A la Dra.
Esther Waksol, ex alumna y querida amiga.
La
palabra ateo no es, per se, peyorativa. Sin embargo, es muy frecuente que
a ciertas personas les resulte un poco violento o penoso definirse como ateos,
y prefieren autocalificarse de agnósticos, seguramente porque este
vocablo les parece menos duro y chocante. Pero ateo y agnóstico, o
mejor, ateísimo y agnosticismo no son lo mismo.
En efecto, ateo es el que niega la existencia de Dios, y ateísmo
la doctrina en que se fundamenta su incredulidad. Más que de una doctrina
propiamente, en realidad se trata de una actitud, que puede darse dentro de
cualquier cultura, independientemente de la religión que predomine en ella, si
es el caso.
En cambio, el agnosticismo es una doctrina filosófica, según la cual ³es
inaccesible al entendimiento humano todo conocimiento de lo divino y de lo que
trasciende la experiencia² (DRAE). Es decir, el agnóstico, a diferencia
del ateo, no niega necesariamente la existencia de Dios, y hasta puede
creer en ella, pero sostiene que lo trascendente, o sea, lo que está más allá
de la experiencia, es imposible de probar, y en consecuencia, la existencia de
Dios, que es, por definición, un ente trascendente, escapa a toda posibilidad de
prueba o evidencia. El agnosticismo se fundamenta en el empirismo,
es decir, en la idea de que todo conocimiento tiene su base y su origen en la
experiencia de los sentidos. Por supuesto, probar la existencia de Dios es tan
imposible como probar su inexistencia. Con lo que queda en pie que la creencia
en Dios es una cuestión de fe, y la actitud contraria, la afirmación de que Dios
no existe, es una simple opinión.
El primero en emplear el moderno concepto de agnosticismo fue el
naturalista inglés Thomas H. Huxley, en 1869, en su libro Collected Essays.
En él sostenía que ningún conocimiento puede sostenerse si no es sobre una base
científica, y por tanto empírica y racional. Particularmente negaba tales
fundamentos a la metafísica y a la teología, y en general a toda
especulación religiosa. Uno de sus propósitos era defender el evolucionismo
de Charles Darwin, de quien era entrañable amigo, contra los ataques que contra
este había hecho la iglesia.
Sin embargo, el agnosticismo como doctrina, aún sin ese nombre, existía
ya desde la Antigüedad. Aunque no debe identificarse el escepticismo
griego de Pirrón de Elis y Timón de Flionte (conocido también como Tmón el
Silógrafo) con el agnosticismo, entre ellos existe una evidente relación,
si bien el escepticismo va, como doctrina filosófica, mucho más lejos que
el agnosticismo. También en la Edad Media, y aun dentro de corrientes
filosóficas cristianas, hubo posiciones agnósticas, en el sentido de reivindicar
el conocimiento de Dios mediante la mística y la fe, ante la
imposibilidad, que reconocían, de su comprobación científica. Tal es el caso
del principio de la ³docta ignorancia², de Nicolás de Cusa, filósofo cristiano
del siglo XV considerado con razón como uno de los más conspicuos predecesores e
inductores del pensamiento renacentista.
Huxley emplea la palabra agnosticismo por oposición a gnosticismo,
término que engloba diversas corrientes filosóficas, que tenían en común la
creencia en un conocimiento esotérico, que no se obtenía por la observación, ni
por el raciocinio, ni por el estudio, sino mediante la revelación divina.
Agnosticismo deriva de agnóstico, y este del griego agnostos, que
significa ignoto, desconocido. El vocablo es nuevo en el Castellano.
Corominas lo documenta, a partir de gnóstico, en el siglo XX. Sin
embargo, agnosticismo aparece en el DRAE ya en su edición de 1899,
gnosticismo en la de 1884 y gnóstico desde la de 1869. Por su parte,
ateo y ateísmo aparecen ya en el Diccionario de Autoridades
(1726). Pero atheo, así, con th, es más antiguo, pues lo hallamos
en el fastuoso Tesoro de don Sebastián de Covarrubias, descrito, por
supuesto, desde su posición de sacerdote católiico, por lo demás con mucha
gracia y donosura: ³atheo: el que no reconoce a Dios ni le confiessa, que es
gran insipiencia; (Š) Necio es, pues por las cosas visibles y por el discurso
natural no rastrea aver una suprema deidad, un principio, una divina esencia, lo
cual alcançaron todos los filósofos con sola la lumbre natural; y es ingrato,
pues no quiere reconocer a Dios, de quien tiene el ser, el vivir, el sustento; y
assí por ser un gran desatino, no osan publicarlo, sino allá dentro de su pecho
lo conciben y lo tienen secreto, aunque con las obras malas lo den casi a
conocer. (Š)².
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