Latinoamérica
atraviesa hoy por una nueva epidemia de populismo. De la
mano de Hugo Chávez el discurso antiliberal – característica
congénita del estilo comunicacional de importantes sectores
políticos e intelectuales en nuestro continente- ha
recobrado fuerzas expandiéndose con mayor o menor intensidad
por toda la región. Si bien algunos países como Brasil,
Chile, Uruguay y Colombia han logrado mantenerse
relativamente al margen de este fenómeno, no por eso han
dejado de verse afectados tanto desde el punto de vista de
sus relaciones internacionales – véase el caso de Brasil con
el gas Boliviano o los problemas de Colombia con el apoyo
implícito del régimen de Chávez a las FARC - como de las
discusiones políticas internas. Ello se debe en parte
fundamental a la simpatía que el “socialismo del siglo XXI”
despierta en políticos e intelectuales afines a sectores de
izquierda. Así Chile por ejemplo, atravesó la que hasta ese
momento fue una de las peores crisis internas de la
coalición gobernante a raíz de la intención de la presidenta
Bachelet de otorgar su voto a Venezuela para integrar el
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La decidida
oposición del partido demócrata cristiano a las intenciones
del partido socialista, en el cual milita la presidenta
Bachelet, generó tensiones que incluso amenazaron la
convivencia de estos partidos dentro de la coalición de
gobierno.
En Argentina la
simpatía por el proyecto de Hugo Chávez refleja algo más que
mera conveniencia económica: cierta sincronía ideológica
antiliberal.
En efecto, más
allá de los rasgos populistas más moderados del presidente
Kirchner, lo cierto es que desde el ejercicio del poder ha
seguido un programa de gobierno claramente antiliberal,
impulsando políticas de control de precios, prohibición de
exportaciones, hostilidad hacia las inversiones extranjeras
y un aumento exponencial del gasto público, todo lo cual
sugiere la presencia de un sesgo ideológico estatitsta que
trasciende la exclusiva necesidad del reparto como fórmula
para mantener la adhesión ciudadana. Sin embargo, la
realidad del país trasandino dista bastante de lo que ocurre
en Venezuela. A diferencia de esta última, no es posible
advertir en Argentina alguna intención de concentración del
poder total por parte del gobierno, sin perjuicio de la
existencia de prácticas antidemocráticas como el
hostigamiento a los medios de prensa.
Distinta es la
situación de Ecuador y Bolivia. En estos países, hoy con
serios problemas de estabilidad institucional, el curso de
los acontecimientos tiende a emular la huella del proceso
venezolano a tal punto que el desarrollo de los hechos
parece a ratos dirigido directamente por el presidente Hugo
Chávez .
La crisis
política desatada en Ecuador por la destitución de miembros
de la asamblea legislativa opositores al gobierno, las
intenciones del presidente Correa de establecer controles a
los medios de comunicación y la creación de una asamblea
constituyente para instaurar una nueva constitución para así
“refundar” la república ecuatoriana, sugieren la existencia
de un programa de concentración del poder en acción similar
a lo ocurrido en el caso venezolano.
De otra parte,
la sistemática campaña en contra de la propiedad privada en
Bolivia con la nacionalización de recursos naturales y
amenazas concretas de expropiación de tierras agrícolas
presenta un inconfundible sello bolivariano. A ello se suma,
tal como en el caso ecuatoriano, la propuesta para la
creación de una nueva constitución sometida a referéndum
popular, la cual tendrá por objeto la “refundación” de la
República de Bolivia.
Los ejemplos que
permiten establecer la relación entre el proceso venezolano,
el boliviano y ecuatoriano son abundantes. Estos sugieren
una sincronía estructural que no puede ignorarse. Sugieren,
en otras palabras, la existencia de un plan.
Este nuevo
fenómeno que es se ha denominado “bolivarianismo”, ha sido
calificado por diversos analistas simplemente como populismo
o bien neopopulismo, conceptos ambos difíciles de precisar,
pero que generalmente suelen diferenciarse de los
movimientos de carácter ideológico entre otras cosas porque
mientras en las ideológicas es la estructura teórica aquello
que define su carácter de tal, en el populismo la figura
central es el líder carismático.
