Muchas
personas que respaldan el gobierno de Chávez rehúsan que se
les llame “chavistas”, y prefieren decir que ellos “están
con el proceso”. Quizás sea un eufemismo, tras el cual se
esconda la convicción de que lo que ellos apoyan no es a un
jefe, caudillo o lo que sea, sino una ideología, una
concepción política y social, y en todo caso un programa de
gobierno para construir una sociedad justa, sin
desigualdades ni exclusiones odiosas, ni grupos y sectores
todopoderosos que todo lo tienen, mientras la gran mayoría
padece hambre del cuerpo y del espíritu, carece de vivienda
decente, sufre enfermedades cuyo tratamiento y curación
exige dinero que no se tiene y, en general, viven en un
estado permanente que va de la pobreza a la miseria.
Nadie puede negar lo justo de tales propósitos. Nada más
anormal que existan sociedades de ese tipo, y no obstante
son la mayoría en el mundo actual, al menos en los países
eufemísticamente conocidos como “subdesarrollados”.
Anormalidad que produce indignación cuando se trata de
países como el nuestro, donde las enormes riquezas reales y
potenciales –incluyendo, desde luego, el estupendo recurso
humano–, si fuesen explotadas y administradas con
honestidad, sensatez y sensibilidad social bastarían para
resolver buena parte de los problemas de esa sociedad, y aun
sobraría algo para ayudar a otros países a encarar los
suyos.
A estas alturas uno se pregunta si lo que ellos llaman “el
proceso” es, ciertamente, eso, un plan o programa de
gobierno destinado a eliminar definitivamente las
injusticias sociales que han prevalecido a lo largo de
nuestra historia, y si, de ser así, es Hugo Chávez el líder
indicado e idóneo, por su honestidad, su sabiduría y su
sensibilidad política y social, para dirigir ese “proceso”.
O si, por lo contrario, al cabo de nueve años de (des)gobierno
chavista es tiempo de reconocer que este ha sido todo un
fiasco, un completo fraude, porque, aun atreviéndonos a
reconocerle a Chávez buena fe y sanas intenciones, sus
ejecutorias sólo han demostrado su incapacidad, su
ineptitud, su carencia de sindéresis, su atolondramiento en
el manejo de los asuntos del Estado y del Gobierno. Con el
agravante de que tales rasgos de su persona y de su gestión
gubernamental han sido ladinamente aprovechados por centenas
de “chavistas” para entrar a saco en la gigantesca bolsa
común, y hacerse millonarios de la noche a la mañana,
convencidos, ellos sí, del aparatoso fracaso del “proceso”,
en el cual quizás creyeron al principio, al menos algunos de
ellos.
Es razonable que al comienzo se haya tenido confianza en el
liderazgo de Chávez, que se atribuyesen sus errores y
disparates a la inexperiencia y la intemperancia de la
juventud y que se abrigase la esperanza en que el ejercicio
del poder permitiría ir corrigiendo aquellos errores. ¿Es
posible, al cabo de casi diez años de tal ejercicio, aceptar
que los mismos no sólo se repitan, sino que cada vez vayan
en una escala mayor de gravedad?.