carencia de ideas y falta de coraje de la dirigencia
opositora para articular y asumir otro mensaje
político-ideológico, distinto a las diversas versiones del
socialismo, es causa fundamental de su fracaso. A decir
verdad, uno se devana los sesos y no acaba de entender
porqué en América Latina en general —con una que otra
excepción— y en Venezuela en particular nos cuesta tanto
trabajo aprender las fórmulas que conducen a la
prosperidad de las naciones. Siempre las estamos evadiendo
o nos refugiamos en la fábula consoladora de "inventamos o
erramos", tarea que ya nos toma dos siglos de desencantos.