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Lo del 15 de agosto (III) 1952 / 2004
por Alexis Márquez Rodríguez

jueves, 9 septiembre 2004



En 1952 la dictadura militar-perezjimenista, encubierta tras la máscara de una Junta de Gobierno presidida por el Dr. Germán Suárez Flamerich ­un oscuro abogado y figura de segunda línea de la Generación del 28­, convocó a elecciones para elegir una Asamblea Nacional Constituyente. La Junta de Gobierno se había constituido a raíz del asesinato, en noviembre de 1951, del Coronel Carlos Delgado Chalbaud, presidente de la Junta Militar de Gobierno nombrada en noviembre de 1948, al ser derrocado el presidente Rómulo Gallegos. Además de él, formaban esta junta militar los coroneles Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez. Delgado Chalbaud era un serio obstáculo para los designios autocráticos de Pérez Jiménez. De ahí que, al perpetrarse su asesinato, en un turbio suceso que nunca se ha aclarado, las sospechas recayeran inevitablemente sobre su compañero de Junta como autor intelectual.

Anunciadas las elecciones, se empezó a discutir si debería participarse en ellas o no. En aquel momento funcionaban legalmente y a duras penas sólo dos partidos, Unión Republicana Democrática (URD), liderizado por Jóvito Villalba, y COPEI, con Rafael Caldera a la cabeza, y dos clandestinos, Acción Democrática, cuyo secretario general era Leonardo Ruiz Pineda, y el Partido Comunista de Venezuela, con su secretario general, Jesús Farías, preso desde 1950, y jefaturado de hecho por Pompeyo Márquez, que ya empezaba a ser el legendario Santos Yormes. Apresuradamente la dictadura organizó un parapeto partidista, llamado Frente Electoral Independiente (FEI).

Sin mayores dificultades URD, COPEI y el PCV se inclinaron desde el principio por ir a las elecciones. En cambio, en AD se debatía la tesis de Rómulo Betancourt, desde el exilio, según la cual participar en las elecciones era contribuir a una farsa de la dictadura, por lo que ordenaba a la militancia la abstención. Aunque entre ellos había dudas, la línea betancurista fue acatada, y los adecos no participaron en la campaña electoral. Sin embargo, al final de esta la base de AD rechazó la línea abstencionista, y el 30 de noviembre, día de las elecciones, concurrieron masivamente a votar por los candidatos de URD, que eran apoyados también por los comunistas y por la gran masa independiente. COPEI concurrió con candidatos propios.

URD era entonces un partido pequeño, pobremente organizado y sin mayor experiencia en la lucha política, menos aún contra una dictadura. Pero logró el respaldo mayoritario de la población opuesta a Pérez Jiménez. En Caracas y otras zonas muy pobladas, el PCV, también un pequeño partido clandestino, pero con una eficaz organización celular y con un larga trayectoria de lucha, asumió la carga principal de la campaña electoral. Durante muchas semanas los comunistas anduvimos en los barrios populares, especialmente, en mi caso, en los cerros del centro de Caracas: Marín, Hornos de Cal, El Manguito, La Charneca, La Ceiba, etc. Desde el principio se observó el entusiasmo con que la gente se preparaba para las elecciones.

Por esos días, el 21 de octubre, a eso de los 8 de la noche, fue asesinado en la Avenida Principal de San Agustín del Sur el Dr. Leonardo Ruiz Pineda, secretario general de Acción Democrática, por agentes de la Seguridad Nacional, la policía política del régimen, ya bajo la jefatura del tenebroso Pedro Estrada.

El 26 de noviembre se llevó a cabo en el Nuevo Circo de Caracas el mitin de clausura de la campaña electoral de URD. Fue algo apoteósico, con el coso lleno a reventar ­se calculaba entonces unas 15.000 personas entre las gradas y el ruedo­ y una multitud similar a las puertas y alrededores del circo. Oradores principales fueron Jóvito Villalba, líder popular indiscutido, entonces en uno de los momentos estelares de su carrera política, y don Mario Briceño Iragorry, eminente escritor católico, sumamente prestigioso y respetado, políticamente independiente pero de ideas avanzadas. Aquel cierre de campaña, a cuatro días de las elecciones, parecía preludiar un gran triunfo popular y la derrota de la dictadura. Sin embargo, nadie se hubiera atrevido a vaticinar que así ocurriría.

Pero ocurrió. El 30 de noviembre, a primeras horas de la noche, ya se empezó a vislumbrar lo que muchos creían imposible. A medida que se iban haciendo los escrutinios, mesa por mesa, empezaron a llegar, en particular a los periódicos ­El Nacional, El Universal, La Esfera y Últimas Noticias­ y a las emisoras de radio ­aún no había televisión en Venezuela­, los datos esperanzadores, de todas las zonas de Caracas y del interior del país. El mismo Consejo Supremo Electoral emitió los primeros boletines, todavía muy parciales, pero que ratificaban la tendencia de lo que ya era vox populi: el triunfo de URD y la derrota de Pérez Jiménez en todo el país. Incluso la prensa extranjera se hizo eco de la misma información.

