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Pírrico
por Alexis Márquez Rodríguez
sábado, 15 diciembre 2007


Cuenta la historia que Pirro II fue un rey de Epiro, región de la antigua Grecia, que en guerra con Roma logró ganar las batallas de Heraclea y Ausculum, pero con tal pérdida de armas y soldados que lo hizo exclamar: “¡Con otra victoria  como estas estoy perdido!”. De ahí viene el adjetivo “pírrico, a” para calificar una victoria en que el objetivo logrado es muy pobre, o cuando el vencedor ha perdido más de lo que ha ganado.

Mal pudo, pues, el señor Chávez calificar de pírrica la victoria del NO en el referendo del 2 de diciembre, habida  cuenta de que los votantes de esa opción obtuvimos, sin sufrir pérdida alguna, la  totalidad de lo que nos proponíamos, que era evitar que se aprobasen las modificaciones a la Constitución promovidas por Chávez, más las agregadas motu proprio por la Asamblea Nacional. Que el NO haya triunfado con un margen estrecho es irrelevante, aun sin considerar que esa pequeña ventaja oficialmente anunciada puede no ser real, sino producto de una manipulación de las cifras verdaderas,  por un CNE cuyas actuaciones presentes y pasadas autorizan toda sospecha de fraude, o por lo menos de parcialización a favor del Gobierno. De ser así, Chávez sería el primero en saberlo, si es que no en urdirlo, por lo que su calificación de victoria pírrica sería aún más falsa.

En realidad, quienes votamos por el NO obtuvimos  mucho más de lo que nos proponíamos, como era impedir la reforma de la Constitución. El 2 de diciembre de 2007 es, en  cierto modo, equivalente al 1 de enero de 1958, cuando el  alzamiento de la aviación demostró que era falso que las Fuerzas Armadas estuviesen monolíticamente unidas en apoyo a Pérez Jiménez. De igual modo  este 2 de diciembre, al obligar importantes sectores militares a Chávez a reconocer su derrota, se comprobaba lo que hace tiempo se suponía:  que no toda la Fuerza Armada respalda al aprendiz de  dictador en sus locuras totalitarias.

A este logro no buscado por los votantes del NO se agregan otros, tampoco expresamente buscados, pero  predecibles. Destruir el mito de la invencibilidad de Chávez,  por ejemplo. O la convicción de muchos antichavistas de que, cualesquiera que fuesen las circunstancias, el fraude  electoral era inevitable. Con lo cual se demuestra, una vez  más, que en política no hay absolutos, y que la vía del voto no está necesariamente cerrada como solución a la actual crisis venezolana.

Inquieta, no obstante, que entre nosotros pueda  cundir el triunfalismo y la engañosa sensación de que Chávez ya ha caído. Tengo la firme convicción de que el 2 de  diciembre Chávez salió herido de muerte y de que su caída es inexorable. Pero se trata de un proceso cuya duración es impredecible. Lo más deseable es que termine su período presidencial,  dentro de cinco años. Pero eso depende de que él logre dominar sus ímpetus totalitarios y contener sus huestes de mediocres y resentidos. Mas si no es así, si persiste en sus desmanes y locuras, él mismo acelerará su caída por medios nada deseables.


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