En
el recuerdo de la masacre del 11 de Abril del 02 se
imponen algunas preguntas sobre la forma como hemos
actuado y actuamos hoy ante un proceso de desmovilización
del colectivo que ya alcanza a un lustro y que está hoy en
su peor hundimiento y sin perspectivas de recuperación en
el corto y mediano plano.
¿Qué nos ocurrió? ¿Cómo y porqué construimos el hueco que
significa el triunfo de la llamada ‘revolución
bolivariana’? ¿Qué respuestas nos damos individual y
colectivamente? ¿Quién cumple aquí con su responsabilidad
de hombre y ciudadano?
El individuo-ciudadano hoy no busca respuestas en sí
mismo. Se siente impulsado más bien, a lograr quien se la
proporcione: ¿Cuándo salimos de esto? ¿Hasta cuándo nos
calamos esta crisis?
¿Qué va a pasar aquí? ¿Habrá violencia? ¿Y quién se
atreverá ahora a llamar a participar en otras elecciones?
En cada caso tratamos de ubicar al interlocutor en una
perspectiva histórica.
Porque la coyuntura política que vivimos nos sitúa ante
una obligación: la convocatoria a la participación real y
a la responsabilidad necesaria e impostergable.
Pero no se trata ahora de simples formalidades sino de
algo que por primera vez se nos presenta como
indispensable. Queda claro a la fecha que el problema que
tenemos por encima va mucho más allá de los viejos y
gastados partidos, de los grupos de negociaciones e
intereses, de las complicidades y de la compra-venta de
engaños y voluntades.
Hoy, todos y cada uno estamos obligados a tomar una
posición y asumir las acciones y responsabilidades que de
la misma se derivan.
La solución de la crisis que padecemos no puede ni debe
ser enfrentada con esquemas ya probados en el terreno del
vacío y el fracaso.
Indispensable apelar entonces a los aportes individuales
que se expresan en el contexto de lo colectivo.
Es hora de sumar voluntades, aportes, decisiones y
acciones destinadas a la construcción de una nueva
realidad.
Pero es indispensable partir de una convicción: estamos
obligados a construir la otra historia y no a darle
continuidad a lo que hemos tenido. No podemos jugar al
cambio del ‘gendarme necesario’ o ‘guachimán’ al servicio
de los mismos intereses.
Tenemos que pensar y hacer un movimiento diferente para
una historia de igual factura. De no ser así estaríamos
apostando a la simple continuación de una tragedia signada
por el positivismo.
Ya no es hora de esperar que nos vengan a ‘hacer’ la
historia sino de disponerse a su elaboración por nuestra
voluntad-acción.
Y eso comporta un cambio de actitud. Distinto es esperar a
que otro u otros hagan, a que cada uno de nosotros tenga
qué hacer.
Si asumimos esta forma de actuar, estamos obligados, con
Henry David Thoreau, a saber que nuestra condición de
hombre es lo primero y después la de ciudadano.
Se requiere entonces una corporación de hombres
conscientes que entienda que lo importante no reside en
cultivar el respeto por la ley sino en hacer lo que se
considere correcto, necesario y justo en un tiempo
específico.
Estaremos entonces ante un hombre consciente, inclinado
hacia lo correcto pero en muchas oportunidades lanzado
contra su voluntad a la ocupación maldita: la guerra.
Este hombre es convertido de este modo en un pequeño
polvorín al servicio de los inescrupulosos del poder.
Por todas partes debe quedar claro que la inclinación del
colectivo venezolano es hacia la paz.
Pero a la vez hay que entender que sobre el mismo pesan
casi dos siglos de manipulación para ponerlo al servicio
de los dueños del poder, quienes se han valido y se valen
del ‘caudillo único’ que por su semejanza con Dios tiene
en sus manos todos los poderes, con los cuales somete toda
disidencia por pequeña que sea y aplasta toda
manifestación de violencia con el mayor de los
despliegues.
Y establecida la paz, el gendarme cuidará de mantener y
consolidar cada vez más el orden para que crezca el
progreso-evolución científico, económico-industrial,
social, militar.
Todo regido por la voluntad iluminada y salvadora que nos
ayudará a ser buenos ciudadanos al servicio del peor
cretinismo. Porque esta es la más excelsa negación de
cuanto se pueda entender por democracia.
En el camino están los césares. De Bolívar al Presente.
Pasando por Páez, Guzmán Blanco y Juan Vicente Gómez. Algo
que se mueve entre el atraso y la imagen de grandeza.
Y máxime cuando se hace manifestación de fe en cuidar de
permanecer y garantizar el Estado en el cual haya más
sumisión, obediencia, complicidad y el cretinismo en su
más alta expresión.
A cinco años de la masacre del 11 de Abril, la tragedia
continúa. No sólo en muertos y heridos, sino en la
liquidación ético-moral y espiritual. En la
desmovilización del colectivo y la estabilidad de la
ignominia-perversión vestida ahora de ‘socialismo del
siglo XX’.
Téngase en cuenta, sin embargo, que con estas armas no se
somete definitivamente a un colectivo dispuesto a defender
con su actuación responsable la decisión de construir su
propia y obligada historia.
Entonces el hombre empezará a encontrar al hombre de esta
Venezuela, para dejar a un lado la actual condición de ex
-país.
Qué cada quien asuma entonces con base a su
conciencia-responsabilidad, que llegó la hora de las
decisiones.
Y si la idea es evitar la guerra-mortandad, tendremos que
construir colectivamente una salida a la convocatoria a la
tragedia-muerte que intensifica este régimen el 11 de
abril del 2002 y que hoy sigue alimentando con todo
ensañamiento-perversión.
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