El
signo más notorio del fracaso del “socialismo real” está en
la educación. El propósito de construir un “hombre nuevo”
resultó en todas partes un fiasco. No bastaron, en la
extinta Unión Soviética, setenta años de régimen socialista,
ni los millones de rublos invertidos, para lograr ese tan
ansiado “hombre nuevo”. Y no porque la educación allí fuese
deficiente y de mala calidad, pues es evidente que el
sistema educativo desarrollado por el Estado soviético
alcanzó niveles que, comparados con los de la Rusia
prerrevolucionaria, llegaron a ser admirados, con razón,
como un verdadero milagro. Recuerdo haber visto in situ,
en los años 60, hechos concretos, y no de los que se
fabrican para mostrar a determinados visitantes, que ponían
en evidencia los adelantos alcanzados, no sólo en la
práctica cotidiana de escuelas y universidades, sino
también en el campo de la teoría pedagógica. Y en esas
visitas, y en numerosas reuniones internacionales, muchos
profesionales de la educación tuvimos oportunidad de
conocer y conversar con pedagogos soviéticos, y de calibrar
la solidez de su formación docente.
Son también conocidos los grandes avances soviéticos en las
ciencias y la tecnología, hasta el punto de que en un
momento dado la URSS se puso a la cabeza de la llamada
“carrera espacial”, dejando atrás por un tiempo a los
Estados Unidos. Fueron igualmente reconocidos los grandes
logros por la Medicina soviética. Y en general, las
universidades de ese país, con la famosa Lomonósov en primer
lugar, alcanzaron un altísimo prestigio en el mundo entero.
Y, sin embargo, ya antes del hundimiento de la URSS se
empezó a percibir la inmensa corrupción entre los
funcionarios del “poder soviético”, formados dentro de aquel
sistema educativo, situación que se vio con mayor amplitud
al desaparecer el Estado soviético. Se puso en evidencia,
entonces, el fracaso en el propósito de formar el “hombre
nuevo”, desiderátum del régimen “socialista” instaurado en
1917.
Lo mismo, mutatis mutandi, ha ocurrido en todos los demás
países donde se instauró el “socialismo real”. Aun en
aquellos donde se alcanzaron altos niveles en extensión y en
calidad de la enseñanza, el “hombre nuevo” no apareció por
ninguna parte. Y hasta en países como Cuba, donde sin duda
se ha logrado un alto nivel educativo, se ha retrocedido al
reaparecer viejos flagelos sociales que la Revolución había
desterrado, como la prostitución y la corrupción de los
funcionarios públicos, denunciada por los mismos dirigentes
gubernamentales. Señal inequívoca de que allí tampoco se ha
creado el “hombre nuevo”, al cabo de cuarenta años de
revolución.
¿Cómo se explica, entonces, que ante tales realidades la
delirante “revolución” chavista pretenda construir ese
“hombre nuevo” que ha de instaurar en definitiva el
“socialismo del siglo XXI”, proyecto que, para peor, se ha
encomendado a gente que no saben nada de socialismo, ni
tampoco de educación?