Mucho
se dice que en Venezuela no hay Estado de Derecho.
Es una metáfora, o mejor, una hipérbole, una exageración,
para llamar la atención con un mínimo de vehemencia acerca
de las frecuentes violaciones de la Constitución y las
leyes, practicadas por los diversos órganos y funcionarios
del poder público.
Exageración, digo, porque en Venezuela existe el Estado de
Derecho, al menos de hecho, valga la aparente redundancia.
Tenemos, en efecto, el aparataje jurídico de lo que se llama
Estado de Derecho.
Existen los poderes públicos, no sólo los tres clásicos,
Ejecutivo, Legislativo y Judicial, sino aumentados a cinco
por la manía innovadora, típicamente gatopardiana, del señor
Chávez, que inventó poner en la Constitución dos más, el
Poder Ciudadano, formado por la Fiscalía General, la
Contraloría General y la Defensoría del Pueblo, y el Poder
Electoral, que reside en el Consejo Nacional Electoral
(http://cne.gob.ve)
Pero ese Estado de Derecho, que existe de hecho, como ya
dije, no funciona, es un armatoste burocrático absolutamente
inoperante, primero porque no existe la debida separación e
independencia de esos órganos del Poder Público, por el
deliberado propósito del presidente de la República, con su
exacerbada y no desmentida vocación autocrática y
totalitaria, de ejercer el dominio absoluto sobre todos
dichos órganos.
Segundo, porque las personas que ejercen los cargos
respectivos –diputados, magistrados y jueces, fiscales,
contralor, defensor del pueblo, miembros del CNE– son
abúlicos, sin la dignidad necesaria para ejercer sus
funciones con la autonomía e independencia que requieren sus
altas investiduras.
Y actúan así por cobardía, por su espíritu ancilar y sumiso.
Los ejemplos abundan. Muestra notoria y repugnante es la
actuación irrisoria del sarcásticamente llamado “defensor
del puesto”, quien cínicamente declara que aquí “no hay
presos políticos, sino políticos presos”, repitiendo sin
rubor una originalísima frase requeterrepetida en todos los
gobiernos de la llamada cuarta República.
Otro tanto ocurre en el Poder Judicial, donde la inoperancia
del Estado de Derecho es quizás la más escandalosa. El
artículo 26 de la Constitución dice: “El Estado garantizará
una justicia gratuita, accesible, imparcial, idónea,
transparente, autónoma, independiente, responsable,
equitativa y expedita, sin dilaciones indebidas, sin
formalismos o reposiciones inútiles”.
Son emblemáticos los casos de los comisarios Simonovis,
Vivas y Forero, lo mismo que el del ex gobernador Eduardo
Lapi, y muchos otros, como ejemplos irrefutables de la
flagrante violación de esta norma constitucional por
fiscales y jueces, hasta el punto de hacer plenamente
justificada e inmune de ser calificada como delito la fuga
ejercida por Lapi y otros presos políticos, recluidos
inmisericordemente por largos meses, sin que ni siquiera
hayan comenzado los juicios respectivos.
Hay, sí, Estado de Derecho en Venezuela.
Pero no sirve para nada.
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Artículo publicado
originalmente en el vespertino Tal Cual. |