Cuenta
la historia que Pirro II fue un rey de Epiro, región de la
antigua Grecia, que en guerra con Roma logró ganar las
batallas de Heraclea y Ausculum, pero con tal pérdida de
armas y soldados que lo hizo exclamar: “¡Con otra victoria
como estas estoy perdido!”. De ahí viene el adjetivo
“pírrico, a” para calificar una victoria en que el objetivo
logrado es muy pobre, o cuando el vencedor ha perdido más de
lo que ha ganado.
Mal pudo, pues, el señor Chávez calificar de pírrica la
victoria del NO en el referendo del 2 de diciembre, habida
cuenta de que los votantes de esa opción obtuvimos, sin
sufrir pérdida alguna, la totalidad de lo que nos
proponíamos, que era evitar que se aprobasen las
modificaciones a la Constitución promovidas por Chávez, más
las agregadas motu proprio por la Asamblea Nacional.
Que el NO haya triunfado con un margen estrecho es
irrelevante, aun sin considerar que esa pequeña ventaja
oficialmente anunciada puede no ser real, sino producto de
una manipulación de las cifras verdaderas, por un CNE cuyas
actuaciones presentes y pasadas autorizan toda sospecha de
fraude, o por lo menos de parcialización a favor del
Gobierno. De ser así, Chávez sería el primero en saberlo, si
es que no en urdirlo, por lo que su calificación de victoria
pírrica sería aún más falsa.
En realidad, quienes votamos por el NO obtuvimos mucho más
de lo que nos proponíamos, como era impedir la reforma de la
Constitución. El 2 de diciembre de 2007 es, en cierto modo,
equivalente al 1 de enero de 1958, cuando el alzamiento de
la aviación demostró que era falso que las Fuerzas Armadas
estuviesen monolíticamente unidas en apoyo a Pérez Jiménez.
De igual modo este 2 de diciembre, al obligar importantes
sectores militares a Chávez a reconocer su derrota, se
comprobaba lo que hace tiempo se suponía: que no toda la
Fuerza Armada respalda al aprendiz de dictador en sus
locuras totalitarias.
A este logro no buscado por los votantes del NO se agregan
otros, tampoco expresamente buscados, pero predecibles.
Destruir el mito de la invencibilidad de Chávez, por
ejemplo. O la convicción de muchos antichavistas de que,
cualesquiera que fuesen las circunstancias, el fraude
electoral era inevitable. Con lo cual se demuestra, una vez
más, que en política no hay absolutos, y que la vía del
voto no está necesariamente cerrada como solución a la
actual crisis venezolana.
Inquieta, no obstante, que entre nosotros pueda cundir el
triunfalismo y la engañosa sensación de que Chávez ya ha
caído. Tengo la firme convicción de que el 2 de diciembre
Chávez salió herido de muerte y de que su caída es
inexorable. Pero se trata de un proceso cuya duración es
impredecible. Lo más deseable es que termine su período
presidencial, dentro de cinco años. Pero eso depende de que
él logre dominar sus ímpetus totalitarios y contener sus
huestes de mediocres y resentidos. Mas si no es así, si
persiste en sus desmanes y locuras, él mismo acelerará su
caída por medios nada deseables.