Muchas
de las personas que apoyan a Chávez se basan en el supuesto
en él de valores como la sensibilidad social, la sinceridad
en el ejercicio del poder y su habilidad e inteligencia como
líder y como gobernante. Lo mismo ocurre con otros
admiradores del comandante de Sabaneta, aun sin ser
chavistas, pero que dicen reconocer en él tales virtudes de
estadista y líder, incluso admitiendo sus frecuentes errores
y desatinos.
No discuto lo de su supuesta sensibilidad social y la
sinceridad de sus comportamientos, y hasta podría admitir su
existencia. Pero lo que se me hace muy cuesta arriba es su
presunta inteligencia y habilidad de estadista. Podría
aceptarse que la mayoría de sus errores y desatinos se deben
a su inmadurez y su intemperancia, a su impulsividad y a su
arrogancia, a su indiscutible megalomanía. Pero hay ciertos
hechos que no cuadran con aquella fementida inteligencia y
habilidad. Uno de ellos es la escogencia de sus ministros y
colaboradores inmediatos. Para un mandatario que se supone
conoce sus limitaciones, por ejemplo, su ignorancia en
materia de relaciones internacionales, designar canciller a
alguien tan ignorante como él del Derecho Internacional es
una muestra de estupidez política. Lo cual nada tiene que
ver con el hecho de que el supuesto ministro haya sido
chofer de autobús, pues ello, lejos de ser un baldón, podría
tenerse mas bien como un mérito. Lo que uno no entiende es
cómo se pone en manos tan ineptas algo tan delicado como las
relaciones exteriores. De allí que la política internacional
sea un dechado de disparates y de torpezas, y se base en el
chantaje que permite el empleo inescrupuloso de los
petrodólares, con los que se compran adhesiones y respaldos
que, a la larga, mostrarán su naturaleza efímera y falsa.
Lo mismo ocurre en el ministerio de Relaciones Interiores,
que hasta el presente no ha tenido un solo titular apto para
sus importantes funciones, y entre los cuales destaca el
actual por su condición de mentiroso y disparatero.
No menos notorio es lo referente a los numerosos ministros
vinculados con la Economía, a cual más inepto y errático,
dejando a un lado su vocación para ejercer o tolerar la
corrupción.
Tampoco parece propio de la inteligencia y habilidad que se
le atribuye a Chávez el trato humillante y procaz que da, ya
no sólo a sus opositores, sino también a sus propios
compañeros. No de otro modo puede calificarse su actitud,
cuando arrogantemente se declara el único capaz de dirigir
la supuesta revolución, y por tanto el único que merece la
reeligibilidad, lo que implícitamente –y casi de modo
explícito– significa que él piensa que los demás, sin
excepción, no sirven para nada.
Cada día estoy más convencido de que el poder de Chávez no
está en su aparente inteligencia y habilidad, sino en la
ausencia de una fuerza que se le contraponga. Porque lo que
hoy tenemos son muchos opositores, pero no una verdadera
oposición, organizada, coherente y poderosa, capaz de
ofrecerse como alternativa ante los electores.
grealemar@cantv.net