Uno
de los rasgos que muestran el dinamismo de la lengua es la
poderosa influencia que tiene el uso en el significado de
las palabras. A veces este significado cambia, se modifica o
se enriquece con nuevas acepciones, que en ocasiones
contrarían a las ya establecidas, por la presión del uso.
Otras veces no se trata propiamente de cambios, sino de que
el significado que desde el principio adopta un nuevo
vocablo es contrario, o por lo menos extraño, a lo que la
lógica indica, en razón del origen etimológico de la palabra
de que se trate. Tal es el caso del sustantivo
oportunismo y del adjetivo oportunista.
En efecto, oportunismo deriva de oportuno, que
viene del latino opportunus. Ambos términos, además,
se vinculan semánticamente con el sustantivo oportunidad.
Ahora bien, tanto oportunismo como oportunista
tienen en su significado un valor peyorativo, hasta el punto
de servir para calificar de manera denigrante el
comportamiento de ciertas personas en determinadas
actividades. Sin embargo, ese sentido peyorativo no lo
hallamos ni en el sustantivo oportunidad ni en el
adjetivo oportuno.
Oportunismo, dice el DRAE, significa “Actitud o
conducta sociopolítica, económica, etc., que prescinde en
cierta medida de los principios fundamentales, tomando en
cuenta las circunstancias de tiempo y lugar. Úsase a veces
en sentido peyorativo. || 2. Actitud que consiste en
aprovechar al máximo las circunstancias para obtener el
mayor beneficio posible, sin tener en cuenta principios ni
convicciones”. De oportunista dice el mismo DRAE:
“Perteneciente o relativo al oportunismo. || 2. Dicho de
una persona: Que practica el oportunismo”.
Letra más, letra menos, todos los diccionarios siguen de
cerca estas definiciones.
En cuanto a oportuno, dice el DRAE: “Que se hace o
sucede en tiempo a propósito y cuando conviene. || 2.
Ocurrente y pronto en la conversación”. Y sobre
oportunidad registra: “Sazón, coyuntura, conveniencia de
tiempo y de lugar. || 2. Sección de un comercio en la que
se ofrecen artículos a un precio más bajo del que
normalmente tienen”.
No hay duda de que ha sido el uso el que ha dado a los
vocablos oportunismo y oportunista su valor
despectivo. Y este puede decirse que los ha marcado desde
su nacimiento, como se deduce de que ese sentido ya aparece
la primera vez que la palabra oportunismo figura en
el diccionario de la Real Academia: “Oportunismo. Sistema
político que prescinde en cierta parte de los principios
fundamentales en atención a las circunstancias de tiempo y
lugar” (Suplemento del DRAE; 1899).
Hoy el uso de oportunismo y oportunista es
corriente en diversas actividades, pero sobre todo en la
política. En este ámbito los términos en cuestión
incrementan considerablemente su sentido peyorativo, y
tienen que ver muy directamente con la ética ciudadana,
hasta el punto de que semejante tipo de conducta se
relaciona estrechamente con la corrupción. Posiblemente el
caso más conspicuo de oportunismo en la historia es
el de Fouché, el siniestro personaje que hizo de tal
comportamiento una especie de segunda naturaleza, y a
caballo sobre ella atravesó triunfalmente desde los tiempos
de la Revolución Francesa hasta bastante después de la
caída definitiva de Napoleón. Durante ese lapso se las
ingenió para ser importante funcionario, especialmente como
máxima autoridad policial, de todos los gobiernos que se
fueron sucediendo. Siempre tuvo la habilidad de saber qué
camisa o franela vestir en cada ocasión.