En
1952 la dictadura militar-perezjimenista, encubierta tras la
máscara de una Junta de Gobierno presidida por el Dr. Germán
Suárez Flamerich un oscuro abogado y figura de segunda línea de
la Generación del 28, convocó a elecciones para elegir una
Asamblea Nacional Constituyente. La Junta de Gobierno se había
constituido a raíz del asesinato, en noviembre de 1951, del
Coronel Carlos Delgado Chalbaud, presidente de la Junta Militar de
Gobierno nombrada en noviembre de 1948, al ser derrocado el
presidente Rómulo Gallegos. Además de él, formaban esta junta
militar los coroneles Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera
Páez. Delgado Chalbaud era un serio obstáculo para los designios
autocráticos de Pérez Jiménez. De ahí que, al perpetrarse su
asesinato, en un turbio suceso que nunca se ha aclarado, las
sospechas recayeran inevitablemente sobre su compañero de Junta
como autor intelectual.
Anunciadas las elecciones, se empezó a discutir si debería
participarse en ellas o no. En aquel momento funcionaban
legalmente y a duras penas sólo dos partidos, Unión Republicana
Democrática (URD), liderizado por Jóvito Villalba, y COPEI, con
Rafael Caldera a la cabeza, y dos clandestinos, Acción
Democrática, cuyo secretario general era Leonardo Ruiz Pineda, y
el Partido Comunista de Venezuela, con su secretario general,
Jesús Farías, preso desde 1950, y jefaturado de hecho por Pompeyo
Márquez, que ya empezaba a ser el legendario Santos Yormes.
Apresuradamente la dictadura organizó un parapeto partidista,
llamado Frente Electoral Independiente (FEI).
Sin mayores dificultades URD, COPEI y el PCV se inclinaron desde
el principio por ir a las elecciones. En cambio, en AD se debatía
la tesis de Rómulo Betancourt, desde el exilio, según la cual
participar en las elecciones era contribuir a una farsa de la
dictadura, por lo que ordenaba a la militancia la abstención.
Aunque entre ellos había dudas, la línea betancurista fue acatada,
y los adecos no participaron en la campaña electoral. Sin embargo,
al final de esta la base de AD rechazó la línea abstencionista, y
el 30 de noviembre, día de las elecciones, concurrieron
masivamente a votar por los candidatos de URD, que eran apoyados
también por los comunistas y por la gran masa independiente. COPEI
concurrió con candidatos propios.
URD era entonces un partido pequeño, pobremente organizado y sin
mayor experiencia en la lucha política, menos aún contra una
dictadura. Pero logró el respaldo mayoritario de la población
opuesta a Pérez Jiménez. En Caracas y otras zonas muy pobladas, el
PCV, también un pequeño partido clandestino, pero con una eficaz
organización celular y con un larga trayectoria de lucha, asumió
la carga principal de la campaña electoral. Durante muchas semanas
los comunistas anduvimos en los barrios populares, especialmente,
en mi caso, en los cerros del centro de Caracas: Marín, Hornos de
Cal, El Manguito, La Charneca, La Ceiba, etc. Desde el principio
se observó el entusiasmo con que la gente se preparaba para las
elecciones.
Por esos días, el 21 de octubre, a eso de los 8 de la noche, fue
asesinado en la Avenida Principal de San Agustín del Sur el Dr.
Leonardo Ruiz Pineda, secretario general de Acción Democrática,
por agentes de la Seguridad Nacional, la policía política del
régimen, ya bajo la jefatura del tenebroso Pedro Estrada.
El 26 de noviembre se llevó a cabo en el Nuevo Circo de Caracas el
mitin de clausura de la campaña electoral de URD. Fue algo
apoteósico, con el coso lleno a reventar se calculaba entonces
unas 15.000 personas entre las gradas y el ruedo y una multitud
similar a las puertas y alrededores del circo. Oradores
principales fueron Jóvito Villalba, líder popular indiscutido,
entonces en uno de los momentos estelares de su carrera política,
y don Mario Briceño Iragorry, eminente escritor católico,
sumamente prestigioso y respetado, políticamente independiente
pero de ideas avanzadas. Aquel cierre de campaña, a cuatro días de
las elecciones, parecía preludiar un gran triunfo popular y la
derrota de la dictadura. Sin embargo, nadie se hubiera atrevido a
vaticinar que así ocurriría.
Pero ocurrió. El 30 de noviembre, a primeras horas de la noche, ya
se empezó a vislumbrar lo que muchos creían imposible. A medida
que se iban haciendo los escrutinios, mesa por mesa, empezaron a
llegar, en particular a los periódicos El Nacional, El
Universal, La Esfera y Últimas Noticias y a las emisoras de
radio aún no había televisión en Venezuela, los datos
esperanzadores, de todas las zonas de Caracas y del interior del
país. El mismo Consejo Supremo Electoral emitió los primeros
boletines, todavía muy parciales, pero que ratificaban la
tendencia de lo que ya era vox populi: el triunfo de URD y la
derrota de Pérez Jiménez en todo el país. Incluso la prensa
extranjera se hizo eco de la misma información.
