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Pugnacidad
por Alexis Márquez Rodríguez
viernes, 9 septiembre 2005

 
Estoy convencido de que el problema de (o con) Chávez no es tanto ideológico, cuanto fáctico. En él muchos creen ver el propósito de instaurar en Venezuela un régimen al estilo cubano, o al del más depurado estalinismo. Quizás tengan razón. Él mismo da pábulo a esos temores cuando habla de un supuesto ³socialismo del siglo XXI². Sin embargo, aunque todo eso pueda tener visos de cierto, no lo es menos que en lo que Chávez dice y en lo que hace se trasparenta la idea de que él mismo no sabe de lo que habla ni de lo que hace.

Cuesta mucho definir una ideología en el pensamiento  chavista. Sus contradicciones son tan seguidas y tan profundas, que  quizás puedan atribuirse a una concepción rastrera de la dialéctica, pero no hay modo de que encajen en un esquema serio marxista o socialista, ni de ninguna doctrina política o social. Ni siquiera dentro del socialismo primitivo, mucho menos en un socialismo del siglo XXI que, por lo menos, tiene que superar la grotesca catástrofe del llamado ³socialismo real², cuya falsedad se percibe en el solo hecho de que haya tenido que usar un apellido para ver si podía ser reconocido.

Tampoco en ninguno de los lugartenientes de Chávez se ve  una formación, y menos una vocación ideológica cónsona con el propósito de instaurar un régimen socialista. Lo que se ve en ellos es el afán de asegurar su futuro individual y familiar lo más  rápidamente posible, echando mano a todo lo que esté a su alcance, al parecer por el temor de que la oportunidad que les ha caído del cielo no dure mucho tiempo. Lo digo como simple hipótesis, no como convicción de que sea así, pues la situación no es como para hacerse ilusiones, al menos mientras no exista una verdadera oposición, unida, coherente y con certera lucidez. Que de haberla, hace tiempo el gobierno chavista se habría derrumbado, como en condiciones mucho menos catastróficas ocurrió en Argentina, Perú, Bolivia y Ecuador.

Por otra parte, nadie con un criterio medianamente lúcido, menos aún si es gente de izquierda, puede negar la urgencia de profundas reformas políticas, económicas y sociales, que corrijan los muchos vicios y fallas de nuestra  sociedad, acumulados a lo largo de la historia, incluidos los cuarenta años de democracia de 1958 a 1999 y, por supuesto, los últimos seis años. Con el agravante de que en estos nada se ha corregido, sino mas bien empeorado, bien porque los vicios se han multiplicado, como en el caso palpable de la corrupción, hoy aumentada y generalizada, bien porque cuando se ha intentado cambiar las cosas se ha hecho de una manera tan burda, irracional y torpe, que el remedio ha resultado peor que la enfermedad.

A primera vista lo peor de la política oficial es la manera pugnaz como se ha pretendido ofrecer ­ que no realizar ­ los cambios que se juzga necesarios. Ningún gobierno, por revolucionario que sea o pretenda ser, puede gobernar de una manera permanentemente enguerrillada contra todo el que disienta. El arma más eficaz de toda gestión de gobierno es la palabra serena, equilibrada, con ánimo, no de vencer, sino de convencer, como en la célebre frase de Unamuno ante la horda fascista. Pero esa no es, precisamente, la actitud de Chávez y su gobierno, que prefieren la violencia verbal, pareja con la violencia represiva.  
 

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 Artículo publicado en el vespertino Tal Cual, edición del viernes 9, septiembre 2005

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