Bolivia
¿un estado
fallido?
por
Andrés
Benavente
Urbina
sábado, 26
mayo
2007
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Un
Estado fallido es aquel que no puede cumplir las funciones
básicas que constituyen la razón de ser de esta entidad,
entre otras, mantener la estructura institucional del país y
asegurar a la población el orden necesario para desarrollar
sus respectivas actividades.
Bolivia termina el año 2007 con una crisis de gobernabilidad
que confronta al gobierno con la oposición porque la
Asamblea Constituyente aprobó el nuevo proyecto
constitucional sin tener los dos tercios necesarios de los
asambleístas en ejercicio y quienes estaban por su
aprobación decidieron cambiar las reglas del juego y hacer
exigible ese quórum respecto de quienes estaban presentes.
La nueva Constitución será sometida a referéndum el año
próximo, pero la legalidad dejó de ser un referente y la
oposición la impugna.
De otra parte, la crisis de gobernabilidad se agudiza,
comprometiendo la estabilidad institucional, porque cuatro
departamentos: Santa Cruz, Tarija, Pando y Beni, que
concentran la mayor riqueza agropecuaria y de hidrocarburos
del país, desafiaron al Gobierno presentando públicamente
los estatutos para su autonomía administrativa y financiera
en un claro intento secesionista. El gobierno de Morales
sostiene que las autonomías están diseñadas para eludir la
reforma agraria que impulsa la nueva Constitución.
Ambas confrontaciones han tenido como marco importantes
movilizaciones sociales que amenazan desbordar la
institucionalidad. Por una parte el Movimiento al Socialismo
(MAS) que apoya al gobierno y el proyecto de nueva
Constitución y, por la otra, los movimientos cívicos que se
movilizan por las autonomías.
La realidad boliviana se parece al mismo modelo
confrontacional que siguen Cuba y Venezuela: el gobierno no
es concebido como una instancia de realización de proyectos
de desarrollo sino como una conducción “revolucionaria”
preocupada de derrotar a enemigos internos y externos que
suelen ser levantados como estereotipos por los propios
gobernantes. Evo Morales ha invocado a Tupak Katari y Che
Guevara. Pareciera que algunos no sólo tienen un apego
masoquista por la miseria sino que se niegan a combatirla
con seriedad y eficacia porque instrumentalizarla
políticamente es su única oportunidad de alcanzar un
relativo protagonismo histórico.
Estas crisis de gobernabilidad son la culminación de un
proceso de ascenso del populismo revolucionario que comienza
junto con la década en medio de las protestas en Cochabamba
por la privatización del servicio de agua potable; que
proseguirá con el segundo lugar que ocupó Morales en las
elecciones presidenciales de 2002 y su llamado a hacer
ingobernable la administración de Sánchez de Lozada elegido
por el Congreso Nacional; sigue con el estallido social de
octubre de 2003 que pone fin a ese gobierno; y culmina con
la movilización rupturista que fuerza la renuncia del
Presidente Carlos Meza en junio de 2005. Morales y el MAS
terminan planteándose como la única alternativa viable de
gobernabilidad porque si eran oposición aseguraban ser los
protagonistas de climas de inestabilidad.
También son consecuencia del agotamiento del sistema de
partidos políticos tradicionales que -- si bien dio una
inédita estabilidad a Bolivia durante los ochenta – luego
fue perdiendo legitimidad entre la población porque eran
percibidos como actores que perseguían acuerdos meramente
cupulares. Los pactos políticos eran tan heterogéneos que se
expresaban en mega coaliciones que, por lo mismo, resultaron
muy rígidas para mantener la unidad de alianzas tan
híbridas.
Una última causa de las crisis es que el modelo de
desarrollo impulsado por los más diversos gobiernos desde
1985, si bien resultó exitoso para terminar con los
escenarios de hiperinflación, impulsar el crecimiento
económico y atraer inversión extranjera, especialmente en el
sector minero, no fue internalizado como ventajoso por la
población en la medida en que siguió reflejando una clara
inequidad en la distribución del ingreso. Esto se transformó
en una dificultad insuperable cuando llegaron los vientos
recesivos en el comienzo de la actual década.
En el gobierno actual, la economía apunta fundamentalmente
al mercado interno; lejos del libre comercio, se adoptó una
política de sustitución selectiva de importaciones y se hizo
una recomposición de la propiedad, ya no sólo en el área
minera, sino en todo lo relativo a los recursos naturales
renovables y no renovables. Con ello Bolivia optó por la
profundización de la pobreza al retornar a esquemas
fracasados, como por lo demás suele ocurrir en los ensayos
populistas.
En definitiva, el gobierno de Morales no es algo
circunstancial sino el fruto de un proceso de acumulación de
fuertes tensiones sociales que no pudieron ser canalizadas y
absorbidas por los últimos gobiernos. Bolivia está inmersa
en un escenario de ingobernabilidad, sin instituciones que
generen consenso, con altos niveles de polarización y una
espiral de confrontación violenta con estallidos sociales
que terminan desbordando los cauces institucionales, como
ocurrió en la Asamblea Constitucional. Además, se diluyen
las mediaciones, como la ejercida por la Iglesia Católica,
pues el MAS la acusó de estar comprometida con el poder
económico. Sin posibilidad de negociación entre las partes,
el país avanza desde la ingobernabilidad hacia un ambiente
de inestabilidad institucional y esa es la antesala de una
situación de Estado fallido.
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Politólogo,
Investigador Escuela de Postgrado, Facultad de Economía
y Empresa, Universidad Diego Portales. |
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