No parece ser
ese el caso. Dadas las características del fenómeno, resulta
más apropiado pensar que hoy en sectores considerables de
Latinoamérica estamos presenciando - con una fuerte dosis de
populismo como es característico a estos fenómenos- a un
resurgimiento de la ideología. Todo indica que la denominada
“revolución bolivariana” responde a un programa predefinido
en función de fórmulas a priori que difícilmente pueden
considerarse meras improvisaciones populistas. El dramático
y a la vez efectivo proceso de concentración del poder
llevado a cabo en Venezuela da cuenta de la existencia de un
cronograma definido con anticipación y gran destreza
política, cuyo fin es la dominación de todas las áreas
relevantes en la vida de los venezolanos.
Al igual que
movimientos como el nacional socialista en la Alemania de la
década del veinte y treinta o del fascista italiano, el
movimiento bolivariano se perfiló como respuesta a la
situación angustiante de las masas populares, ofreciendo una
solución definitiva a sus problemas. Como el nazismo, el
fascismo y el comunismo, el socialismo nacionalista
bolivariano surge de la mano de un líder carismático capaz
de seducir a las masas para hacerse del poder no solo con el
fin de conservarlo, sino con el fin de transformar
radicalmente la realidad social, económica y cultural de un
país. Es decir, de realizar una obra“refundacional”, para lo
cual la transformación constitucional resulta imprescindible
en orden a proveer un marco jurídico a la medida de las
pretensiones de quien detenta el poder. Precisamente este
proceso de consecución del poder como paso ineludible para
la construcción de modelos ideales y excluyentes de
sociedad nos permite ubicarnos en el contexto ideológico,
pues si hay algo que caracteriza a la ideología es su
necesidad de realizarse desde el poder político a cualquier
costo.
Las
transformaciones efectuadas primero en la estructura
política, económica y luego social y cultural en Venezuela
reúnen todas las condiciones para ser ubicadas dentro de la
lógica totalitaria de la cual, como es sabido, no escapa
ningún aspecto de la vida social de un país. Las nuevas
arremetidas del régimen de Chávez en contra de la educación
privada y su intento por establecer programas oficiales de
adoctrinamiento son claras manifestaciones de lo anterior.
Hoy incluso expresiones culturales básicas como exposiciones
artísticas en museos, obras musicales y otras se están
viendo sometidas a una intervención estatal cuyo objetivo es
la transmisión de un mensaje único acorde con el pensamiento
oficial.
Todo ello se ha
realizado de la mano de profundas modificaciones a la
estructura jurídica del país de una forma que recuerda el
modus operandi de los regímenes totalitarios del siglo
pasado. La consecuencia ha sido el atropello del derecho a
la propiedad privada, partiendo por el latifundio declarado
inconstitucional por el artículo 307 de la nueva
constitución venezolana. Pero además se ha restringido
sistemáticamente la libertad de expresión por la vía de
leyes mordaza, clausura de medios de comunicación y el
establecimiento de delitos de desacato. Así el artículo 147
del nuevo Código Penal venezolano por ejemplo establece que
“ quien ofendiere de palabra o por escrito, o de
cualquier otra manera irrespetare al Presidente de la
República o quien este haciendo sus veces, será castigado
con prisión de seis a treinta meses si la ofensa fuere
grave, y con la mitad de esta si fuere leve”.
Se suma a lo
anterior restricciones a la libertad de movimiento de las
personas, hostigamiento permanente a opositores, control del
poder judicial por el ejecutivo, nuevas facultades
concedidas al presidente para legislar por decreto – formula
típica de regímenes autoritarios- y militarización de
sectores de la sociedad civil.
La reducción de
la libertad individual en todo sentido se ha efectuado así
bajo un manto de aparente legitimidad jurídica, la que en
última instancia expresaría supuestamente la voluntad
mayoritaria.
