Los
países de la región han hecho noticia en los últimos meses
porque les afecta algún problema que incide en su política
interna más que por su avance en la profundización de
estrategias de desarrollo que apunten a la solución de sus
endémicos males sociales.
En Argentina, a la costumbre de
los últimos años de no respetar los contratos y los derechos
de propiedad, hay que agregar por estos días los casos que
investiga la justicia por problemas de corrupción, entre
ellos uno que afecta a la ministra de Economía del gobierno
de Kirchner y la investigación del FBI que vincula al
gobierno de Chávez con la campaña de la candidatura
presidencial de Cristina Fernández.
En Bolivia, con una Asamblea
Constitucional ilegítima porque el gobierno y el partido que
lo apoya, el MAS, no respetan las reglas del estatuto que
regula la aprobación del proyecto y porque la oposición no
votó en la Asamblea por el clima de presiones sociales
desbordadas y violencia agitativa instalado por el propio
presidente Evo Morales.
En Ecuador el Presidente Correa
impulsa a través de una Asamblea Constitucional un proyecto
de nueva Carta Fundamental para establecer un sistema
económico altamente estatista e intervencionista, buscando
una refundación institucional. Además, presionó a la
inversión extranjera para renegociar a favor del gobierno,
so pena de nacionalizar. Ciertamente, la vigencia del Estado
de Derecho se ha estado relativizando.
En Venezuela, después de la
derrota de su referéndum de reforma constitucional, Hugo
Chávez ha vuelto a comenzar una campaña de desacreditación
de la oposición propiciando un escenario permanente de alto
nivel de polarización política y social. Él insiste en
avanzar en la profundización de la institucionalidad
socialista del siglo XXI, rechazando cualquier alternancia
democrática, pluralismo político e iniciativa privada
económica.
En Paraguay, el gobierno de
Nicolás Duarte expresa explícitamente que su administración
entrega dinero a través de sobornos para apoyos electorales.
Este país se caracteriza porque la falsificación, el
contrabando y la corrupción cruzan a la sociedad en su
conjunto. En la víspera de la elección presidencial, el país
tiene una disyuntiva crucial entre la candidata del partido
Colorado con una herencia negativa y dos candidatos
populistas, un ex militar golpista y un ex Obispo católico
de la Teología de la Liberación.
En suma, presiones sociales
desbordadas que terminan en violencia, instituciones
débiles, corrupción y desconocimiento de las reglas del
juego en el clima de negocios, forman un conjunto variado de
factores de amenaza que plantean agudos horizontes de
conflictos para las democracias que subsisten gracias a los
rituales procesales, pero que no garantizan con eficiencia
el ejercicio pleno de los derechos individuales y la
satisfacción de las aspiraciones de la población. En materia
económica ocurre algo parecido. Ya no se viven los días de
confianza en las reformas estructurales de la economía que
fueron eficaces en derrotar la inflación y promover la
llegada de inversión extranjera. Ahora, en virtud de la poca
consistencia de las reformas, se reproducen esquemas
populistas e intervencionistas.
Pareciera, a estas alturas, que
la democracia misma está en tela de juicio por su falta de
eficacia. Los gobiernos y las situaciones descritas
anteriormente obviamente merecen, en grados distintos, la
reducción de la confianza de las personas en las
instituciones del sistema. A todas luces, estamos en los
comienzos de una crisis de legitimidad de la democracia que
estimamos muy grave, en cuanto es el mecanismo político que
mejor resguarda la libertad personal.
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Politólogo,
Investigador Escuela de Postgrado, Facultad de Economía
y Empresa, Universidad Diego Portales. |