La
palabra “queso” es corriente en Venezuela, seguramente por
designar un alimento muy rico y variado, un verdadero
manjar, frecuente en el menú de los venezolanos de todas las
clases y condiciones. El DRAE lo define como el “Producto
obtenido por maduración de la cuajada de la leche con
características para cada uno de los tipos según su origen o
método de fabricación”.
El venezolano siempre ha sido gran aficionado a los quesos,
y hoy es muy rica y variada su producción, aparte de los
muchos tipos que se importan de otros países, especialmente
España y Francia.
El ingenio venezolano le ha dado al vocablo “queso” una
connotación picaresca, referida a lo que en otros medios se
conoce como peculado, robo de los dineros públicos o
enriquecimiento ilícito disponiendo, en los medios oficiales
o privados, de bienes ajenos. “Comerse un queso” o
“enquesarse” son expresiones que satíricamente se han
empleado en nuestro país para referirse a quienes,
prevalidos de su posición, se enriquecen sin trabajar,
echando mano de los bienes, especialmente si es dinero en
efectivo, que por su posición están en capacidad de
administrar. Es la forma más notoria y común de corrupción
que hemos padecido en Venezuela, pero sin ser un mal
exclusivamente nuestro.
La práctica de este delito ha generado otras expresiones
también picarescas, muy populares. Una es la frase con que
suele expresarse caricaturescamente el deseo de tener alguna
posición que facilite el “enquesamiento”: “Yo no pido que me
den, sino que me pongan donde haiga”. Otra es la respuesta
que se da cuando se le propone a alguien una determinada
actividad o posición en la cual el “queso” se posibilita:
“¿Y cuánto hay pa’eso?”.
La expresión, estudiada por el profesor Ángel Rosenblat en
“Buenas y malas palabras”, viene del siglo XIX. Primero se
decía “comer queso frito”, y luego quedó sólo en “comerse un
queso” o “enquesarse”. Su origen no está claro, pero sí que
fue expresión muy frecuente. Hoy está olvidada, no obstante
referirse a un tipo de comportamiento bastante común en
Venezuela y en muchos otros países, prácticamente en todas
partes del mundo, aunque con diversos grados de frecuencia y
gravedad.