El
superdestinador heroico del mensaje “la mejor constitución
del mundo” se convierte ahora en el gran proponente de la
reforma. El defecto alegado para reformarla es su escasez
de socialismo y sus muy angostos lapsos de tiempo para el
período presidencial que no han permitido profundizar la
revolución. La verdad es que el socialismo aparte de que no
se sabe lo que es, salvo las experiencias históricas que
culminaron en aborto, no se establece por decreto, aunque
este aspecto jurídico-procedimental puede convertirse en la
clave para hacer colar un ambicioso proyecto de poder
perpetuo y personalista. Y es que el socialismo, bien sea en
la práctica o cuando es invocado por los actores
revolucionarios, no ha podido deslastrarse jamás del tufo
totalitario que lo impregna hasta los tuétanos y que queda
plasmado en la actual tentativa adelantada desde el poder.
La reforma
que se está planteando en Venezuela, por su contenido, por
los principios que altera, por los cambios que involucran la
anatomía económico-política y por las desgarraduras mortales
en el tejido democrático, implica de suyo yuxtaponer una
constitución paralela o sencillamente dos espíritus
constitucionales y serias contradicciones cohabitando en un
mismo texto constitucional. Ello muestra, para empezar, que
en caso de ser aprobada queda el camino abierto para
cualquier cosa hasta el colmo del desmán y la arbitrariedad.
En todo caso la realidad más palmaria es que los artículos
objetos de modificación suponen un envite radical que altera
las reglas de juego entre el individuo, la sociedad y el
Estado y apunta a una desmesurada concentración de poder en
manos de la institución presidencial, cuyos rasgos
adquirirían carácter monárquico-despótico.
En efecto,
a la consabida falta de autonomía de los poderes públicos
existente, se sumaría la reelección inmediata e indefinida
del presidente, su control sobre el poder popular, el
desmesurado aumento de sus competencias militares y su
nuevo papel como administrador del Banco central de
Venezuela. Habría que preguntarse en verdad si con estos
suprapoderes políticos, militares y financieros
absolutamente concentrados en manos del jefe del ejecutivo,
puede seguir hablándose de presidencia. ¿No se parece más
bien esta figura todopoderosa a una monarquía absoluta? La
institución presidencial y el propio concepto de República
está amenazada, lo que se asoma con la reforma es una
monarquía aderezada con la invocación de socialismo.
Una
revisión de la historia interna del socialismo en sus
aplicaciones prácticas o socialismo real permite una lectura
de ese proceso que no deja espacio para extrañezas. El texto
de la reforma tiene en común con las experiencias
socialistas cuatro elementos indiscutibles: el componente
totalitario, el papel ideológico-político del estamento
militar, el organicismo social donde se ubica al individuo
como parte de un organismo y el angostamiento o virtual
desaparición de la propiedad privada.
El
componente totalitario es el más obvio del proyecto
constitucional, se tritura la descentralización, el
presidente es el único con derecho a la reelección , máximo
gerente y administrador de las reservas internacionales,
sumo jefe militar y único arbitro elector en materia de
ascensos militares, además habría que agregar su condición
de fuente del saber ideológico fundamental indiscutible como
lo exige el “Estado Socialista”, su dedo infalible ya no
solo escoge los ministros, sino a los generales del
ejercito, a una suerte de visires o vicepresidentes
regionales y hasta el liderazgo del poder local o comunal.
El segundo
factor es el claro papel militarista que reviste el proyecto
que cambia el carácter institucional de las fuerzas armadas
nacionales y las convierte en una suerte de guardia
pretoriana al servicio del régimen, del jefe único y de la
ideología socialista. Además se consagra el concepto de
“enemigo interno”, dejando el camino despejado para que
participen en la persecución, hostigamiento y uso de la
fuerza contra cualquier ciudadano que quién sabe por obra de
cuál comité de iluminados sea declarado enemigo, lo cual por
lo visto hasta ahora, puede comprender razones que van ser
desde recibir financiamiento para invitaciones a dar
conferencias en el exterior hasta simplemente no ser
socialistas o no compartir el pensamiento del hablachento de
Miraflores.
