Y aún hoy no cumplimos con la
sentencia bíblica. Escogemos más bien el camino opuesto.
Por ello no dejamos que los muertos entierren a sus
muertos. Preferimos asumir la profesión y condición
sepulturera.
No sólo convivimos con la muerte permanente, extendida,
profunda, sino que, además, nos declaramos cultivadores de
todo lo que signifiqué destrucción.
¿Pero dónde, en qué escondite anda la vida? ¿Puede el
enterrador hacer ofrenda y levantar el cáliz por la
existencia? La condena parece terminante: hay que
contentarse con el binomio de pan y esperanzas. Así
seremos bienaventurados y nos acercaremos al reino de los
cielos.
Porque esta sociedad se divide en enterradores y
enterrados que por lo general son parte del ‘ojo por ojo,
diente por diente’, a pesar de todo el amor que intentó
producir un cristianismo, que terminó por justificar el
crimen en el reino de esta tierra, para garantizar el
ingreso a un reino del más allá.
Y la casi totalidad de las fuerzas religiosas, de una u
otra condición, terminan invocando la muerte del otro,
como condición para la pervivencia de sí mismas. Y todas
las estructuras económicas, políticas y sociales son
portadoras, aunque digan lo contrario, de un profundo
contenido de muerte y exterminio.
Vieja historia que anda de renovación, en y para la
justificación de unos imperios, que hasta hoy se han
impuesto por la vía de la muerte y la destrucción. Desde
los patriarcas al neofascismo corre el mismo cauce, la
misma sangre colectiva y anónima que se siembra hasta en
la risa de los niños que también se convierte en muerte.
Por eso, un Nerón se pasea por muchos territorios para
inspeccionar los avances de la obra diseñada para
controlar la vida de eso que se ha dado en llamar
humanidad. Honor al mérito reclaman Hitler, Stalin,
Mussolini y toda su descendencia de asesinos y
enterradores.
Consideración superior a los indispensables que tienen
inscrito el nombre en la eternidad. A los enterradores de
porvenir y cultores de las tristezas de los tiempos que se
quedaron sin pasar.
¿Y dónde quedó el sueño de existencia del hombre
cotidiano, ese afán de porvenir que lo define? ¿Cómo
romper el nexo con los enterradores empeñados en que
conozcamos y sintamos que hay unos asesinatos justos,
necesarios y hasta convenientes y otros condenables por
injustificados porque provienen del ‘bloque del ‘terror y
la maldad’?
¿El frente nazi-fascista produce la muerte perversa y vil
mientras las muertes de los aliados ocurren en nombre de
la democracia, la libertad o la revolución social?
En Irak, como ayer en Vietnam, se mata en nombre del
bienestar y la felicidad. Hussein fue asesinado por el
mismo terror que enfrentaba. En Georgia se asesina en
nombre de la revolución del mismo crimen.
El imperio del nazi-fascismo pasó a una convivencia
negociada con la “revolución”. Y entre ambos sumaron ríos
de muerte para garantizar el flujo incesante de un capital
globalexplotador que siembra los mismos sacrificios en
nombre del libre mercado y una libertad que sólo alcanza a
quien puede pagarla.
En la Franja de Gaza se libra hoy el combate de los
terrorismos. Y los medios de comunicación venden con la
cuenta de los muertos. Hoy las invasiones son televisadas.
La historia del mundo es hasta hoy un registro permanente
de masacres. Porque para mantenerse en sus bases y
fundamentos, el terror necesita muertos en todas las
horas.
¿Y nosotros que papel jugamos en este mundo de genocidios,
asesinatos y crímenes?
Los muertos hoy no entierran a los muertos. El negocio de
la muerte es atendido directamente por sus
fabricantes-propietarios Porque no hay empresa que pague
mejores dividendos en este mundo que ésta de la muerte.
Lo que aún no conocemos es la sociedad que aspire
levantarse sin terror, sin masacre, de espaldas al crimen
y de frente a la existencia.
Y lo más grave: la utopía que alguna vez se llamó
democracia y otras revolución, está tomada por mismos
asesinos.
Estos son los muertos de hoy. Los que quedan enterrados a
ambos lados de las fronteras levantadas por los criminales
en la totalidad del planeta para mantener a resguardo sus
bienes y posesiones. Y se echa mano en cada caso de la
empresa religiosa.
Por ello hoy o nos levantamos contra todo terror o nos
convertimos en cómplices de la destrucción ‘sólo mata
gente’ que hace de Herodes un héroe universal.
Es hora de deslindar entre la vida y la muerte y no entre
los mismos fundamentos, maquinarias y formas que utilizan
los enterradores de oficio, que han hecho de la vida una
mercancía absolutamente desechable.
abm333@gmail.com