La
palabra “faramallero” es otra de esas que han ido cayendo en
desuso, y que vale la pena rescatar, porque posee una gran
fuerza expresiva, unida, sin duda, a su mucha sonoridad.
El DRAE define “faramallero” como “1. adj. coloq.
Hablador, trapacero. U. t. c. s. 2. adj. Ven.
presuntuoso (‖ lleno de presunción)”. Lo de
“hablador”, en la primera acepción, es muy claro: “Ese tipo
es un faramallero; habla más que un perdío”. En cuanto a
“trapacero”, el mismo DRAE lo da como equivalente a
“trapacista”, y de este dice: “1. adj. Que emplea
trapazas. U. t. c. s. 2. adj. Que con astucias,
falsedades y mentiras procura engañar a alguien en un
asunto. U. t. c. s.”.
“Trapazas”, por su parte, es “1. f. Artificio
engañoso e ilícito con que se perjudica y defrauda a alguien
en alguna compra, venta o cambio. 2. f. Fraude,
engaño”. De modo que a un “faramallero” también puede
decírsele “trapacero”.
El DRAE registra igualmente el sustantivo “faramalla”, del
cual dice: “1. f. coloq. Charla artificiosa
encaminada a engañar. 2. f. coloq. farfolla
(‖ cosa que sólo tiene apariencia). 3. com. coloq.
Persona faramallera. U. t. c. adj”.
Obsérvese que la segunda acepción de “faramallero” se
registra como venezolanismo. Pero en Venezuela esa
definición se queda corta, pues entre nosotros un
“faramallero” no es solamente un pedante o vanidoso, sino
algo más, tal como lo define el Diccionario del habla
actual de Venezuela, de Rocío Núñez y Francisco Javier
Pérez,: “faramallero: 1) Aplicado a una persona vanidosa,
jactanciosa o pedante. 2) Aplicado a una persona, que finge
o aparenta lo que no es o no siente, o lo exagera. 3)
Aplicado a una persona, que dice o manifiesta lo contrario
de lo que sabe, cree o piensa”. En el mismo sentido el
Léxico popular venezolano, de don Francisco Tamayo,
registra “faramalla” con el valor de “Actitud pedante,
artificiosa, con que se realiza una acción para pretender
pasar como elegante, muy conocedor o tener gran soltura para
ello”. Y da como sinónimos “aguaje, pedantería, echonería”.
“Faramalla”, según Corominas, procede del antiguo vocablo “farmalio”,
conocido ya en el siglo IX, con valor de engaño y falsía. De
allí deriva “faramallero”, documentado a partir de 1732.