Sin embargo, próxima la medianoche el C.S.E., sorpresivamente, se negó a seguir emitiendo boletines, y se corrió la inquietante especie de que era por órdenes de Miraflores. Cundió entonces la alarma. La sede central de URD, situada de Toro a Cardones, en la parroquia Altagracia ­en lo que hoy es la Avenida Baralt, cerca de lo que se conocía como la Subida de los Perros­, era un hervidero de gente. Se le planteó entonces a Jóvito Villalba la necesidad de lanzar el pueblo a la calle y declarar una huelga general en defensa del triunfo, que se veía amenazado. Pompeyo Márquez, actuando sigilosamente, pues estaba en la clandestinidad y era buscado por la S. N., fue de los que con mayor vehemencia conminaron al líder urredista a llamar a la gente a la calle. Pero Villalba, inexplicablemente, vacilaba: ³Hay que esperar, hay que esperarв, decía. Pero se esperó demasiado. El 1 de diciembre el C.S.E. anunció como oficiales unas cifras visiblemente adulteradas: triunfaban los candidatos de la dictadura, y se daban, casi como dádivas, algunos candidatos electos a URD y a COPEI. El día siguiente la Junta de Gobierno puso su renuncia ante las Fuerzas Armadas, y estas designaron a Pérez Jiménez presidente provisional, hasta tanto fuese ratificado por la Asamblea Constituyente recién electa, con una amañada mayoría perezjimenista.

El fraude se había consumado, toscamente, sin complicaciones informáticas ni observadores internacionales, con los medios de comunicación de nuevo férreamente censurados, después de que, durante la campaña electoral, se había concedido cierta apertura, dirigida a dar una apariencia de democracia, sin duda porque, además de convenirle, el dictador tenía la seguridad de que triunfaría limpiamente en las elecciones. El fraude consistió simplemente en adulterar las resultados, dando unas cifras distintas de las que realmente se habían obtenido.

Algo, sin embargo, ocurrió, que no estaba en los cálculos del dictador: la renuncia de diez de los quince miembros del Consejo Supremo Electoral, entre ellos su presidente, Dr. Vicente Grisanti, para no avalar el escandaloso fraude. El gobierno tuvo que reestructurar el C.S.E. y designó para presidirlo, primero a Ricardo Mendoza, y luego a quien había actuado como secretario del Consejo, el médico Pablo Salas Castillo, quien poco después recibiría como recompensa la presidencia del Seguro Social, que ya, junto con las aduanas, era posición ansiada por muchos, porque permitía el enriquecimiento ilícito fácilmente y en poco tiempo. Estas renuncias confirmaron lo que, dentro y fuera de Venezuela, ya todo el mundo sabía: Pérez Jiménez se afianzaba en el poder, pero no por el voto del pueblo, sino por un escandaloso fraude electoral. Pocas semanas después Jóvito Villalba y la plana mayor de URD fueron enviados al exilio, bajo la eufemística expresión de ³haber sido invitados a salir por un tiempo del país².

Imposible saber qué hubiese ocurrido si la misma noche del 30 de noviembre el pueblo hubiese sido llamado a la calle y se hubiese declarado una huelga general. Es posible que en tales circunstancias el fraude no se hubiese consumado, y nos hubiésemos ahorrado los seis años más brutales de la dictadura. Pero lo que sí es evidente es que lo ocurrido en 1952, una derrota popular más aparente que real, a la larga influyó en el derrocamiento de Pérez Jiménez en 1958. Siempre he creído que en política nada es en vano, y que los hechos ocurridos, positivos o negativos por igual, no se pierden, sino que se van acumulando, y al final producen sus efectos. A punto de cumplirse el primer período de su mandato, Pérez Jiménez tenía que convocar de nuevo a elecciones en 1957. Pero, escamado por lo que le ocurrió en 1952, en lugar de hacer lo que debía, inventó la idea de un plebiscito, para que los electores dijeran si estaban de acuerdo o no con su permanencia en el poder. Esta vez, por supuesto, la mayoría de la población se abstuvo de participar en lo que evidentemente sí era una farsa. Y ello contribuyó mucho a su perdición. Esta burda maniobra, aunada a otros factores, trajo como consecuencia los sucesos de enero de 1958, desde el alzamiento fallido de la aviación el primer día del año, hasta la insurrección del pueblo caraqueño, que precipitó el derrocamiento de la dictadura el 23 de enero.

Alguien ha dicho que la historia no da lecciones. Yo creo que sí las da. Otra cosa es que la gente que recibe esas lecciones no las asimile como es debido ni aprenda de ellas.

He escrito estos recuerdos de memoria. Es posible que algunos detalles se me hayan escapado, o que otros no sean exactamente como los cuento. Quizás alguien con mejor memoria
pueda corregir las posibles inexactitudes. Enhorabuena.
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