Observando el actual
panorama político de nuestro país se perciben ciertos
hechos que suscitan algunos comentarios.
Asombra, en primer lugar, que a estas alturas haya
todavía quienes se muestran escépticos ante la
eficacia del voto como arma política que, si bien no
es de por sí garante de un triunfo de la oposición, sí
ofrece motivos para el optimismo. Asombra, digo,
porque tal actitud pareciera que quienes la sostienen
olvidan lo que ocurrió el 2 de diciembre pasado,
cuando el chavismo sufrió una importante derrota, en
circunstancias mucho menos favorables para la
oposición que ahora. O al menos en condiciones en que
el chavismo no presenta mayor fortaleza de la que
entonces parecía tener, sin que haya un solo motivo
para pensar que su situación hubiese mejorado desde
entonces, sino todo lo contrario, pues el cúmulo de
errores y disparates del Gobierno, siempre en aumento,
ha sido más que evidente, a lo cual se agrega la grave
atmósfera de pugnas y disensiones internas en las
fuerzas chavistas o prochavistas.
En segundo lugar, parece predominar entre algunos
sectores oposicionistas un clima de malestar y de
pesimismo por la presunta falta de unidad para
enfrentar con candidatos únicos a los del chavismo. Y
digo presunta, porque aunque hasta hoy no se ha
logrado una unidad total, sí se ha avanzado mucho en
ese sentido, y se continúa trabajando para lograr
entendimientos allí donde hasta ahora no se han
logrado. La situación es bastante parecida a la que
teníamos hace un año, sin olvidar que aquella vez la
unidad era más fácil, o menos difícil, porque se
trataba sólo de construir una plataforma unitaria
mayoritaria frente al abstencionismo, mientras que
ahora se trata de lograr la unidad en centenares de
candidaturas a gobernadores y alcaldes principalmente.
Lo cual es más difícil, y sin embargo existe en muchos
la convicción de que antes de noviembre se habrá
logrado, si no un cien por ciento de candidatos
únicos, al menos un porcentaje bastante cercano a esa
cifra.
Otro hecho que preocupa e indigna a mucha gente es la
forma descarada y cínica como se presenta el
ventajismo oficialista en la campaña electoral. Es
razonable que así sea. Pero eso no es nada nuevo,
aunque quizás esta vez haya ganado en descaro y
sinvergüenzura. También fue grande y desfachatado el
ventajismo exhibido por los chavistas el año pasado,
en la campaña por el “SÍ” en el referendo, y sin
embargo se impuso el “NO”. ¿No sirve eso de ejemplo? Y
es que si en política algo es evidente es la repulsa
que paradójicamente termina produciendo el ventajismo
oficial, sobre todo cuando llega a los extremos
escandalosos que hoy estamos viendo en nuestro país.
Desde luego que ganar elecciones a un gobierno como el
actual, forajido e inescrupuloso en el manejo de los
recursos del Estado a su favor, no es nada fácil. Pero
tampoco es imposible, siempre y cuando se tenga
conciencia de que para ganar hay que adoptar un
comportamiento que va mucho más allá del simple deseo
de derrotar al contrario.