La
comunicación de Cira Carmona Pino tiene tono de regaño y
reclamo: pero es que usted, profesor, no parece darse
cuenta que aquí se ha producido una ruptura histórica, un
‘cambio para siempre’, y que ya Venezuela no volverá a ser
lo que fue. La disposición del movimiento revolucionario
es avanzar a paso de vencedores. Ya superamos la
transición de 3000 días y ahora lo que viene es revolución
pura.
De aquí en adelante vienen cambios profundos, verdaderas
transformaciones. Por eso el presidente, que usted no se
cansa en llamar GP, ‘jefe único’ o Hegemón, anunció
recientemente una serie de medidas encaminadas a ponernos
en posesión del socialismo del siglo XXI. Muchos no
sabemos qué es eso, pero tenemos confianza en que mi
Comandante en Jefe lo aclare en los próximos días.
En este sentido se decretó la formación del partido único,
una ley habilitante para que el ejecutivo haga las leyes
que considere convenientes para impulsar los cambios. Y
vendrá una educación, una reforma territorial, una
seguridad-policías, una economía, fuerza armada y un poder
comunal que serán los motores de la nueva sociedad. Ahora
sí es verdad que llegó la ruptura histórica.
La pregunta inevitable ante este testimonio apunta a
discernir si sabemos de qué hablamos. Ahora nos enteramos
que aquí acaba de concluir una era de transición y que se
está decretando el inicio de una nueva que nos llevará al
socialismo del siglo XXI.
En principio, la transición se refiere al tiempo de
construcción de un nuevo modo de producción, una nueva
realidad, un nuevo orden. En este sentido, por ejemplo, el
marxismo señala al socialismo como una etapa de transición
entre el capitalismo y el comunismo.
Es la eliminación progresiva del Estado explotador y la
creación de las condiciones históricas para la
desaparición de la sociedad regida por la lucha de clases
y, en consecuencia, de la desigualdad. Es la hora de la
satisfacción plena de las necesidades y con ello el
advenimiento de la libertad.
Al fin el hombre libre del ‘fetichismo de la mercancía’,
la alienación, el mercado, el control del Estado, la
policía y, lo más importante, de la propiedad. El suelo,
los frutos, la producción son de todos. Queda atrás el
poder que se manifiesta a partir de la conciencia de ‘lo
mío y lo tuyo’.
Y si no hay nadie a quien vencer, controlar o dominar no
tiene espacio la violencia, la policía y los llamados
centros de administración de justicia. Esto es lo que se
conoce como la ‘utopía del comunismo’ que no se ha
alcanzado en ninguna parte.
Es más, ni siquiera se ha logrado implantar el socialismo
tal y como lo establece la doctrina-postulados de Marx y
Engels. Hasta hoy el proletariado, la clase obrera
explotada, no ha tomado el poder en ninguna parte. En la
práctica esta clase ha sido sustituida por una
‘vanguardia’, supuestamente portadora de
‘claridad-conciencia’ y de condiciones para la
representación.
De modo que, a través del ‘centralismo democrático’ los
trabajadores designan sus representantes ante las
estructuras del poder. Una ‘representación’ que, en cada
oportunidad, termina por conformar una burocracia estatal
revolucionaria. Una clase explotadora más que en el fondo
nada tiene que ver con proletariado ni utopía pero sí con
la puesta en práctica de otras formas de dominación.
Y aquí nos conseguimos con un problema ético-moral que
lleva a preguntar por la naturaleza del hombre, por su
condición natural. Para una corriente de interpretación el
hombre nace y es malo por naturaleza y sólo Dios puede
controlarlo. Para otra el hombre nace bueno pero la
sociedad lo corrompe. Por ello su salvación o mejoramiento
está en el cambio de la sociedad. Sobre estas dos
posiciones descansa buena parte de la teoría social.
Y hasta el presente no se ha podido demostrar la
viabilidad del comunismo. Y las religiones y los regímenes
de fuerza, siempre recubiertos de ‘legalidad, libertad y
democracia’, siguen a la cabeza del control de la
sociedad.
El concepto de ruptura histórica está unido al de ‘salto
histórico’ y al de ‘revolución’. En los tres casos se
alude a transformación radical, cambio total de las
estructuras de una sociedad y aparición de un hombre y una
moral nuevos.
Para que haya una verdadera ruptura se requiere en
principio un cambio del modo de producción que implica a
la vez un cambio en la forma-orden de vida de una
sociedad. Y tal como lo hemos planteado desde 1978 (Clases
sociales y violencia en Venezuela) en el mundo prevalece
el modo de producción explotador, en el cual el llamado
socialismo sólo ha constituido una modalidad productiva,
que no ha sido capaz de romper la esencia explotadora que
define el modo de producción vigente.
Por esto procede la interrogante en relación con la
ruptura-revolución-salto de que se habla aquí: ¿una
quiebra que no irá más allá de los cambios de forma y
niveles de explotación? ¿Dónde, cómo, cuándo las llamadas
‘revoluciones sociales’ produjeron la utopía del hombre
libre de todo tipo de explotación-alienación-destrucción?
¿Qué significa, en consecuencia, decir que este régimen va
ahora, firme y retadoramente, hacia la ‘ruptura
histórica-salto-revolución’? ¿Hay motivo para convocar a
una celebración cuando ni siquiera se tiene conciencia de
hacia dónde vamos?
¿Habrá que festejar la trampa-irresponsabilidad de
anunciar un socialismo adjetivado con un siglo XXI para
hacer saber que se habla, a lo interno de la lucha contra
la implosión, y a lo externo de una disputa por la
hegemonía entre poderes imperiales con igual capacidad
para la muerte-destrucción y el total
desprecio-utilización del colectivo?
¿Cómo negar que una vez más se utiliza el socialismo para
esconder el peor y más atrasado
autoritarismo-caudillismo-militarismo? ¿Socialismo o
hegemonía del siglo XXI? ¿Llegó la hora de cuál ruptura
histórica? ¿Hasta cuándo el engaño-burla-perversión en
nombre de una tal revolución que nadie logra definir,
determinar ni justificar en el plano de lo
histórico-concreto?
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