El gusto
por la comunidad arcaica, aquella en la que el individuo es
subsumido y pasa a formar parte de un organismo es
¿curiosamente? una idea que el socialismo comparte con el
Nazismo. Ambos critican el individualismo y comparten el
organicismo social. Esta idea aparece nítida y bien definida
en el proyecto constitucional del teniente coronel Chávez.
Se trata de la línea incrustada en el nuevo ordenamiento
territorial, donde la comuna desplaza al individuo y al
ciudadano de la posición fundante de la organización
socio-política. Algunos miembros de la izquierda delirante
del régimen ven allí la realización de sus nostalgias por
los soviets y por las antiguas colonias hippie. Por si fuera
poco el poder popular no nace del sufragio, pero como
tampoco tiene un origen divino, con toda seguridad esa
norma es clave para comprender cómo tal poder estaría
funcionalizado y mediatizado a los reales designios del
monarca. De ese modo el tan cacareado poder comunitario y
socialista se desvanece ante la gran carcajada del déspota
de turno.
El cuarto
elemento común a las experiencias del socialismo real es el
arrinconamiento y virtual desaparición de la propiedad
privada. Los venezolanos sólo tendrían derecho a la
propiedad sobre los bienes de uso y consumo y medios de
producción legítimamente adquiridos, pero pierden el derecho
consagrado en la constitución del 99 a disponer de sus
bienes. De modo que se instauran otras formas de propiedad
social, pero la propiedad privada en la práctica desaparece,
por cuanto a las limitaciones ya impuestas por el interés
social se suma ahora que el ciudadano no puede disponer
plenamente de “lo suyo”. Así se le asesta un golpe seco a la
propiedad privada, a la libertad individual y a una de las
bases de un sistema republicano y democrático, al tiempo que
se abre paso al reciclaje de una experiencia histórica
colapsada, fracasada, que sólo sirvió para atragantar a los
Estados de gigantismo económico, sumió en la pobreza a
poblaciones enteras y desmotivó y desmovilizó la iniciativa
individual creadora de riqueza en sociedades como las del
Este Europeo, muchas de las cuales aún no han podido
recuperarse.
En
definitiva, el proyecto constitucional instauraría de ser
aprobado, una constitución nueva y paralela en coexistencia
con la constitución vigente. Sería un caso inédito y extraño
de dos constituciones y dos espíritus constitucionales
habitando en un mismo texto y contenido de un libro llamado
Carta Magna.
Obviamente,
en una lectura sintomática veríamos las contradicciones
entre un Estado Republicano y un Estado Socialista, entre el
lugar del ciudadano y el papel de la comuna, entre división
de poderes y concentración del poder en un jefe único, entre
capitalismo como base real de la economía y un proclamado
socialismo sin definición, entre valores laicos y
fundamentalismo socialista, entre pensamiento libérrimo y
pensamiento único, entre centralismo y descentralización,
entre sociedad democrática y poder despótico, entre
ciudadanos a secas y ciudadanos socialistas, entre un cuerpo
social plural y un bloque de poder unicéntrico y monolítico,
entre límites al poder y el poder omnímodo, entre democracia
y totalitarismo. Parece brotar en limpio una contradicción
central que pone en lisa el concepto de soberanía: soberanía
de la nación o soberanía del jefe único bonapartista.
Las
contradicciones aflorarían por doquier hasta en los puntos
más inesperados y tendrían que ser resueltas en la sala
constitucional del tribunal supremo de justicia que ya se
sabe por donde cojea. Se trata de un proyecto nefasto,
confrontacional y megalómano-delirante. Por ello, ante la
encrucijada histórica que tiene Venezuela, ya no hay tiempo
para discusiones estériles sobre si se precisa una
constituyente o si se adopta la abstención de resultados
tristes. Hay que salir a disputar el poder en la calle y en
el espacio público, hay que enfrentar en todos los terrenos
ese proyecto constitucional totalitario que entronizaría ad
eternun al gobierno más
depredador de cuantos ha tenido Venezuela. El proyecto-así
lo han dicho ellos- es un bloque, pues hay que salir a
castigarlo en bloque, impugnarlo desde el lugar del
gran rechazo y
votar por su NO
aprobación cuando sea.
angelferepist@cantv.net
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Profesor-Investigador en Epistemología y Filosofía
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