El cuadro
analizado permite sostener hoy sin ambigüedades, que el
régimen venezolano es de tipo autocrático y se encuentra en
una fase de consolidación definitiva del poder total. El
tránsito es, dadas sus características, hacia un sistema al
estilo cubano, en el cual por lo demás el líder venezolano
ha declarado abiertamente encontrar su inspiración. Dicho en
forma más clara, en América Latina se está consolidando el
primer régimen totalitario en el mundo después del fin de la
guerra fría. Un régimen cuya duración es tan incierta como
sus consecuencias sobre la estabilidad regional.
Ahora bien, esta
nueva ideología de tipo nacional socialista implementada en
Venezuela ha encontrado apoyo en forma más o menos explicita
prácticamente a lo largo de todo el continente. Potenciada
por el antinortemaricanismo que tradicionalmente han
abrazado sectores políticos e intelectuales
latinoamericanos, la retórica antiliberal se ha
intensificado a niveles sin precedentes en las últimas dos
décadas. Ello ha derivado en una presión cada vez mayor para
reducir progresivamente espacios de libertad económica en
pos de la expansión del Estado. El caso chileno ilustra
perfectamente lo anterior. A pesar de haber sido por varios
años la economía de mejor funcionamiento en América Latina,
en los últimos años el Estado se ha expandido a un ritmo
cada vez más acelerado, lo cual se explica por las
intenciones de una parte considerable de la coalición
gobernante de construir un Estado de bienestar al estilo
europeo. La consecuencia ha sido un desplome de la inversión
del orden del 10% del PIB, así como una drástica
desaceleración del crecimiento económico a pesar de contar
con niveles récord en el precio del cobre y otras materias
primas que constituyen la principal fuente de ingresos del
país. Pero más allá del propósito por transitar hacia un
Estado interventor – incompatible con el modelo liberal que
Chile exitosamente había seguido hasta el momento- los
hechos demuestran una nueva hostilidad típicamente
ideológica hacia el sector privado. Un ejemplo lo constituye
la nueva ley promovida por el gobierno en virtud de la cual
los clubes deportivos privados se ven obligados a facilitar
gratuitamente el uso de sus instalaciones a alumnos de
colegios públicos. Aun más alarmante es la iniciativa legal,
también del gobierno, de forzar a las empresas inmobiliarias
a donar el 5% de sus terrenos para la construcción de
viviendas sociales, o bien pagar el equivalente en dinero. Y
últimamente se ha sumado la intención del partido socialista
de aplicar un royalty a la producción salmonera, una de las
principales actividades económicas del país, a pesar de no
tratarse de un recuso no renovable.
En Perú de otra
parte, a pesar de las pretensiones moderadas del presidente
García, un sector considerable de la población y de la elite
política ha sido seducida por el agresivo discurso de
Ollanta Humala, quien a pesar de haberse desperfilado luego
de la elección presidencial, podría reaparecer ya sea como
un factor de ingobernabilidad del país, o bien como un
potencial próximo candidato a la presidencia.
El cuadro
latinoamericano presenta así voces cada vez más frecuentes
en contra del sistema “neoliberal”, ya sea en el contexto de
proyectos derechamente ideológicos como el caso de Venezuela
y los países que se encuentran bajo su esfera de
influencia, por la vía de la aplicación fragmentaria de
políticas antiliberales como el caso argentino, o bien de
manera más sutil como el caso chileno. Independientemente de
la forma o la intensidad en que se manifieste este fenómeno,
lo concreto es que la región presenta una renovada corriente
antiliberal como denominador común.
La contribución
del régimen de Chávez no ha sido menor en ese sentido. Con
su intervensionismo directo y excesivo protagonismo ha
favorecido la generación de un clima hostil a la iniciativa
privada, a la inversión extranjera y en general a la
libertad económica, reposicionando de paso al Estado como
la figura central.
Sólo el tiempo
podrá dar cuenta del real alcance de esta nueva arremetida
antiliberal en América Latina. Lo concreto es que, por el
momento, la libertad se encuentra en retirada.
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Axel
Kaiser, Investigador asociado Área de Análisis del
Entorno Empresarial, Escuela de Postgrado, Facultad de
Economía y Empresa Universidad Diego Portales. |