Más
allá de las hiperideologizaciones y del discurso
esquizofrénico del régimen y su glorificación socialista, lo
cierto es que nunca en Venezuela habíamos tenido un gobierno
tan ineficiente, corrupto, abyecto y depredador como el del
presente tiempo. Pese a los denodados esfuerzos del
hablachento de Miraflores por trasladarlo todo al terreno de
la ideología apelando a extraordinarios recursos de
estrategia propagandística, no han podido escamotear los
nudos más crudos de los procesos reales, a saber; que la
arbitrariedad y el desplazamiento monológico desde el poder
que pretende crear un imaginario autojustificatorio, no ha
podido en el nivel fáctico demostrar que sus políticas
públicas pueden traducirse en justicia, calidad de vida y
bienestar para la población.
Se puede incluso a estas alturas realizar un inventario para
dar cuenta de cómo se han condensado las políticas del
gobierno desde sus inicios hasta la recientemente aprobada
ley habilitante. En ese registro brota claramente que uno de
los motores centrales, el motor económico, ya está fundido
como resultado de la ola de nacionalizaciones delirantes, el
excesivo centralismo, el afán de control y el discurso
hostigante inconveniente. Y hay que ver que en la economía
moderna como lo mostró un premio Nóbel juegan un papel
estelar aspectos psicológicos como las creencias y las
expectativas.
No cabe duda de que el discurso presidencial potenciado
desde el mes de Diciembre, le causó un serio daño a la
economía nacional expresado actualmente en escasez e
incremento de los precios como corolario de una política
económica fracasada y sostenida en la sola inyección de
gasto público, además del colapso en el área agrícola
condicionada por la economía de puerto y sin ninguna
protección para el productor nacional. El gobierno pretende
imponer su dictadura al mercado en el vano intento de
alterar por decreto la estructura de costos. La revolución
se está topando con el mercado.
Pero es que por añadidura ningún aparato económico resiste
ese drenaje constante de recursos que van a parar a una
cofradía de países vividores y de economías enervadas como
Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Cuba y Argentina. No parece
haber límites éticos que sirvan de contención al régimen, ni
siquiera su tan cacareado nacionalismo, cuando se trata de
financiar extra-frontera su proyecto político izquierdista
continental.
Estamos en presencia de un socialismo muy discursivo,
retórico, fanfarrón, pero definitivamente sin base ética que
pretende el ejecutivo subsidiar en todos los niveles, desde
la compra de empresas como la CANTV, hasta frigoríficos,
mercados, bodegas, misiones y consejos comunales. De lo que
se trata en la práctica es que no haya espacio alguno de la
sociedad que no esté bajo control del Estado, ahogar al
sector privado de la economía y al propio tiempo crear las
condiciones para que los ciudadanos hasta en materia de
alimentación dependan del Estado. Pero, estatismo y
nacionalizaciones no implican necesariamente socialismo, son
fórmulas ya aplicadas antes en Venezuela que convivieron
plácidamente con un capitalismo de Estado y de las que hubo
que salir por la consabida contradicción que se presenta en
estos casos entre tasa de ganancia y costo político, esto
es, entre el criterio de rentabilidad inherente a toda
empresa y la necesidad de establecer precios para sus bienes
que no sean impopulares políticamente.
Por otra parte, se habla del gran motor de la educación para
formar al hombre nuevo socialista a contrapelo del
individualismo y consumismo capitalista. De nuevo vuelve la
excesiva tendencia a ideologizarlo todo. En este punto
asistimos a una exageración, por decir lo menos. Resulta
insólito que haya una sublimación de lo ideológico, cuando a
este régimen las escuelas se le están derrumbando y no
cuentan con los servicios mínimos y los recursos necesarios
para la enseñanza. Hablan de valores y la verdad es que los
maestros y profesores que han venido ingresando a nivel de
educación básica, lo han hecho en el marco de la suspensión
del régimen de concurso (uno de los aportes de Izturiz) y
sólo bajo el criterio de la lealtad política.
Los motores que lucen bien encendidos en este peculiar
socialismo son los del control de las telecomunicaciones y
la continuidad de la militarización. En el primero tenemos
la intención del régimen de avanzar hacia una política de
control absoluto de los medios de comunicación, donde el
cierre de RCTV es apenas el primer eslabón. En el segundo,
brota en limpio el posicionamiento de militares en puestos
claves y la compra masiva de armas que ubica a Venezuela en
lugar cimero de esta área. Ambos motores conforman una pinza
estratégica de peso orientada a la perpetuación del déspota
en el poder, eternizarlo en la presidencia con un poder
absoluto y un control total sobre la sociedad.
En contraste, no han podido apagar el motor de la
corrupción, de la cual van más de quinientos casos, algunos
muy emblemáticos como el del CAEZ y que por su monto y
cuantía dejan minimizados los casos de corruptelas de la
cuarta república. Muy a pesar de la retórica, la corrupción
se ha enquistado y hecho inseparable del régimen. Se ha
formado con ella una burocracia y un funcionariado que vive
de los contratos con el Estado. La nueva élite o
boliburguesía se alimenta en buena parte de estos negocios y
al amparo de la ausencia de la más mínima contraloría
institucional.
Así marcha el socialismo farsante, entre el derretimiento de
las instituciones, las peroratas del déspota y el aplauso de
sus áulicos. Más que socialismo, su ethos es el
autoritarismo. Socialismo que se vive como tragedia y como
farsa, socialismo mediocre, corrupto y ramplón.
angelferepist@cantv.net
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Profesor-Investigador en Epistemología y Filosofía
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