Sin embargo, próxima la medianoche el C.S.E., sorpresivamente, se
negó a seguir emitiendo boletines, y se corrió la inquietante
especie de que era por órdenes de Miraflores. Cundió entonces la
alarma. La sede central de URD, situada de Toro a Cardones, en la
parroquia Altagracia en lo que hoy es la Avenida Baralt, cerca de
lo que se conocía como la Subida de los Perros, era un hervidero
de gente. Se le planteó entonces a Jóvito Villalba la necesidad de
lanzar el pueblo a la calle y declarar una huelga general en
defensa del triunfo, que se veía amenazado. Pompeyo Márquez,
actuando sigilosamente, pues estaba en la clandestinidad y era
buscado por la S. N., fue de los que con mayor vehemencia
conminaron al líder urredista a llamar a la gente a la calle. Pero
Villalba, inexplicablemente, vacilaba: ³Hay que esperar, hay que
esperarв, decía. Pero se esperó demasiado. El 1 de diciembre el
C.S.E. anunció como oficiales unas cifras visiblemente
adulteradas: triunfaban los candidatos de la dictadura, y se
daban, casi como dádivas, algunos candidatos electos a URD y a
COPEI. El día siguiente la Junta de Gobierno puso su renuncia ante
las Fuerzas Armadas, y estas designaron a Pérez Jiménez presidente
provisional, hasta tanto fuese ratificado por la Asamblea
Constituyente recién electa, con una amañada mayoría
perezjimenista.
El fraude se había consumado, toscamente, sin complicaciones
informáticas ni observadores internacionales, con los medios de
comunicación de nuevo férreamente censurados, después de que,
durante la campaña electoral, se había concedido cierta apertura,
dirigida a dar una apariencia de democracia, sin duda porque,
además de convenirle, el dictador tenía la seguridad de que
triunfaría limpiamente en las elecciones. El fraude consistió
simplemente en adulterar las resultados, dando unas cifras
distintas de las que realmente se habían obtenido.
Algo, sin embargo, ocurrió, que no estaba en los cálculos del
dictador: la renuncia de diez de los quince miembros del Consejo
Supremo Electoral, entre ellos su presidente, Dr. Vicente Grisanti,
para no avalar el escandaloso fraude. El gobierno tuvo que
reestructurar el C.S.E. y designó para presidirlo, primero a
Ricardo Mendoza, y luego a quien había actuado como secretario del
Consejo, el médico Pablo Salas Castillo, quien poco después
recibiría como recompensa la presidencia del Seguro Social, que
ya, junto con las aduanas, era posición ansiada por muchos, porque
permitía el enriquecimiento ilícito fácilmente y en poco tiempo.
Estas renuncias confirmaron lo que, dentro y fuera de Venezuela,
ya todo el mundo sabía: Pérez Jiménez se afianzaba en el poder,
pero no por el voto del pueblo, sino por un escandaloso fraude
electoral. Pocas semanas después Jóvito Villalba y la plana mayor
de URD fueron enviados al exilio, bajo la eufemística expresión de
³haber sido invitados a salir por un tiempo del país².
Imposible saber qué hubiese ocurrido si la misma noche del 30 de
noviembre el pueblo hubiese sido llamado a la calle y se hubiese
declarado una huelga general. Es posible que en tales
circunstancias el fraude no se hubiese consumado, y nos hubiésemos
ahorrado los seis años más brutales de la dictadura. Pero lo que
sí es evidente es que lo ocurrido en 1952, una derrota popular más
aparente que real, a la larga influyó en el derrocamiento de Pérez
Jiménez en 1958. Siempre he creído que en política nada es en
vano, y que los hechos ocurridos, positivos o negativos por igual,
no se pierden, sino que se van acumulando, y al final producen sus
efectos. A punto de cumplirse el primer período de su mandato,
Pérez Jiménez tenía que convocar de nuevo a elecciones en 1957.
Pero, escamado por lo que le ocurrió en 1952, en lugar de hacer lo
que debía, inventó la idea de un plebiscito, para que los
electores dijeran si estaban de acuerdo o no con su permanencia en
el poder. Esta vez, por supuesto, la mayoría de la población se
abstuvo de participar en lo que evidentemente sí era una farsa. Y
ello contribuyó mucho a su perdición. Esta burda maniobra, aunada
a otros factores, trajo como consecuencia los sucesos de enero de
1958, desde el alzamiento fallido de la aviación el primer día del
año, hasta la insurrección del pueblo caraqueño, que precipitó el
derrocamiento de la dictadura el 23 de enero.
Alguien ha dicho que la historia no da lecciones. Yo creo que sí
las da. Otra cosa es que la gente que recibe esas lecciones no las
asimile como es debido ni aprenda de ellas.
He escrito estos recuerdos de memoria. Es posible que algunos
detalles se me hayan escapado, o que otros no sean exactamente
como los cuento. Quizás alguien con mejor memoria
pueda corregir las posibles inexactitudes.
Enhorabuena.
