Un
fantasma recorre Latinoamérica: el fantasma del socialismo.
Y se trata de su versión más nefasta, esa que luego del
derrumbe de la URSS se creía desparecida. Pues bien, una vez
más se comprueba que en Latinoamérica, el continente del
realismo mágico, todo es posible. Véanse los casos de
Ecuador, Nicaragua y Bolivia donde nuevos gobiernos
programan asambleas constituyentes “refundacionales” cuyo
objetivo real es la mantención indefinida del poder sin
contrapesos – en Venezuela ya se logró- sobre la base de una
retórica que recuerda el delirio político más afiebrado de
la década de los sesenta y setenta.
Mientras tanto en Chile nuestra presidenta nos da lecciones
contra- históricas. “Hay que creer en el Estado” nos dice.
¡Será posible que aun no se haya enterado de que el Estado
ha muerto! Así es, ese mundo metafísico donde producto de
una iluminación superior el Estado tenía la solución a todos
los problemas hace tiempo quedó reducido a cenizas. La
historia se encargó de aniquilarlo y la ciencia económica de
sepultarlo.
Al Estado no cabe atribuirle
funciones celestiales como el bienestar universal, la
felicidad humana, el hombre nuevo y tantos otros ideales
cuya prosecución justificaron el exterminio, la deportación,
la expropiación y la miseria más extrema. Su función debe
reducirse subsidiariamente a la mantención de ciertas
estructuras básicas que hagan posible la vida en sociedad.
Incluso los europeos lo están aceptando. Por eso están
desarticulando paulatinamente la fórmula del bienestar
mientras sutilmente preparan a sus ciudadanos para darles la
trágica noticia: el Estado – el dios del socialismo- no
puede garantizar el bienestar de la cuna a la tumba. Esto
significa, en lenguaje nietzscheano, que el Estado como
ideal, ha muerto. Algunas pruebas de ello son el anuncio del
aumento en la edad de jubilación para Francia, Alemania,
Dinamarca y posiblemente Italia - algo que nuestra
presidenta rechazó de plano cuando le contaron las
propuestas de la comisión Marcel-, la reducción de impuestos
en Alemania, la acalorada discusión sobre flexibilidad
laboral en Francia y el fin de la educación superior
gratuita en prácticamente toda Europa.
En nuestro país por el
contrario, siguiendo el realismo mágico o mejor dicho el
socialismo mágico, se nos insiste en el mito del Estado. Se
nos habla de solidaridad e igualdad en un discurso plagado
de falacias y no de libertad y responsabilidad individual
que son los motores del desarrollo. Pero quizás lo más grave
es que la oposición ha asistido con una complicidad
sospechosa al renacer de esta mitología. A muchos no les
haría mal recordar las sabias palabras de Benedicto XVI en
su primera encíclica: “Lo que hace falta no es un Estado que
lo regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y
apoye, de acuerdo con el principio de subsidiariedad, las
iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales...”
La subsidiariedad; he aquí la
sentencia de muerte que despojó al Estado de toda
connotación idealista. Mejor no olvidarla, de lo contrario
el fantasma podría llegar a penarnos como a nuestros
vecinos, y entonces ya no podremos dormir tranquilos.
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Axel
Kaiser, Investigador asociado Área de Análisis del
Entorno Empresarial, Escuela de Postgrado, Facultad de
Economía y Empresa Universidad Diego Portales. |