Todo
el mundo sabe que el régimen iraní avanza hacia el arma
nuclear. En particular lo saben quienes fingen no creerlo
así, como Hugo Chávez por ejemplo. Lo sabe la ONU, lo sabe
la Comunidad Europea, lo saben Moscú y Beijing, y desde
luego lo saben Washington y Jerusalén. No obstante,
prosigue el rito de las "sanciones". Por su lado, Corea
del Norte ya obtuvo lo que ansiaba con sus ensayos
nucleares: ayuda económica adicional de Occidente, que
prolongará la existencia de uno de los regímenes más
oprobiosos del planeta. El chantaje funciona, y Kim Jong-Il
debe andar satisfecho estos días, contando los dólares que
su inversión atómica ha producido.
Teherán no se limitará al chantaje. ¿Qué hace la ONU, que
resulte eficaz? ¿Qué hace la Comunidad Europea? ¿Qué puede
esperarse de ellos, si la Comunidad Europea es el
principal socio comercial de Irán? La OTAN también hunde
la cabeza en la arena, pues los ejércitos europeos, con
excepción del cada día menos viable ejército británico,
son inútiles. Europa proclama la validez del "poder
blando", y exalta las virtudes de las soluciones políticas
a los conflictos. ¿Quién puede estar en contra? ¿Pero qué
hacer si ese "poder" ficticio se hace tan blando que para
nada sirve? ¿Qué pasa cuándo, como ocurre con Irán, se le
pierde el respeto a una diplomacia de apaciguamiento?
La ONU impone sanciones a Teherán, pero los ayatolas y
Ahmadinejad siguen adelante con su programa nuclear, y de
paso se burlan del Consejo de Seguridad y su parafernalia.
El régimen iraní declara a diario que borrará del mapa a
Israel. ¿Debemos creerle? ¿Sería razonable para el Estado
judío presumir que Ahmadinejad, armado con bombas
nucleares, actuará responsablemente? Israel es parte
legítima de la ONU, y otro Estado miembro le amenaza con
su destrucción. ¿Puede confiarse en la ONU para detener a
los ayatolas en su camino hacia la bomba? ¿O en Moscú y
Beijing, principales asesores técnicos y suplidores de
material nuclear del régimen iraní?
Todos conocen la verdad, pero se autoengañan. Sólo
Washington tiene capacidad de hacer algo en la práctica
para impedir que Irán adquiera el arma nuclear, y detener
las consecuencias horrendas que un arsenal atómico iraní
tendrá en el Medio Oriente. Todos lo saben pero prefieren
invocar un milagro, y entretanto continuar haciendo
negocios con Ahmadinejad. ¿No buscaron acaso lo mismo con
Sadam Hussein? El precio de la hipocresía será otra
guerra, tardía y más costosa. El poder blando se ha
convertido en gelatina.