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Sigüí
por Alexis Márquez Rodríguez
domingo, 14 octubre 2007


Entre las palabras que han caído en desuso,  y que deberían rescatarse, una de las más expresivas es el adjetivo/sustantivo “sigüí”, que califica, en el más alto nivel de desprecio, al adulante, jalabolas o jalamecate de los poderosos, sobre todo en el ámbito  político.  Fue de uso frecuente en la primera mitad del siglo XX, y aun se empleó en el resto de ese siglo, pero cada día menos. Hoy es casi desconocido. Su aplicación tiene mayor propiedad bajo las dictaduras, y fue así sobre todo en la época de Juan Vicente Gómez, y un poco menos en la de  Pérez Jiménez.

El “sigüí” no es sólo gente de escaso o ningún  poder, que adulan al poderoso en busca de recompensa. También es aplicable a funcionarios de  diversos niveles, aun entre los más altos, que parecen sentir especial complacencia en mostrar su servilismo al gobernante.

Ignoro si se usa o se ha usado en otros países. No está en  el DRAE, y como venezolanismo lo registra el Diccionario de Americanismos de Marcos A. Morínigo, definido como “Rufián”. Sin embargo, el Diccionario del habla actual de  Venezuela, (R. Núñez y F. J. Pérez) lo da como “Persona que  se esfuerza por agradar a alguien por conveniencia”. El Diccionario de venezolanismos (M. J. Tejera et al) prefiere definirlo, más apropiadamente, como “Individuo que sigue a alguien importante adulándolo y en actitud sometida y servil (…)”.

En cuanto a su origen, lo desconozco.


(IN)CORRECCIÓN. En el artículo anterior alguien se tomó la libertad de hacer inconsultamente una (in)corrección  ortográfica, nada menos que en el apellido del más connotado lingüista venezolano. Yo escribí Rosenblat, con “n”, como debe  ser. La persona mencionada lo cambió por Rosemblat, con una “m” impertinente. Al parecer ignora que la norma  ortográfica según la cual antes de “b” y “p” se escribe “m” es propia de nuestro idioma, pero no del Alemán, al que  pertenece el apellido en cuestión. Tiemblo sólo de pensar en la cáustica ironía con que mi antiguo profesor, si todavía viviera,  se habría referido a lo que hubiese supuesto mi ignorancia de  la ortografía de su apellido. Ruego, pues, su benevolencia a don Ángel, si está en alguna parte, y, por supuesto, a mis amables lectores.


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